KOHUNLICH Y EL TERCER OJO LA INTEGRACIÓN DEL HOMBRE Y LA MUJER
Cuando el grupo llegó a Kohunlich, los recuerdos que tenía de mi anterior viaje con Ken
estaban vivos en mi mente. Las preguntas se atropellaban. ¿Estaría igual? ¿Estarían allí
todavía la escalera y el agujero triangular? Aún no había relatado al grupo lo sucedido
entonces.
Comenzamos caminando hasta la pirámide principal, la que tenía los enormes rostros
humanos sobre sus paredes. En aquel momento estábamos sólo haciendo turismo,
explorando y sintiendo las energías de aquel lugar sagrado. Entonces les conté a todos la
historia del extraño agujero y el árbol con el otro agujerito pequeño delante. Finalmente,
nos pusimos a buscar la escalera de mármol.
Pero Kohunlich había cambiado. Yo había esperado encontrar la pirámide en la que había
colocado el cristal con Ken años atrás y rememorar aquellos recuerdos, pero no iba a ser
así.
Ahora el lugar estaba surcado de caminos, que se extendían muchos kilómetros a la
redonda, con mapas en diversos sitios. Seguimos los caminos durante un rato, yendo en
una dirección, volviendo y probando otro nuevo, pero no éramos capaces de encontrar la
pirámide especial ni el agujerito frente a ella en el que yo había depositado el cristal
hacía ya tantos años.
Finalmente llegamos a una ancha y antigua escalera de piedra construida sobre una colina
bastante empinada. No se parecía en nada a la de mármol que Ken y yo habíamos
encontrado, pero el lugar me llamaba. Todos nos sentimos empujados hacia lo que pudiera
haber en su parte superior.
Cuando llegamos arriba, pude comprobar que en lugar de tratarse de una pirámide o de
un edificio sagrado, aquella zona había sido en realidad una residencia de los antiguos
mayas. Había diminutas habitaciones por todas partes, organizadas de una forma muy
bella, y patios abiertos donde las personas podían congregarse. Y parecía el lugar
perfecto para lo que habíamos ido a hacer.
Así que abandoné la idea de la pirámide y el agujero triangular y encontramos el lugar
perfecto bajo unos árboles, que nos aportaban sombra contra el sol abrasador.
Extendimos un «lienzo del sol» sobre el suelo, elegimos un punto central y nuestro altar
comenzó a formarse a medida que las personas le fueron colocando cristales y objetos
sagrados.
El grupo se reunió en círculo alrededor del altar y de nuevo cuatro personas, dos
hombres y dos mujeres, fueron elegidos para sellar las cuatro direcciones.
Tal y como había sucedido en Tulum, el sumo sacerdote maya apareció desde el interior
de la Tierra frente a mí, elevó los brazos hacia el cielo y colocó a cuatro de sus propias
gentes detrás de nuestros guardianes de las cuatro direcciones. Pero a continuación,
muchísimos mayas comenzaron a surgir del suelo, formando un círculo ligeramente mayor
que el nuestro.
Al principio sólo sus cabezas sobresalían del suelo, dibujando una espiral alrededor del
círculo. Después, lentamente, mientras seguían formando el círculo, sus cuerpos
empezaron a emerger de la Madre Tierra. Finalmente, los mayas estuvieron sobre la
superficie en nuestro mundo. Habían asignado a uno de ellos para que permaneciera con
cada uno de los integrantes de nuestro grupo durante toda la ceremonia.
Estaban vestidos con túnicas de vivos colores y plumas en el pelo, y habían dibujado
formas geométricas sobre sus rostros. Su energía era eléctrica. Pude sentir que aquella
ceremonia era algo que habían predicho hacía mucho tiempo y que poseía para ellos una
gran importancia. Estaban muy serios.
El desarrollo de la ceremonia fue muy diferente al de Tulum. Allí se habían creado
muchas pirámides de energía cubriendo una gran distancia para devolver el equilibrio a la
Tierra y traer las lluvias. En esta ocasión se creó una sola, pero inmensa. Su propósito,
según me comunicó el jefe de forma telepática, estaba relacionado con el despertar
psíquico de los mayas.
No soy capaz de comprender realmente todo lo que transpiraban aquellos antiguos mayas
durante la ceremonia. Lo que sí sé es que mi corazón se sentía cada vez más ligero.
Lionfire dice que los mayas que estuvieron en Kohunlich se llevaron con ellos, al irse, toda
la energía negativa con la que habíamos estado luchando en nuestro grupo hasta entonces
y la habían enterrado en las profundidades de la Madre Tierra. Fuera lo que fuese lo que
sucedió, lo cierto es que nos hizo a todos muy felices. Recuerdo que miré hacia arriba,
nada más terminada la ceremonia, y observé que todos y cada uno de nosotros estábamos
sonriendo y llenos de luz.
Lo que sucedió entonces fue un reflejo de lo anterior; puede que Lionfire tenga razón
acerca del efecto de limpieza. Las personas comenzaron a abrazarse unas a otras y a
jugar. Flotaba en el aire una tremenda sensación de bienestar entre todos nosotros. Al
mirar, me di cuenta de lo perfecto que era que estuviéramos haciendo aquello en las
mismas viviendas de los antiguos mayas, en sus hogares.
Pero tenía claro que, aunque los mayas habían ayudado a eliminar la energía negativa de
nuestro grupo, todavía no habíamos alcanzado la parte más profunda de nuestro cuerpo
psíquico y emocional: nuestros trastornos sexuales. Resolver aquello era algo que
debíamos hacer nosotros. Y era algo que requería un profundo perdón.
Al día siguiente, con aquella luz recién encontrada, volveríamos a acometer un difícil
trabajo interior. Ese día, sin embargo, nuestro trabajo estaba terminado. Con alegría nos
dirigimos de vuelta al autobús.
Sí, yo seguía buscando la pirámide con la escalera de mármol y el agujero triangular. Pero
de algún modo, sabía que no iba a encontrarla. Era algo que debía permanecer en secreto.
Los templos del perdón
El siguiente día de nuestro viaje a Yucatán fue único para mí. Nunca había visto los
templos a los que íbamos a ir. Aquellos templos representaban el lado oscuro de las
energías masculina y femenina. Allí debíamos realizar dos increíbles ceremonias o
procesos para eliminar para siempre de nuestro ser las polaridades masculino-femeninas,
dejándonos libres, con toda nuestra fuerza divina.
Nuestro propósito al visitar aquellos lugares estaba totalmente relacionado con el
Ahora, con el Fin de los Tiempos, como lo denominan los mayas, y con las correcciones
que debían hacerse en nuestra consciencia de la polaridad para que pudiéramos pasar a un
nivel superior de consciencia. Aquello debía completarse o no podríamos seguir avanzando.
Ese estado equilibrado no iba a durar para siempre, pues cada vez que respiramos y
actuamos creamos más karma, pero sí lo suficiente como para permitirnos terminar
nuestro trabajo. Antes de aquel viaje a las tierras mayas, no sospechábamos que ese tipo
de terapia equilibradora ceremonial fuera a formar parte de nuestra experiencia.
Sencillamente se fue desplegando ante nuestros ojos y nuestros corazones. Aquella fase
de nuestro sagrado viaje a tierras mayas parecía un patrón para la preparación que todos
estamos llevando a cabo en la Tierra. En los dos días de viaje entre Tulum y Palenque,
todo el grupo pasó por una serie cohesionada de experiencias y ceremonias que parecían
haber sido específicamente diseñadas por los mayas para acelerar nuestra salida de la
polaridad y nuestra entrada en la Unidad, tanto si queríamos como si no.
La preparación: comenzamos en Becán
Al salir aquella mañana del hotel, ninguno de los miembros del grupo, a excepción quizá
de Lionfire, sabíamos el cambio tan total que aquel día iba a suponer para las vidas de
muchos de nosotros. Había sido él quien había elegido aquellos tres templos, y él era el
único de todo el grupo que parecía tener una premonición de lo que nos iba a acontecer.
Lionfire había estado profundamente conectado con los enormes acontecimientos
energéticos relacionados con el lado oscuro de las energías masculino-femenino que le
estaban sucediendo a nuestro grupo. Él lleva en su propio ser chamánico una
manifestación energética de las energías duales, una especie de kachina, que es oscuridad
absoluta por un lado y luz total por el otro. Forma parte de su viaje en esta vida el
armonizar y equilibrar estos dos lados, y su presencia ayudó a combinar esta energía en
nuestro grupo con el lugar donde los aspectos negativos pudieran ser eliminados.
Nuestro comienzo en Becán tenía en sí mismo el espíritu de diversión y juego. Era una
perfecta preparación para las ceremonias que llevaríamos a cabo más adelante.
Becán fue la capital regional del antiguo imperio maya; fue construida alrededor del año
600 a.C., pero su momento de mayor actividad tuvo lugar entre los años 600 y 1000 d.C.
Es uno de los yacimientos arquitectónicos más importantes de Campeche.
Esta antigua ciudad está rodeada por un foso, único en la región maya. De hecho, la
palabra becan significa «garganta formada por el agua». Algunas personas creen que este
foso servía como protección en caso de guerra. En opinión de otros, representaba una
división de clases sociales: la élite construyó sus monumentales estructuras dentro de la
zona rodeada por el foso y las clases inferiores vivían en el exterior.
Un túnel en superficie, construido de piedra, une las dos plazas principales de la antigua
ciudad, y en un punto se pueden ver sorprendentes máscaras pintadas. En uno de los
altares pudimos «sentir» que había sido usado para sacrificios humanos. No sé si eso era
cierto o no, pero sí es verdad que la cultura maya fue descarriada en un momento dado
hacia estas horribles prácticas.
Para nosotros, Becán constituía el templo para la integración del hombre con la mujer, un
lugar de equilibrio. En palabras de Lionfire:
Mientras muchos de nosotros charlábamos con Drunvalo en el altar de la integración
de lo masculino con lo femenino, otros se fueron a jugar y bailar con las pirámides.
Anteriormente, en Coba, yo había explicado cómo cada pirámide es como un
instrumento musical y debe ser «tocada» de diferentes formas, dependiendo de cómo
la «bailes». Cuando nos alejamos del altar y paseamos por los patios, vi con gran
asombro que la mayor parte del grupo estaba bailando por encima, por debajo,
alrededor y sobre las pirámides.
¡Qué alegría! Aquello era exactamente lo que necesitábamos: la diversión, al niño. Ésa
era la preparación. El grupo había superado el miedo. Sobre la acrópolis de Becán
podíamos ver con claridad en la distancia los templos de Xpuhil y Chicanná, los lugares
en los que íbamos a efectuar ceremonias para honrar la unión de las energías masculina
y femenina en nuestro interior.
Xpuhil: la ceremonia de la integración masculina
Desde Becán recorrimos el corto trayecto a Xpuhil. Allí fuimos caminando deprisa por un
sendero rocoso a través de un bosque hasta que llegamos a un lugar cubierto de hierba,
junto al templo de las tres torres, donde íbamos a llevar a cabo nuestra ceremonia.
Xpuhil significa el «lugar de los juncos cola de gato». Sus asombrosas torres
representan a Itzamna, el Dios Creador y primer chamán, como una serpiente celestial. El
edificio principal de Xpuhil tiene doce habitaciones y plataformas, con tres enormes
torres que se elevan hacia el cielo. En el centro hay un hueco rodeado por la cabeza de
una serpiente. Este complejo integra energías masculinas bajas, medias y altas, centradas
en el sexo cósmico y en el amor.
Tanto la ceremonia de integración de la energía masculina que íbamos a llevar a cabo en
aquel templo como la ceremonia de integración de la energía femenina que debíamos
celebrar más tarde eran algo que yo no había experimentado jamás. No sabía cómo iban a
funcionar ni lo que iba a suceder. Sencillamente me estaba permitiendo a mí mismo sentir
lo que debía hacer y así lo dije, sin ideas preconcebidas.
En primer lugar, encontré un punto en un prado frente al templo de Xpuhil y luego pedí a
todos los hombres que se reunieran en grupo y se sentaran sobre la hierba, mientras las
mujeres formaban de pie un círculo alrededor de ellos. Las mujeres se cogieron de las
manos y establecieron la energía del grupo.
Entonces me sentí guiado para construir formas de geometría sagrada alrededor de los
hombres, concretamente el octaedro platónico con luz dorada; la punta estaba conectada
con el Padre Cielo, la mitad inferior completamente introducida en la Madre Tierra y la
punta inferior conectada energéticamente con la propia Madre Tierra. Yo sentía que
aquellas formas adquirían vida con prana, la energía de la fuerza de la vida.
Pedí a los hombres que liberaran toda la parte negativa de su energía masculina hacia
esos dos polos y que visualizaran aquella energía abandonando sus cuerpos mentales,
emocionales y físicos, y fluyendo como agua por aquellas dos puntas. Las energías
mentales debían subir y ser liberadas hacia el Padre Cielo. Las energías más físicas y
emocionales bajarían hasta las profundidades de la Madre Tierra.
Y para que lo sepas, esta energía negativa no constituye ningún problema para nuestra
Madre y nuestro Padre Divinos. Sencillamente la reequilibran y la vuelven a usar para la
Vida.
Me quedé en silencio y dejé que empezara.
Aquel día hacía mucho calor en Xpuhil y estábamos al sol. Antes de la ceremonia éramos
muy conscientes de la temperatura, y después de ella volvió a asaltarnos con su presencia
casi tangible. Pero mientras la ceremonia estaba teniendo lugar, no creo que ni uno solo
de los miembros de nuestro grupo se diera cuenta de nada que no fueran las energías
espirituales que estábamos moviendo y cambiando.
Todos podíamos sentir lo que estaba ocurriendo mientras los hombres soltaban los
aspectos masculinos negativos de toda nuestra historia, representados en sus propios
cuerpos y campos de energía aquí y ahora.
El principio fue lento, pero a medida que los hombres fueron dándose cuenta de lo que
les estaba ocurriendo, la liberación fue haciéndose más fácil y rápida.
Yo puedo ver esos tipos de energías en movimiento, y lo que contemplé resultó al mismo
tiempo precioso y escalofriante. De los hombres salían en espiral dibujos de energía
fundamentalmente rojos, negros y de un color verde amarillento, pero en realidad todo
estaba sucediendo al mismo tiempo.
Pude ver reflejado en sus rostros el dolor que les producía desprenderse de algo a lo que
llevaban aferrándose miles de años, una vida tras otra; una energía que había estado
afectando seriamente a sus propias relaciones con sus mujeres, con sus hijas y con sus
amigas en aspectos que no eran capaces de controlar, todo antiguo y más allá de su
pensamiento consciente.
Todas las violaciones, y los asesinatos, y la violencia, y el dolor que el hombre colectivo
ha infligido a mujeres y niños inocentes fueron revelados y trasladados a los corazones
de nuestros Padres Divinos, que con su divina compasión estaban sanando las almas de
aquellos hombres.
En un momento dado se produjo un cambio. Casi pudimos escuchar una especie de suspiro
colectivo brotando del grupo al unísono. Y muy poco después todo quedó hecho.
Me gustaría decir que aquél fue el grupo de hombres más fuerte de todos aquellos con
los que he estado. Había una proporción de hombres mayor de lo habitual, y ellos mismos
eran extremadamente poderosos, pues muchos eran chamanes de alto nivel y sanadores
por derecho propio.
Debido a su nivel espiritual, aquellos increíbles hombres estaban extremadamente
abiertos. No sólo tenían la intuición, sino también la capacidad de hacer lo que yo les
pedía. Cuando dije: «Hemos terminado», la mayoría de ellos, sentados en el centro del
círculo de las mujeres, estaban llorando.
Pedí a las mujeres que abrazaran a los hombres, y aquellos abrazos duraron mucho
tiempo. Los hombres iban de una mujer a otra, con lágrimas en los ojos, abrazando. Dando
silenciosamente las gracias a la Mujer por el amor que ella sigue manteniendo, a pesar del
abismo que ha existido entre los sexos a lo largo de tantos milenios. Pidiendo perdón en
silencio. Permitiéndose a sí mismos sentirse vulnerables. Permitiéndose a sí mismos ser
alimentados. Abandonando el núcleo de rigidez y soledad que ha constituido la carga
masculina a lo largo de los siglos.
Todos hablamos del sentimiento que aquella liberación había producido no sólo en
nosotros, sino también en toda la Tierra. De una forma u otra habíamos creado un camino
para que los demás lo pudieran seguir, en un proceso que iba a continuar creciendo
durante los siguientes días, meses y años hasta que la integración estuviera realmente
completa para toda la humanidad.
De vuelta al autobús, todos estábamos muy callados. Nadie podría haber predicho lo
poderosa que iba a ser aquella ceremonia de integración. Y todo el mundo pareció saber
que llegar a aquella experiencia había sido una de las principales misiones de esta vida.
Cada uno de nosotros pertenecíamos allí. Todos éramos únicos y preciosos y necesarios
para el conjunto.
En esta atmósfera de silenciosa Unidad, nos dirigimos hasta los templos de Chicanná, sin
sospechar ni por lo más remoto la explosión que nos aguardaba.
Chicanná: la ceremonia de la integración femenina
Teníamos el tiempo muy ajustado, pues debíamos llegar a Palenque aquella misma noche.
Sintiendo todavía la emoción de la ceremonia de Xpuhil, caminamos por los senderos
rocosos y cubiertos de hojas de Chicanná en busca de un lugar donde celebrar nuestra
siguiente ceremonia. Hacía aún más calor, así que buscamos una sombra.
Lionfire nos contó que Chicanná era muy diferente a los demás yacimientos mayas, pues
su estilo arquitectónico era elaborado, barroco. Como pudimos observar, los edificios son
pequeños, con puertas en las que aparece la boca de Itzamná, pero esta vez con la forma
de un monstruo de la Tierra cuyas fauces abiertas representan la entrada a Xibalbá, el
inframundo maya.
Se dice que a menudo los iniciados sienten aquí los cambios dimensionales y la sensación
de estar caminando entre las estrellas. Es un lugar de intensa magia oscura femenina.
Chicanná equilibra e integra las energías femeninas y masculinas en las mujeres. Aquí era
donde íbamos a celebrar la ceremonia de integración de la energía femenina.
Llegamos a una pequeña pirámide con un patio frente a ella y una pared de piedra baja,
semicircular, cerca del límite del bosque. De ahí que los árboles le dieran sombra.
Pedí a las mujeres que se congregaran en una zona a lo largo de la pared y frente a ella, y
que se sentaran cómodamente formando un semicírculo. A continuación, indiqué a los
hombres que se colocaran de pie frente a las mujeres en línea recta, de un extremo de la
pared al otro. Habíamos formado un cuenco largo, poco profundo y con tapadera, con las
mujeres en su interior y los hombres representando la tapadera.
Los hombres se cogieron de las manos y sellamos la energía del espacio. Yo construí los
mismos octaedros platónicos de geometría sagrada, pero esta vez con una suave luz rosa
alrededor de las mujeres para que ellas también pudieran liberar sus energías hacia
arriba, hacia el Padre Cielo, y hacia abajo, al corazón de la Madre Tierra.
Y entonces comencé a hablar. No sabía lo que iba a decir. Al principio mis indicaciones
para las mujeres fueron muy similares a las que había dado a los hombres. Y entonces se
me ocurrió pedir a las mujeres que emplearan esta oportunidad para liberarse de todas
las cosas innombrables que se les han hecho a las mujeres a lo largo de siglos de
civilización, que la aprovecharan para liberarse y perdonar. Cuando pronuncié estas
palabras, muchas mujeres me miraron boquiabiertas. Algo cambió en nuestro campo de
energía, como si se hubiera abierto una especie de grieta en el cuenco humano que
habíamos formado. A continuación, me quedé en silencio y dejé que el proceso comenzara.
Lo que sucedió fue bastante diferente de lo que había pasado con los hombres. Las
mujeres estaban intentando permitirse a sí mismas entrar en contacto con el dolor y el
horror que nunca antes habían sido capaces de afrontar o sentir. Una a una fueron
entrando en la realidad de lo que la vida había sido para ellas en las épocas en las que
habían sido tratadas como objetos o aún peor. Mucho peor.
Las mujeres necesitaban ayuda para continuar. Intervine y pedí a los hombres que se
acercaran a ellas, que les acariciaran la cara, las miraran a los ojos y les ofrecieran la
ternura, el amor y la comprensión que necesitaban en aquel momento. Me uní a los
hombres y fuimos de una mujer a otra, consolándolas, ayudándolas a atravesar los
enormes asaltos de dolor y pesar emocionales que estaban experimentando e intentando
liberar.
Aquello duró mucho tiempo. Las mujeres chillaban, sollozaban, con un pesar profundo que
les partía el alma y al que nunca antes habían sido capaces de enfrentarse. Y los hombres
las sostenían, las consolaban, las amaban. Un par de mujeres se colocaron en posición
fetal y fueron sostenidas y consoladas con increíble ternura, como si fueran niñas
pequeñas.
Una mujer me contó más tarde que había pasado los primeros diez minutos del proceso
con ganas de vomitar. Según me confió, aquello era una experiencia nueva para ella. Nunca
había sido capaz de comprender por qué los personajes de los libros hablaban acerca de
sensaciones nauseabundas a la vista de profanaciones del cuerpo humano, pero que en
aquel momento se dio cuenta de que su falta de comprensión había sido debida a que ella
nunca había sido capaz de «ir allí» con anterioridad.
En aquel día, y con el admirable apoyo de los demás (las mujeres, que habían tenido el
valor de entrar en contacto las primeras con sus verdaderos sentimientos, y los hombres
del grupo, que acababan de adquirir su propia fortaleza), por fin se había permitido a sí
misma afrontar y experimentar unos sentimientos que había apartado a un lado una vida
tras otra. Cuando por fin se efectuó el pleno contacto emocional, sintió que se doblaba,
sobrecogida. Y entonces, con el consuelo que recibió de los hombres, el dolor fue
eliminado y se sintió completa; por primera vez en miles de años.
En conclusión
En silencio y con los ojos enrojecidos por el llanto, emocional-mente exhaustos, nos
encaminamos hacia nuestro querido autobús y pusimos rumbo hacia el suroeste, a
Palenque y la ceremonia final que iba a celebrar nuestro grupo por la espiral de templos
que Thoth me había entregado.
Tengo la sensación de que la integración que realizamos aquel día todavía está teniendo
lugar. Siento que continúa nuestra aquiescencia a la plena experiencia de las energías
masculinas y femeninas, la liberación de toda la ira, el miedo y el odio. Pero en verdad
creo que aquel día en Campeche creamos un sendero para que los demás pudieran
seguirlo, un camino que conduce a una nueva forma de ser para los hombres y las mujeres
sobre la Madre Tierra.
Este Blog, tiene como objetivo, compartir temas de espiritualidad en un lenguaje simple y fácil de entender. Además también es objetivo del Blog, analizar las enseñanzas de los grandes maestros, buscando presentarlas de manera que cualquier persona pueda comprenderlas.
jueves, 18 de marzo de 2010
CAPÍTULO QUINCE
EL ARCO IRIS CIRCULAR
Al día siguiente de la celebración del equinoccio en Chichén Itzá, y con las ceremonias y
las oraciones resonando aún en nuestros corazones, dejamos el Mayaland Hotel y
dirigimos nuestros pasos hacia Quintana Roo.
Ese día íbamos a viajar hacia el emplazamiento maya del quinto chakra, situado en Tulum.
De camino hacia el hotel, un centro turístico en el Caribe mexicano, debíamos visitar
Coba, quizá el mayor yacimiento de Yucatán, aunque gran parte de sus restos aún no han
sido excavados. A última hora de la tarde teníamos previsto recorrer el camino hasta uno
de los cientos de cenotes de Quintana Roo, situado en tierras particulares y escondido en
las selvas cercanas a Tulum.
Mientras recorríamos lentamente el largo camino hasta Coba, y después de haber vivido
tantas sorpresas, habíamos dejado de pensar en lo que podíamos encontrar. Como niños,
nos limitábamos a mantener el corazón y los ojos abiertos. Esperábamos sencillamente
que Dios nos mostrara nuestra siguiente responsabilidad.
La antigua ciudad de Coba
En Coba encontramos un área llena de pequeños establecimientos al aire libre, cubiertos
con techados de palma, donde comimos. Una de las especialidades era la leche de coco
fresca, que se sorbía con una paja procedente del mismo coco. Tras la comida,
penetramos en el recinto del templo de Coba.
Este templo abarca casi ochenta kilómetros cuadrados y en un tiempo fue el hogar de
una población estimada de cuarenta mil mayas. La antigua ciudad que en origen rodeaba
Coba era tan grande que si la hubiéramos podido ver como era hace mil años,
probablemente habríamos cambiado nuestro concepto de quiénes eran los mayas. Desde
la parte superior de la Gran Pirámide de Coba, Nohoch Mul, podíamos comprobar que allí
estuvo establecida una civilización muy avanzada.
Nuestro guía, Humberto, nos dijo que Coba era el centro de un sistema de sofisticadas
carreteras antiguas denominadas sacbe. Estas carreteras de piedra alcanzaban una
altura de uno o dos metros y estaban cubiertas de mortero. En la actualidad, la mayor
parte de este mortero ha desaparecido, pero muchas de las piedras permanecen en su
sitio, Humberto nos las había estado señalando a lo largo del viaje. En la cumbre de la
civilización maya, todas las sacbe conducían a Coba.
Como nos comentó Humberto, la razón de ser de estas carreteras constituye un enigma,
pues los mayas carecían de medios de transporte sobre ruedas y tampoco tenían caballos.
Puede que se utilizaran para procesiones religiosas. Lo cierto es que, según nuestro guía,
los dibujos que forman las carreteras están relacionados con el calendario maya. Parecen
ser partes de una gigantesca «máquina del tiempo» astronómica, pero no quedó claro
cómo pensaba Humberto que funcionaba todo aquello. Es una de esas cosas que alguien
debería investigar.
Uno de los encantos de Coba son los bicitaxis. Aquellos visitantes que no desean hacer a
pie el largo trayecto desde la entrada hasta la Gran Pirámide pueden hacerlo montados
en estos vehículos. Carecen de motor y son muy parecidos a rickshaws de cuatro ruedas,
pero el conductor va pedaleando en lugar de tirar de ellos a pie. No los vimos en ningún
otro lugar de Yucatán.
Al acercarme a la Gran Pirámide, Nohoch Mul, me pregunté si se parecería en algo a lo
que Ken y yo habíamos visto hacía tantos años. En 1985 allí no había más que una pequeña
casa de piedra en lo alto de una gran colina. En la actualidad, ya totalmente descubierta,
es la pirámide más alta de Yucatán.
Otros muchos de los seis mil templos, pirámides y demás estructuras que se estima que
puede haber en el lugar habían sido excavados desde mi visita anterior. Ahora la Gran
Pirámide, a pesar de su tamaño, parece algo casi sin importancia entre todas las de este
vasto complejo. Resultaba sorprendente ver tantas construcciones descubiertas y
dibujadas en los mapas, unas construcciones que anteriormente habían estado
escondidas.
La energía del lugar era fantástica.
No íbamos a celebrar ninguna ceremonia en Coba, sólo queríamos sentir y estar en
comunión. De ahí que todos los integrantes del grupo tuvieran libertad para explorar y,
como agua que se evapora, rápidamente desaparecieron entre los árboles para investigar
por todo el lugar. Luego, como la niebla que se separa y vuelve a juntarse, se volvían a
encontrar descubriendo lugares intrigantes, meditando. Me divertí muchísimo. Todo
aquello producía una sensación maravillosa.
Tulum: el arco iris circular
En los dieciocho años que habían pasado desde que caminé sobre la hierba de Tulum, el
gobierno había arreglado la zona para poder controlar con más facilidad a los turistas; y
aquel fin de semana había muchos.
Sin embargo, nada de eso me importaba; ni las masas de gente, ni los cambios. Podía
sentir que lo que iba a suceder allí tendría significado y sería importante para el
equilibrio de las energías mayas.
Al principio todos nos fuimos en direcciones diferentes, explorando, mientras yo
intentaba recordar el lugar en el que habíamos colocado el cristal. Hacía tanto tiempo...,
pero al cabo de unos veinte minutos lo encontré. Supe de inmediato que aquél era el lugar
cuando miré hacia el interior y vi los frescos.
De pie en aquel templo recorrí con la mirada la zona de Tulum, buscando un lugar en el
que realizar nuestra ceremonia. Enseguida observé, en una extensión de hierba que
rodeaba los templos de Tulum, una zona que parecía brillar más que ninguna otra. Caminé
directamente hasta ella. Para entonces el grupo se había congregado y todos me
siguieron.
El lugar era perfecto. Qué era o por qué lo era, no tengo ni idea, pero era perfecto.
A continuación, elegí el lugar que debía marcar el centro de nuestro círculo, coloqué un
trozo de tela sobre el suelo para formar el altar y señalicé las cuatro direcciones.
Alguien del grupo me entregó un cristal de gran tamaño y lo situé en el centro del altar.
Luego los demás fueron añadiendo sus propios artículos y cristales. Muy pronto todo
quedó preparado para nuestra ceremonia.
Entre los que se ofrecieron voluntarios, elegí a cuatro personas, dos hombres y dos
mujeres, para las posiciones de las cuatro direcciones. Los cuatro se colocaron en las
direcciones que representaban, de cara al centro del círculo. Por turnos, pronunciaron sus
plegarias y «se convirtieron» en aquella dirección, proporcionando protección al círculo
interior.
Entonces yo me arrodillé en el centro del círculo, representando las direcciones de
arriba y abajo, y elevé oraciones para sellar aquel espacio interior.
Ahora voy a describir las cosas que tuvieron lugar en aquella ceremonia tan poderosa, en
los «planos interiores».
A los pocos minutos de haber comenzado, algunos de los mayas que vivían en el interior
de la Tierra establecieron contacto conmigo y me pidieron permiso para tomar parte en
la ceremonia. Tres mayas muy ancianos aparecieron, literalmente, frente a mí; sus
cuerpos eran translúcidos, pero yo podía verlos con claridad. Me miraron a los ojos y con
gran respeto preguntaron telepáticamente si podían entrar en la ceremonia. Se unieron a
nosotros y a continuación llegaron más.
Para ayudar a aquellos integrantes del grupo que no podían «ver», comencé a hablar y a
describir lo que estaba ocurriendo en uno de los sóbretenos invisibles de la tercera
dimensión que nos rodea.
En primer lugar, los tres ancianos mayas que acababan de pedir el permiso entraron en
nuestro círculo desde el norte y se colocaron de pie frente al altar. Era evidente que el
mayor de los tres, el que estaba en el centro, era el dirigente. Comenzó a hablar en
lengua maya, pidiendo a los demás miembros de su tribu que emergieran.
A continuación vinieron otros cuatro, dos hombres y dos mujeres, y se colocaron detrás
de los de nuestro grupo en cada una de las cuatro direcciones, sellando el espacio interior
aún más con su conocimiento y su comprensión. Luego vinieron alrededor de treinta más,
que se dispersaron alrededor de nuestro círculo.
Tras esto comenzó un intercambio entre nuestro grupo y el suyo. Su interés primordial
era obtener el control del medio, y en especial de la lluvia, para aportar equilibrio tanto al
Mundo Exterior como al Interior, pues ambos estaban desequilibrados. De hecho, la
península del Yucatán estaba atravesando un periodo de gran sequía. Llevaba meses sin
llover.
Los mayas comenzaron a «construir» una inmensa pirámide energética que se extendía
en las cuatro direcciones. Al principio la hicieron pequeña, aproximadamente del tamaño y
área de la zona sobre la que se encontraba el grupo, y luego la agrandaron con sus mentes
hasta que llegó a medir unos cinco kilómetros por cada lado. Lo hicieron exactamente de
la misma forma que me habían enseñado a mí los taos pueblo de Nuevo México. «Vieron» o
dibujaron en sus mentes aquella pirámide en el espacio de la tercera dimensión (nuestro
mundo) y luego, con su intención, la hicieron realidad. También le dieron su aliento para
otorgarle energía de fuerza vital, que es lo que realmente hace que el entorno reaccione
como si se tratase de una pirámide tridimensional real.
Una persona normal no habría sido capaz de ver aquella pirámide, pero el entorno no
conoce la diferencia. Y una pirámide actúa exactamente igual que una montaña en la
naturaleza. Atrae las nubes y la lluvia. Las pequeñas no producen demasiado efecto, pero
las grandes, especialmente cuando alcanzan un tamaño de cinco kilómetros, afectan al
entorno como si fuesen montañas gigantescas.
Aquella pirámide se convirtió en la «montaña» central para traer la lluvia. Los mayas del
interior de la Tierra podían controlar la altura de la montaña, y con ello la cantidad de
lluvia que debía llegar a aquella parte de la península. Para aumentar aún más la zona de
influencia de la pirámide, los mayas hicieron más y las colocaron una junto a otra, como
una sierra que se extendiera muchos kilómetros hacia el norte.
Cuando aquello terminó, el anciano maya del centro anunció que llovería antes del día
siguiente y que la sequía había pasado.
Para terminar la ceremonia, el anciano maya nos pidió que cantáramos al Sol
pronunciando su nombre, Kin. Todos, tanto los mayas espectrales como los integrantes
de nuestro grupo, entonamos varias veces el nombre del Sol. Con la última nota,
levantamos las manos al aire y abrimos los ojos mirando hacia el cielo para dar fin a
aquella poderosa ceremonia.
Cuando abrimos los ojos con la última nota del sagrado nombre maya del Sol, miramos
hacia el cielo y fuimos testigos de un signo deliberado y sagrado que indicaba que
habíamos realizado la ceremonia correctamente. Alrededor del Sol, en aquel día claro y
sin nubes, pudimos contemplar un arco iris circular, perfecto y brillante, tanto que cada
color resaltaba como si se tratara de luz eléctrica. En aquel momento supimos que lo que
acabábamos de hacer, y todo lo que estábamos haciendo durante aquel viaje, era
bendecido por el Gran Espíritu. Mi corazón se abrió tanto que creí que me derretiría en la
Tierra junto con los mayas, que estaban retornando a sus Mundos Interiores. Fue
precioso.
Me pregunto lo que debieron pensar los cientos de turistas con sus niños cuando nos
vieron abrazándonos, llorando y sonriendo de oreja a oreja mientras hablábamos entre
nosotros en cuatro o cinco idiomas diferentes. En aquel momento, sin embargo, yo no era
consciente de que hubiera más personas por allí.
La mayoría de nosotros corrimos hacia el mar y saltamos a las maravillosas aguas color
turquesa, que nos columpiaron como a los corchos de una red de pesca. Los que no habían
llevado el bañador se metieron vestidos, y todos chapoteamos, reímos y jugamos. ¡Era
fantástico! ¡La vida era estupenda!
Y todavía, en el cielo, el mágico arco iris seguía rodeando al brillante Sol. Duró muchísimo
tiempo.
Aparece otra calavera de cristal
Un rato después llegó el momento de volver al autobús..., o al menos eso era lo que
creíamos. Sin embargo, Dios consideraba que todavía no habíamos concluido aquel día.
Cuando cruzaba los terrenos del templo de Tulum, de camino hacia el aparcamiento, me
paró el mexicano que me había entregado la calavera blanca en Dzi-bilchaltún. Tenía en
las manos otra antigua calavera maya de cristal que me atraía como la llama a una
mariposa. Aquélla era verde como el jade y ligeramente transparente.
Cuando me conecté con el cristal, me presentó a un único hombre que vivía en su interior.
Este me volvió a demostrar cómo los antiguos mayas utilizaban aquellos cristales.
Un individuo era elegido para morir, afirmó. Entonces su espíritu entraba en el cristal y
residía en él hasta que el propósito de éste se cumplía. En el cristal blanco lechoso de
Dzibilchaltún, los residentes de la calavera habían sido una pareja, hombre y mujer, y una
abuela. Si en ésta había otra abuela, yo no la vi. Puede que estuviera allí pero que no se
dejara ver.
Parece ser que los propósitos de los cristales están siempre relacionados con guardar y
mantener los antiguos conocimientos y recuerdos mayas hasta el Final de los Tiempos...,
este momento que estamos viviendo ahora.
Yo no sabía lo que significaba que tantas calaveras de cristal penetraran en las energías
de nuestro pequeño grupo. Normalmente solía aparecer una, como lo hizo en
Dzibilchaltún, y una vez que había revelado lo que deseaba revelar, desaparecía de nuevo
en la selva. Entonces aparecía otra, interactuaba con nuestro grupo y volvía a
desaparecer para no ser vista nunca más. Esto sucedía de continuo, tal y como Hunbatz
Men, en su sabiduría maya, había predicho cuando estuvimos tomando el té juntos en
Mérida.
Aquella noche, poco después de llegar a nuestro bonito hotel, el cielo se abrió y la lluvia
comenzó a caer en auténtico diluvio, respondiendo al anuncio del anciano maya de que
«llovería antes de mañana». Miré hacia los cielos, cerré los ojos y di gracias a Dios por su
bendición y por aquel segundo reconocimiento hacia nuestras oraciones y nuestra
ceremonia. No pude evitar volver a sentir, como ya había hecho con anterioridad, que
aquél era el grupo «correcto» para lo que estábamos haciendo.
Debíamos llevar a cabo dos ceremonias concretas más antes de regresar a Uxmal y
Marida. Pero primero debían tener lugar dos procesos para que nos preparáramos a
nosotros mismos, y quizá al mundo, liberando nuestras energías negativas masculinas y
femeninas de los últimos miles de años. Aquellos dos «procesos» se parecían bastante a
una ceremonia, pero de hecho estaban más cerca de la terapia moderna. Cada miembro
del grupo había acudido a Yucatán con graves trastornos emocionales internos asociados
con sus energías sexuales. Esto le sucede prácticamente a todas las personas. Para
explicarlo de forma breve, cuando los chakras sexual, corazón y pineal —el situado en el
centro de la cabeza— están alineados, trabajan juntos como si fuesen uno solo. La falta
de alineamiento provoca trastornos emocionales, y estos trastornos emocionales
provocan la falta de alineamiento. Había que reequilibrar aquellos trastornos en nuestro
grupo antes de que pudiéramos llevar a cabo las dos últimas ceremonias, o seríamos
incapaces de terminar nuestro trabajo.
Para muchas personas, estos dos procesos, que debían tener lugar tras completar
nuestro trabajo en Kohunlich, el templo del tercer ojo, constituyeron las experiencias
más sentidas de todas las que vivimos a lo largo de nuestro viaje.
La energía se había acumulado de tal manera en Tulum que todos sabíamos que nuestro
viaje seguiría desarrollándose de una manera milagrosa que estaba fuera de nuestro
control. Sólo la Madre Tierra y los antiguos mayas sabían lo que iba a suceder o a dónde
conducía aquello.
Y eso es exactamente lo que los mayas actuales nos han estado diciendo a todos. En
palabras crípticas nos contaron, en agosto de 2003, que el 15 de diciembre de ese mismo
año íbamos a entrar en un nuevo mundo. Y que, mientras tanto, puede que estuviéramos
rodeados por el caos.
Yo sentí que nuestro viaje por tierras mayas estaba demostrando la naturaleza de este
cambio que vamos a experimentar todos nosotros. Pues lo cierto es que nuestro mundo es
un sueño, y que su naturaleza onírica se está haciendo cada vez más evidente. De hecho,
el Soñador está a punto de despertar y darse cuenta de que está soñando. Y lo que es aún
más importante, el propio Sueño de vivir en este planeta puede ser ahora cambiado. ¡Ésa
es la clave!
Después del 8 de noviembre de 2003, momento en el que se produjo un eclipse total de
Luna y una gran conjunción planetaria (el acontecimiento astrológico fue denominado
Concordancia Armónica), todos debemos ir lentamente dándonos cuenta de que el Sueño
es en realidad «sólo luz e intención». Eso es lo que yo creo, aunque sé que todavía va a
tardar un tiempo. El portal hacia la cuarta dimensión comenzará a abrirse de par en par
para aquellos que saben.
¿Qué es lo que esto significa? Significa que estamos fuera de tiempo. Debemos asumir la
responsabilidad de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. Cada uno de
nosotros es el Soñador. Y lo que soñemos se hará real en este mundo. Esto es lo que
creen los mayas: a medida que nos acercamos al 21 de diciembre de 2012 y al 19 de
febrero de 2013, el poder del Soñador se va haciendo cada vez más fuerte.
Los Mundos Interiores y el Mundo Exterior comenzarán ahora a fundirse en uno solo.
Esto lo creen no sólo los mayas, sino también muchos otros grupos y profetas indígenas. Y
para crear esta unidad, primero debemos quemar la escoria de la dualidad, la nega-tividad
con la que hemos vivido tanto tiempo.
De acuerdo con eso, la siguiente fase de nuestro viaje sagrado por tierras mayas parecía
ofrecernos un patrón para esta preparación que todos estamos experimentando ahora. En
los dos días que tardamos en ir de Tulum a Palenque, todos experimentamos una serie de
experiencias y ceremonias que parecían diseñadas para conducirnos a todos al siguiente
nivel de ser.
Al día siguiente de la celebración del equinoccio en Chichén Itzá, y con las ceremonias y
las oraciones resonando aún en nuestros corazones, dejamos el Mayaland Hotel y
dirigimos nuestros pasos hacia Quintana Roo.
Ese día íbamos a viajar hacia el emplazamiento maya del quinto chakra, situado en Tulum.
De camino hacia el hotel, un centro turístico en el Caribe mexicano, debíamos visitar
Coba, quizá el mayor yacimiento de Yucatán, aunque gran parte de sus restos aún no han
sido excavados. A última hora de la tarde teníamos previsto recorrer el camino hasta uno
de los cientos de cenotes de Quintana Roo, situado en tierras particulares y escondido en
las selvas cercanas a Tulum.
Mientras recorríamos lentamente el largo camino hasta Coba, y después de haber vivido
tantas sorpresas, habíamos dejado de pensar en lo que podíamos encontrar. Como niños,
nos limitábamos a mantener el corazón y los ojos abiertos. Esperábamos sencillamente
que Dios nos mostrara nuestra siguiente responsabilidad.
La antigua ciudad de Coba
En Coba encontramos un área llena de pequeños establecimientos al aire libre, cubiertos
con techados de palma, donde comimos. Una de las especialidades era la leche de coco
fresca, que se sorbía con una paja procedente del mismo coco. Tras la comida,
penetramos en el recinto del templo de Coba.
Este templo abarca casi ochenta kilómetros cuadrados y en un tiempo fue el hogar de
una población estimada de cuarenta mil mayas. La antigua ciudad que en origen rodeaba
Coba era tan grande que si la hubiéramos podido ver como era hace mil años,
probablemente habríamos cambiado nuestro concepto de quiénes eran los mayas. Desde
la parte superior de la Gran Pirámide de Coba, Nohoch Mul, podíamos comprobar que allí
estuvo establecida una civilización muy avanzada.
Nuestro guía, Humberto, nos dijo que Coba era el centro de un sistema de sofisticadas
carreteras antiguas denominadas sacbe. Estas carreteras de piedra alcanzaban una
altura de uno o dos metros y estaban cubiertas de mortero. En la actualidad, la mayor
parte de este mortero ha desaparecido, pero muchas de las piedras permanecen en su
sitio, Humberto nos las había estado señalando a lo largo del viaje. En la cumbre de la
civilización maya, todas las sacbe conducían a Coba.
Como nos comentó Humberto, la razón de ser de estas carreteras constituye un enigma,
pues los mayas carecían de medios de transporte sobre ruedas y tampoco tenían caballos.
Puede que se utilizaran para procesiones religiosas. Lo cierto es que, según nuestro guía,
los dibujos que forman las carreteras están relacionados con el calendario maya. Parecen
ser partes de una gigantesca «máquina del tiempo» astronómica, pero no quedó claro
cómo pensaba Humberto que funcionaba todo aquello. Es una de esas cosas que alguien
debería investigar.
Uno de los encantos de Coba son los bicitaxis. Aquellos visitantes que no desean hacer a
pie el largo trayecto desde la entrada hasta la Gran Pirámide pueden hacerlo montados
en estos vehículos. Carecen de motor y son muy parecidos a rickshaws de cuatro ruedas,
pero el conductor va pedaleando en lugar de tirar de ellos a pie. No los vimos en ningún
otro lugar de Yucatán.
Al acercarme a la Gran Pirámide, Nohoch Mul, me pregunté si se parecería en algo a lo
que Ken y yo habíamos visto hacía tantos años. En 1985 allí no había más que una pequeña
casa de piedra en lo alto de una gran colina. En la actualidad, ya totalmente descubierta,
es la pirámide más alta de Yucatán.
Otros muchos de los seis mil templos, pirámides y demás estructuras que se estima que
puede haber en el lugar habían sido excavados desde mi visita anterior. Ahora la Gran
Pirámide, a pesar de su tamaño, parece algo casi sin importancia entre todas las de este
vasto complejo. Resultaba sorprendente ver tantas construcciones descubiertas y
dibujadas en los mapas, unas construcciones que anteriormente habían estado
escondidas.
La energía del lugar era fantástica.
No íbamos a celebrar ninguna ceremonia en Coba, sólo queríamos sentir y estar en
comunión. De ahí que todos los integrantes del grupo tuvieran libertad para explorar y,
como agua que se evapora, rápidamente desaparecieron entre los árboles para investigar
por todo el lugar. Luego, como la niebla que se separa y vuelve a juntarse, se volvían a
encontrar descubriendo lugares intrigantes, meditando. Me divertí muchísimo. Todo
aquello producía una sensación maravillosa.
Tulum: el arco iris circular
En los dieciocho años que habían pasado desde que caminé sobre la hierba de Tulum, el
gobierno había arreglado la zona para poder controlar con más facilidad a los turistas; y
aquel fin de semana había muchos.
Sin embargo, nada de eso me importaba; ni las masas de gente, ni los cambios. Podía
sentir que lo que iba a suceder allí tendría significado y sería importante para el
equilibrio de las energías mayas.
Al principio todos nos fuimos en direcciones diferentes, explorando, mientras yo
intentaba recordar el lugar en el que habíamos colocado el cristal. Hacía tanto tiempo...,
pero al cabo de unos veinte minutos lo encontré. Supe de inmediato que aquél era el lugar
cuando miré hacia el interior y vi los frescos.
De pie en aquel templo recorrí con la mirada la zona de Tulum, buscando un lugar en el
que realizar nuestra ceremonia. Enseguida observé, en una extensión de hierba que
rodeaba los templos de Tulum, una zona que parecía brillar más que ninguna otra. Caminé
directamente hasta ella. Para entonces el grupo se había congregado y todos me
siguieron.
El lugar era perfecto. Qué era o por qué lo era, no tengo ni idea, pero era perfecto.
A continuación, elegí el lugar que debía marcar el centro de nuestro círculo, coloqué un
trozo de tela sobre el suelo para formar el altar y señalicé las cuatro direcciones.
Alguien del grupo me entregó un cristal de gran tamaño y lo situé en el centro del altar.
Luego los demás fueron añadiendo sus propios artículos y cristales. Muy pronto todo
quedó preparado para nuestra ceremonia.
Entre los que se ofrecieron voluntarios, elegí a cuatro personas, dos hombres y dos
mujeres, para las posiciones de las cuatro direcciones. Los cuatro se colocaron en las
direcciones que representaban, de cara al centro del círculo. Por turnos, pronunciaron sus
plegarias y «se convirtieron» en aquella dirección, proporcionando protección al círculo
interior.
Entonces yo me arrodillé en el centro del círculo, representando las direcciones de
arriba y abajo, y elevé oraciones para sellar aquel espacio interior.
Ahora voy a describir las cosas que tuvieron lugar en aquella ceremonia tan poderosa, en
los «planos interiores».
A los pocos minutos de haber comenzado, algunos de los mayas que vivían en el interior
de la Tierra establecieron contacto conmigo y me pidieron permiso para tomar parte en
la ceremonia. Tres mayas muy ancianos aparecieron, literalmente, frente a mí; sus
cuerpos eran translúcidos, pero yo podía verlos con claridad. Me miraron a los ojos y con
gran respeto preguntaron telepáticamente si podían entrar en la ceremonia. Se unieron a
nosotros y a continuación llegaron más.
Para ayudar a aquellos integrantes del grupo que no podían «ver», comencé a hablar y a
describir lo que estaba ocurriendo en uno de los sóbretenos invisibles de la tercera
dimensión que nos rodea.
En primer lugar, los tres ancianos mayas que acababan de pedir el permiso entraron en
nuestro círculo desde el norte y se colocaron de pie frente al altar. Era evidente que el
mayor de los tres, el que estaba en el centro, era el dirigente. Comenzó a hablar en
lengua maya, pidiendo a los demás miembros de su tribu que emergieran.
A continuación vinieron otros cuatro, dos hombres y dos mujeres, y se colocaron detrás
de los de nuestro grupo en cada una de las cuatro direcciones, sellando el espacio interior
aún más con su conocimiento y su comprensión. Luego vinieron alrededor de treinta más,
que se dispersaron alrededor de nuestro círculo.
Tras esto comenzó un intercambio entre nuestro grupo y el suyo. Su interés primordial
era obtener el control del medio, y en especial de la lluvia, para aportar equilibrio tanto al
Mundo Exterior como al Interior, pues ambos estaban desequilibrados. De hecho, la
península del Yucatán estaba atravesando un periodo de gran sequía. Llevaba meses sin
llover.
Los mayas comenzaron a «construir» una inmensa pirámide energética que se extendía
en las cuatro direcciones. Al principio la hicieron pequeña, aproximadamente del tamaño y
área de la zona sobre la que se encontraba el grupo, y luego la agrandaron con sus mentes
hasta que llegó a medir unos cinco kilómetros por cada lado. Lo hicieron exactamente de
la misma forma que me habían enseñado a mí los taos pueblo de Nuevo México. «Vieron» o
dibujaron en sus mentes aquella pirámide en el espacio de la tercera dimensión (nuestro
mundo) y luego, con su intención, la hicieron realidad. También le dieron su aliento para
otorgarle energía de fuerza vital, que es lo que realmente hace que el entorno reaccione
como si se tratase de una pirámide tridimensional real.
Una persona normal no habría sido capaz de ver aquella pirámide, pero el entorno no
conoce la diferencia. Y una pirámide actúa exactamente igual que una montaña en la
naturaleza. Atrae las nubes y la lluvia. Las pequeñas no producen demasiado efecto, pero
las grandes, especialmente cuando alcanzan un tamaño de cinco kilómetros, afectan al
entorno como si fuesen montañas gigantescas.
Aquella pirámide se convirtió en la «montaña» central para traer la lluvia. Los mayas del
interior de la Tierra podían controlar la altura de la montaña, y con ello la cantidad de
lluvia que debía llegar a aquella parte de la península. Para aumentar aún más la zona de
influencia de la pirámide, los mayas hicieron más y las colocaron una junto a otra, como
una sierra que se extendiera muchos kilómetros hacia el norte.
Cuando aquello terminó, el anciano maya del centro anunció que llovería antes del día
siguiente y que la sequía había pasado.
Para terminar la ceremonia, el anciano maya nos pidió que cantáramos al Sol
pronunciando su nombre, Kin. Todos, tanto los mayas espectrales como los integrantes
de nuestro grupo, entonamos varias veces el nombre del Sol. Con la última nota,
levantamos las manos al aire y abrimos los ojos mirando hacia el cielo para dar fin a
aquella poderosa ceremonia.
Cuando abrimos los ojos con la última nota del sagrado nombre maya del Sol, miramos
hacia el cielo y fuimos testigos de un signo deliberado y sagrado que indicaba que
habíamos realizado la ceremonia correctamente. Alrededor del Sol, en aquel día claro y
sin nubes, pudimos contemplar un arco iris circular, perfecto y brillante, tanto que cada
color resaltaba como si se tratara de luz eléctrica. En aquel momento supimos que lo que
acabábamos de hacer, y todo lo que estábamos haciendo durante aquel viaje, era
bendecido por el Gran Espíritu. Mi corazón se abrió tanto que creí que me derretiría en la
Tierra junto con los mayas, que estaban retornando a sus Mundos Interiores. Fue
precioso.
Me pregunto lo que debieron pensar los cientos de turistas con sus niños cuando nos
vieron abrazándonos, llorando y sonriendo de oreja a oreja mientras hablábamos entre
nosotros en cuatro o cinco idiomas diferentes. En aquel momento, sin embargo, yo no era
consciente de que hubiera más personas por allí.
La mayoría de nosotros corrimos hacia el mar y saltamos a las maravillosas aguas color
turquesa, que nos columpiaron como a los corchos de una red de pesca. Los que no habían
llevado el bañador se metieron vestidos, y todos chapoteamos, reímos y jugamos. ¡Era
fantástico! ¡La vida era estupenda!
Y todavía, en el cielo, el mágico arco iris seguía rodeando al brillante Sol. Duró muchísimo
tiempo.
Aparece otra calavera de cristal
Un rato después llegó el momento de volver al autobús..., o al menos eso era lo que
creíamos. Sin embargo, Dios consideraba que todavía no habíamos concluido aquel día.
Cuando cruzaba los terrenos del templo de Tulum, de camino hacia el aparcamiento, me
paró el mexicano que me había entregado la calavera blanca en Dzi-bilchaltún. Tenía en
las manos otra antigua calavera maya de cristal que me atraía como la llama a una
mariposa. Aquélla era verde como el jade y ligeramente transparente.
Cuando me conecté con el cristal, me presentó a un único hombre que vivía en su interior.
Este me volvió a demostrar cómo los antiguos mayas utilizaban aquellos cristales.
Un individuo era elegido para morir, afirmó. Entonces su espíritu entraba en el cristal y
residía en él hasta que el propósito de éste se cumplía. En el cristal blanco lechoso de
Dzibilchaltún, los residentes de la calavera habían sido una pareja, hombre y mujer, y una
abuela. Si en ésta había otra abuela, yo no la vi. Puede que estuviera allí pero que no se
dejara ver.
Parece ser que los propósitos de los cristales están siempre relacionados con guardar y
mantener los antiguos conocimientos y recuerdos mayas hasta el Final de los Tiempos...,
este momento que estamos viviendo ahora.
Yo no sabía lo que significaba que tantas calaveras de cristal penetraran en las energías
de nuestro pequeño grupo. Normalmente solía aparecer una, como lo hizo en
Dzibilchaltún, y una vez que había revelado lo que deseaba revelar, desaparecía de nuevo
en la selva. Entonces aparecía otra, interactuaba con nuestro grupo y volvía a
desaparecer para no ser vista nunca más. Esto sucedía de continuo, tal y como Hunbatz
Men, en su sabiduría maya, había predicho cuando estuvimos tomando el té juntos en
Mérida.
Aquella noche, poco después de llegar a nuestro bonito hotel, el cielo se abrió y la lluvia
comenzó a caer en auténtico diluvio, respondiendo al anuncio del anciano maya de que
«llovería antes de mañana». Miré hacia los cielos, cerré los ojos y di gracias a Dios por su
bendición y por aquel segundo reconocimiento hacia nuestras oraciones y nuestra
ceremonia. No pude evitar volver a sentir, como ya había hecho con anterioridad, que
aquél era el grupo «correcto» para lo que estábamos haciendo.
Debíamos llevar a cabo dos ceremonias concretas más antes de regresar a Uxmal y
Marida. Pero primero debían tener lugar dos procesos para que nos preparáramos a
nosotros mismos, y quizá al mundo, liberando nuestras energías negativas masculinas y
femeninas de los últimos miles de años. Aquellos dos «procesos» se parecían bastante a
una ceremonia, pero de hecho estaban más cerca de la terapia moderna. Cada miembro
del grupo había acudido a Yucatán con graves trastornos emocionales internos asociados
con sus energías sexuales. Esto le sucede prácticamente a todas las personas. Para
explicarlo de forma breve, cuando los chakras sexual, corazón y pineal —el situado en el
centro de la cabeza— están alineados, trabajan juntos como si fuesen uno solo. La falta
de alineamiento provoca trastornos emocionales, y estos trastornos emocionales
provocan la falta de alineamiento. Había que reequilibrar aquellos trastornos en nuestro
grupo antes de que pudiéramos llevar a cabo las dos últimas ceremonias, o seríamos
incapaces de terminar nuestro trabajo.
Para muchas personas, estos dos procesos, que debían tener lugar tras completar
nuestro trabajo en Kohunlich, el templo del tercer ojo, constituyeron las experiencias
más sentidas de todas las que vivimos a lo largo de nuestro viaje.
La energía se había acumulado de tal manera en Tulum que todos sabíamos que nuestro
viaje seguiría desarrollándose de una manera milagrosa que estaba fuera de nuestro
control. Sólo la Madre Tierra y los antiguos mayas sabían lo que iba a suceder o a dónde
conducía aquello.
Y eso es exactamente lo que los mayas actuales nos han estado diciendo a todos. En
palabras crípticas nos contaron, en agosto de 2003, que el 15 de diciembre de ese mismo
año íbamos a entrar en un nuevo mundo. Y que, mientras tanto, puede que estuviéramos
rodeados por el caos.
Yo sentí que nuestro viaje por tierras mayas estaba demostrando la naturaleza de este
cambio que vamos a experimentar todos nosotros. Pues lo cierto es que nuestro mundo es
un sueño, y que su naturaleza onírica se está haciendo cada vez más evidente. De hecho,
el Soñador está a punto de despertar y darse cuenta de que está soñando. Y lo que es aún
más importante, el propio Sueño de vivir en este planeta puede ser ahora cambiado. ¡Ésa
es la clave!
Después del 8 de noviembre de 2003, momento en el que se produjo un eclipse total de
Luna y una gran conjunción planetaria (el acontecimiento astrológico fue denominado
Concordancia Armónica), todos debemos ir lentamente dándonos cuenta de que el Sueño
es en realidad «sólo luz e intención». Eso es lo que yo creo, aunque sé que todavía va a
tardar un tiempo. El portal hacia la cuarta dimensión comenzará a abrirse de par en par
para aquellos que saben.
¿Qué es lo que esto significa? Significa que estamos fuera de tiempo. Debemos asumir la
responsabilidad de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. Cada uno de
nosotros es el Soñador. Y lo que soñemos se hará real en este mundo. Esto es lo que
creen los mayas: a medida que nos acercamos al 21 de diciembre de 2012 y al 19 de
febrero de 2013, el poder del Soñador se va haciendo cada vez más fuerte.
Los Mundos Interiores y el Mundo Exterior comenzarán ahora a fundirse en uno solo.
Esto lo creen no sólo los mayas, sino también muchos otros grupos y profetas indígenas. Y
para crear esta unidad, primero debemos quemar la escoria de la dualidad, la nega-tividad
con la que hemos vivido tanto tiempo.
De acuerdo con eso, la siguiente fase de nuestro viaje sagrado por tierras mayas parecía
ofrecernos un patrón para esta preparación que todos estamos experimentando ahora. En
los dos días que tardamos en ir de Tulum a Palenque, todos experimentamos una serie de
experiencias y ceremonias que parecían diseñadas para conducirnos a todos al siguiente
nivel de ser.
CAPÍTULO CATORCE
LA PURIFICACIÓN DE LAS TIERRAS MAYAS
El templo de Chichén Itzá
El elegante Mayaland Hotel se asienta en la selva de Yucatán, al borde mismo de los
terrenos del templo de Chichén Itzá. Fuimos allí derechos desde Balancanché y llegamos
mucho antes de lo que esperábamos gracias a las facilidades que nos habían dado para
visitar las grutas.
Aquella noche, antes de cenar, se me pidió que instruyera a nuestros dos grupos, el de
los europeos de Carolina Hehenkamp y el nuestro, sobre la Meditación de Vivir en el
Corazón. Sólo para unos pocos de los participantes se trataba de algo nuevo. Muchos ya la
habían aprendido en un taller anterior. Gracias a las poderosas experiencias que habíamos
vivido durante la tarde, incluso aquellos que nunca habían realizado esta meditación del
corazón con anterioridad fueron capaces de comprender fácilmente de lo que trata: la
necesidad de apartar nuestra consciencia del cerebro y llevarla al corazón físico, y cómo
se consigue: recordando la Conciencia de Unidad.
Es un poco complicado entender y llevar a cabo el cambio interior de empezar a vivir no
desde la mente, sino desde el corazón. Así es como vivíamos antes de la caída desde la
Consciencia Única a la consciencia del bien y del mal hace trece mil años. En ese momento
comenzamos a juzgar todas y cada una de las situaciones y las imágenes que la vida nos
proporcionaba.
En realidad, volverse hacia el corazón es algo tan simple que al principio la mayor parte
de la gente encuentra difícil vivir la experiencia. Hemos aprendido a creer que cuanto
más complejo o complicado es algo, más importancia tiene. Pero eso no puede aplicarse a
nuestra consciencia original.
Yo creo que la causa de que los pueblos indígenas del mundo me hayan pedido que tome
parte en sus ceremonias es porque he aprendido a vivir dentro de mi corazón. Ellos
pueden «ver» que estoy en el corazón, no en la mente, pues así es como ellos funcionan y
ése es el aspecto del alma humana que resulta más importante para ellos. Ambos sabemos
que podemos confiar el uno en el otro, y como los mayas dicen al saludarse: In Lak'es
(«Tú eres otro yo»). Cuando vives en tu corazón, In Lak'esh posee un significado que sólo
el corazón entiende plenamente, pues el espíritu que está en tu interior es el mismo que
está en el mío.
Si deseas saber más acerca de este asunto, he escrito un libro titulado Viviendo en el
corazón, que no sólo lo explica con mucho más detalle, sino que también te ofrece las
instrucciones precisas para que puedas probarlo y decidir por ti mismo si vivir en el
corazón te hace sentir mejor que vivir en la mente, o no.
Después de cenar, nos colocamos todos bajo las estrellas en aquel precioso lugar con la
pirámide del chakra corazón de Chichén Itzá muy cerca, entramos todos juntos en el
Espacio Sagrado del Corazón y respiramos como Uno Solo.
Y ahora el lado oscuro: sólo una ilusión
Cuando todo el mundo se retiró a descansar en espera de la gran ceremonia y
celebración del equinoccio, me llegó el momento de enfrentarme al problema de la
entidad que habíamos observado en la primera ceremonia de Labná y aquella mañana con
la calavera de cristal en Dzibilchaltún. Tenía que hacerlo antes de que participáramos en
la ceremonia del día siguiente en Chichén Itzá. En caso contrario, aquella energía podría
interferir con todo lo que estábamos intentando conseguir. No podíamos ignorarla.
En mi opinión, lo que sucedía era que aquella mujer, una de las integrantes de nuestro
grupo en aquel viaje, había sido atacada por un espíritu o varios, cuya intención era
perturbar lo que hacíamos de todas las formas posibles.
Nos reunimos los directores (Diane Cooper, Lionfire, nuestro guía del viaje, Humberto, y
yo mismo) y estuvimos de acuerdo en que debíamos solucionar la situación antes de irnos
a la cama, dado que al día siguiente íbamos a empezar muy temprano.
Sin embargo, ¿dónde podíamos llevar a cabo la sanacion? Yo sabía por experiencia que lo
más probable era que la mujer gritara cuando la entidad abandonara su cuerpo, y no se
puede tener a una mujer chillando en un hotel. Alguien podría llamar a la policía. ¿Qué
podíamos hacer?
Le preguntamos a Humberto si conocía algún lugar al que pudiéramos ir, y él nos sugirió
una zona cercana al aparcamiento del hotel. No era privada, pero decidimos que
pondríamos allí nuestra furgoneta y llevaríamos a cabo la sanacion dentro de ella. Si la
mujer gritaba, el sonido quedaría amortiguado.
Finalmente todo quedó organizado. La mujer se tumbó voluntariamente sobre el asiento
central de la furgoneta. Dos personas de nuestro grupo se quedaron fuera, por si se
acercaba alguien, y otros dos entraron en la furgoneta por si hacía falta ayuda.
La sombra del antiguo sacrificio
Cuando comencé a conectarme telepáticamente con las entidades que se encontraban en
el interior de la mujer, me di cuenta de que eran varias, pero dos de ellas formaban en
realidad una sola, y esta entidad de dos en uno era extremadamente poderosa. Estaba
conectada con el mundo maya y con las antiguas ceremonias sacrifícales. ¡De hecho, esta
entidad y su deseo de crear el caos habían sido en realidad la fuerza que yacía tras la
práctica maya de los sacrificios humanos!
Esta entidad doble vivía no sólo en la mujer que estaba delante de mí, sino también en
otros sesenta habitantes de las tierras mayas, en su mayoría pertenecientes a esa
cultura. Estaba entrelazada e integrada en la propia tierra. La entidad sabía por qué
habíamos ido allí y su función era impedirnos que liberáramos a los mayas que vivían en el
interior de la Tierra. Su intención era evitar que restauráramos el equilibrio.
Llamé al arcángel Miguel y construí la pirámide octaédrica dorada alrededor del cuerpo
de la mujer, con el propósito de que contuviera a las entidades salientes y sirviera como
ventana dimensional para enviarlas de regreso al mundo para el que Dios las creó en
origen.
A mi modo de ver, la retirada de una entidad no es un asunto de fuerza, sino de
compasión y comunicación. Según mi experiencia, una vez que los espíritus se dan cuenta
de que los estamos devolviendo a su mundo, en el que pueden cumplir su propio objetivo
sagrado, suelen cooperar. Desde luego, no luchan. En realidad, suelen asemejarse más a
niños perdidos que a demonios en busca de destrucción.
Pero aquello formaba parte del pasado. Yo tenía una lección que aprender.
Los espíritus más pequeños se sintieron de verdad agradecidos por la oportunidad que
les dábamos de regresar a su casa, y tal y como había sucedido en mis experiencias
previas se fueron sin dar problemas. Pero los dos últimos, los que formaban la entidad
doble, se negaron a irse. Todo el cuerpo de la mujer se retorcía y se hinchaba a causa de
su resistencia. No cedían. El papel que habían representado en las antiguas ceremonias
sacrifícales mayas y su apego a la tierra y a los mayas eran demasiado fuertes y
generales como para que renunciaran a ellos. Durante siglos habían hecho que los mayas
hicieran cosas que los propios mayas sabían en el interior de sus corazones que estaban
mal.
Finalmente no tuve más remedio que emplear la fuerza. Era algo que nunca había hecho
con anterioridad.
Utilizando mi Mer-Ka-Ba, mi cuerpo humano de luz, y el poder y la fuerza del arcángel
Miguel, empezamos a emitir una serie de ondas de energía que debían enfocar las
energías de la entidad dual hacia la ventana dimensional del octaedro, lo que las sacaría
de este mundo y las llevaría al suyo propio, dondequiera que éste estuviera.
¡Aunque se resistieran, si lo lográbamos, para ellas sería como ir al cielo!
Al principio, la parte más débil de las dos fue succionada hacia el vórtice, con una
obstrucción tremenda. Una vez conseguido esto, la otra parte del espíritu, la más fuerte,
era la que nos quedaba por eliminar.
Pero finalmente, mediante una mayor aplicación de poder y fuerza, el espíritu, que seguía
resistiéndose, salió por el estómago de la mujer y comenzó a entrar despacio por la
ventana dimensional.
En el momento exacto en que la entidad abandonó el cuerpo, el Mundo Exterior
respondió desde el poder de este espíritu y su conexión con la Tierra. A unos treinta
metros de distancia del lugar en el que nos encontrábamos, dos cosas sucedieron de
forma simultánea. Los árboles que estaban a la derecha de la mujer, en una pequeña zona
circular de unos seis metros, comenzaron a agitarse con fuerza. Una rama enorme se
rompió y chocó contra el suelo.
A la izquierda, y a la misma distancia, otro grupo circular de árboles, con troncos de un
palmo de diámetro, empezaron también a agitarse violentamente. Era como si un
bulldozer estuviera junto a sus bases intentando arrancarlos. Aunque resultaba
imposible, pues no hacía nada de viento, la mayoría de ellos se rompió por abajo y cayó
sobre un viejo Volkswagen, aplastando por completo el techo y el maletero.
En el instante en que el espíritu abandonó a la mujer, yo pude «ver» que los otros mayas
que estaban conectados con aquellos espíritus, así como las propias tierras mayas en un
espacio de cientos de kilómetros a la redonda, se aclaraban repentinamente. Fue como si
hubiera desaparecido en un instante un gigantesco huracán.
Ya había terminado todo. Ya estaba todo tranquilo.
Las tierras mayas eran libres de nuevo. Y una vez más, aquella mujer estaba sola en su
cuerpo.
Ahora nuestro grupo estaba preparado para la Ceremonia del Corazón que se iba a
celebrar al día siguiente en Chichén Itzá, una ceremonia que hace mucho tiempo predijo
el pueblo maya y su calendario: un grupo de ancianos indígenas junto con personas de
todos los rincones de la Tierra rezando como Uno Solo para que el mundo encontrara la
paz.
El cumplimiento de una antigua profecía
Los sonidos de los pájaros tropicales atravesaban las contraventanas de madera cuando
desperté de un bello sueño a otro que por el momento parecía lejano. Entonces recordé.
Aquél era el día que llevaba dos años y medio esperando. Hunbatz Men me había enviado
un correo electrónico hacía mucho invitándome a una ceremonia predicha por el
calendario maya. Y ese día había llegado.
Salté de la cama, me vestí y corrí escaleras abajo, sabiendo que teníamos un horario muy
apretado y que era importante no llegar tarde ni cometer errores. Eran demasiadas las
personas que esperaban aquel momento con ansiedad. Yo pensaba que si nuestro grupo se
retrasaba, tendrían que empezar sin nosotros.
En el vestíbulo había sesenta personas, vestidas de blanco impoluto, tal y como había
pedido Hunbatz. Sus sonrisas y su exuberante energía lo decían todo. Estábamos
preparados para todo lo que la vida nos ofreciera y dispuestos a dar desde nuestros
corazones y nuestras plegarias. Después de las grutas de Balancanché, nuestros
corazones estaban abiertos de par en par y nuestro grupo constituía Un Solo Corazón. La
vida estaba lista para desplegar otro capítulo de su misterio. ¿Quién sabía lo que estaba
a punto de suceder? Desde luego, yo no.
Nos colocamos de dos en dos para entrar por la puerta y caminamos así hacia el complejo
de Chichén Itzá, avanzando entre los árboles tropicales hasta que llegamos a la base de
la Pirámide del Castillo, en su lado oriental. El Sol brillaba con fuerza., por lo que nos
colocamos bajo los árboles buscando su sombra.
Estaba previsto que Hunbatz llegara con su séquito de más de doscientos cincuenta
ancianos y chamanes indígenas alrededor de las diez de la mañana, por lo que nos
reunimos en pequeños grupitos en los terrenos de la pirámide, charlando entre nosotros y
esperando.
Y esperamos, y esperamos. También el grupo europeo estaba con nosotros y unas cuantas
personas empezaron a aprender canciones de otras de diferentes países. Estuvieron un
rato cantando y luego lo dejaron. Y seguíamos esperando. ¿Dónde estaban los ancianos?
Nadie lo sabía.
Ya avanzada la mañana, se me acercaron el sacerdote y la sacerdotisa del templo de
Uxmal para presentarse. Llevaban los atuendos ceremoniales completos, bellos y llenos de
energía. Sus sonrisas relajadas y su actitud de estar a gusto dejaban ver su gran Luz
espiritual interior. Nos dieron las gracias por estar allí y por tomar parte en las
ceremonias. En nombre del grupo les presenté nuestro amor y respeto, y ofrecí toda la
ayuda que pudiéramos aportar.
Poco después otro hombre, un sacerdote inca de Perú, también vestido con el traje
ceremonial completo, llegó y comenzó a hablar con un grupo que estaba cerca de nosotros
bajo un gran árbol. Su energía era robusta. Estaba allí, al parecer, para inspirar a las
personas para la gran ceremonia que estaba a punto de tener lugar. ¿Pero dónde estaba
Hunbatz Men? No había señales de él. Ya era casi mediodía y el Sol estaba alto.
Finalmente nos llegaron noticias de que Hunbatz y los ancianos se habían retrasado. La
policía había cortado las carreteras a cuatro kilómetros del templo y los ancianos tenían
que llegar caminando.
Esperamos un poco más, pero entonces nos enteramos de otro problema. Al parecer, el
emplazamiento ceremonial había sido trasladado a una zona detrás de la Pirámide del
Castillo, entre los árboles. Y a pesar de la ausencia de Hunbatz Men y de los ancianos,
estaba a punto de comenzar.
Yo no sabía lo que le había pasado a Hunbatz, pero mi guía interior me indicó claramente
que continuara con aquella nueva ceremonia.
Nuestro círculo del arco iris
Nuestro grupo caminó una pequeña distancia y salió a un gran claro en la selva, donde la
energía se sentía perfecta para lo que íbamos a hacer. Estábamos con el grupo de
Carolina Hehenkamp y se nos unieron más personas cuando formamos un gran círculo. Un
círculo compuesto por gentes de todos los colores y razas.
El sacerdote y la sacerdotisa de Uxmal que iban a dirigir la ceremonia extendieron unas
telas especiales sobre el suelo para formar un altar. Sobre ellas se colocaron muchos
cristales y objetos ceremoniales. Y finalmente, primero una, luego dos y hasta trece
calaveras mayas de cristal se dispusieron sobre el altar en apretado círculo. Sobre ellas
se colocó un tejido maya, escondiéndolas de la vista, pues no había llegado todavía el
momento de su ceremonia «especial». Me dio la sensación de que las calaveras estaban
cantando y una vez más me encontré entrando en meditación con ellas.
Ante mi sorpresa, la sacerdotisa, que claramente parecía ser la que dirigía la ceremonia,
me pidió que entrara en el círculo interior.
Me preguntó si había alguien más en mi grupo que perteneciera allí, y yo pronuncié el
nombre de Lionfire. En realidad, aquel mundo maya parecía ser mucho más suyo que mío.
Se invitó a unos quince ancianos e indígenas a que se unieran al círculo interior. Algunos
eran mexicanos, otros estadounidenses, pero la mayoría, incluyendo al sacerdote inca,
pertenecían a culturas indígenas. Recuerdo especialmente a un grupo de tres chamanes
incas de Sudamérica; eran tan bellos que yo pude percibir la pureza de la Madre Tierra
saliendo de sus corazones en ondas de pura alegría.
La sacerdotisa maya prendió hierbas ceremoniales e incienso en un pequeño caldero maya
antiguo, y su olor acre inundó el aire. Luego elevó los brazos mientras su compañero hacía
sonar la concha y abría la ceremonia con oraciones a las cuatro direcciones.
Para mantener la ceremonia en sí misma oculta, la sacerdotisa y el sacerdote oraban en
lengua maya. Sus plegarias se elevaron, engarzadas con el humo procedente del caldero.
A continuación, cada uno de los integrantes del círculo interior hablamos y rezamos por
turnos, pidiendo desde nuestros corazones por lo que éstos deseaban con más fuerza: la
sanacion de la Tierra y de sus gentes.
Había belleza, fuerza y precisión en aquello que estábamos haciendo. Parecía que la
ceremonia había sido planeada hacía muchísimo tiempo. Todo parecía desarrollarse como
si estuviera cuidadosamente ensayado.
Pero había algo más, un aspecto del que no me di cuenta por lo muy metido que estaba en
la ceremonia. Era algo relacionado con las personas del círculo exterior.
Mientras los que dirigíamos la ceremonia murmurábamos, cada uno en su idioma, las
palabras que deseábamos enviar al Espíritu, nuestros mensajes estaban siendo traducidos
a varios idiomas. Uno tras otro, los sentimientos y las oraciones ceremoniales flotaban
sobre el enorme claro en maya, español, inglés, alemán, ruso, francés..., llevados por el
viento a aquel increíble grupo de individuos que habían acudido desde todas las partes del
mundo para ayudar a la humanidad a convertirse en Uno Solo. Más tarde, una mujer me
dijo:
—Durante toda la ceremonia sentí que la Torre de Babel se iba derrumbando despacito.
Supe que nuestro mundo nunca volvería a ser el mismo.
Puede que, al unirnos de aquel modo a los mayas en aquella antigua ceremonia,
estuviéramos simbólicamente acabando con las divisiones entre países, culturas y razas.
Con el tiempo, esto se hará realidad.
Cuando las últimas volutas de humo se elevaron sobre la multitud y la ceremonia terminó,
nos abalanzamos unos hacia otros como viejos amigos de tribus hace mucho tiempo
perdidas, abrazándonos y compartiendo no sólo amor, sino también números de teléfono y
direcciones, formas de comunicarnos para mantener unida aquella energía que todos
sentíamos. Éramos un arco iris de Un Solo Espíritu.
Hunbatz Men y los ancianos
Cuando me dirigía de vuelta a la pirámide se me acercó una persona corriendo para
decirme lo que les había sucedido a Hunbatz Men y a los ancianos. Después de la belleza
de lo que acababa de acontecer, aquello parecía casi una pesadilla.
Al final habían conseguido llegar a Chichén Itzá y se prepararon para celebrar la
ceremonia en el sitio inicialmente dispuesto para ello. Colocaron un caldero con hierbas e
incienso sobre el suelo. Y cuando los ancianos estuvieron listos, comenzaron la ceremonia
prendiendo el incienso del caldero.
En ese momento entró la policía corriendo con un extintor y apagó el fuego.
Los ancianos se enfurecieron y comenzaron a discutir con la policía. Hunbatz, sin
embargo, permaneció en silencio, pues había estado esperando aquello e incluso lo había
avisado.
Al final, la policía desbarató la ceremonia e incluso arrestó a ocho de los ancianos
sudamericanos. Con lo cual, antes incluso de que empezara, la ceremonia había terminado.
Hunbatz me lo contó más tarde cuando vino a unirse a nuestro grupo. En aquel momento
nosotros ya estábamos profundamente inmersos en la oración en nuestra propia
ceremonia y, según sus creencias, en esas circunstancias no podía reunirse con nosotros.
En vez de eso, dio dos vueltas alrededor de nuestro círculo de oraciones mientras nos
bendecía.
Me dijo que si nosotros no hubiéramos estado allí, procedentes de todos aquellos países,
y si no hubiéramos llevado a cabo nuestra propia ceremonia conducidos por los dos
sacerdotes mayas, el calendario maya no se habría cumplido. Nos dio las gracias con
lágrimas en los ojos.
Miramos cada uno en el corazón del otro y estuvimos agradecidos, sabiendo que el Gran
Espíritu trabaja en formas que no siempre resultan comprensibles.
La llegada de la serpiente
Cuando concluyó la ceremonia, nuestro pequeño grupo internacional de almas quedó en
libertad para unirse a la enorme muchedumbre que se había reunido para contemplar el
descenso de la «serpiente» por la Pirámide del Castillo, tal y como Ken y yo habíamos
hecho mucho tiempo atrás, en 1985.
En esta ocasión, 21 de marzo de 2003, se estimó que había allí más de ochenta mil
personas, tantas que ni siquiera se podía caminar por la enorme pradera cubierta de
hierba frente a las escaleras por las que la serpiente debía realizar su portentoso
descenso.
Pero, vaya por Dios, el cielo se había cubierto de nubes. Y por la tarde estuvo gris. No
había sol que pudiera dar sombra. Ochenta mil personas, gentes de todo México,
Sudamérica y el mundo, estaban .sentadas o de pie, con sus comidas y sus familias,
esperando una sombra que quizá no apareciera nunca.
Y de repente, ya bastante avanzada la tarde, las nubes se abrieron y el Sol se abrió
camino, resplandeciente de gloria, para iluminar la pirámide, proyectando su sombra
sobre el lateral de los escalones de la pirámide. La multitud, llena de excitación, lanzó un
grito de alegría pura y se quedó silenciosa observando el místico movimiento de la sombra
de la «serpiente».
La contemplación de la vasta y embelesada multitud me recordó a Lis de los conciertos
de rock de los años sesenta. Pero era como si los Antiguos y los Muertos Agradecidos
hubieran intercambiado sus puestos. En lugar de estar escuchando a una banda
carismática cuya excitante música estallara sobre el escenario, estábamos todos
cautivados, todos y cada uno de nosotros, por una sombra lenta y silenciosa que se
deslizaba centímetro a centímetro por el lateral de una pirámide mítica, en renovada
afirmación de la Espiral Sagrada de Vida.
Los dos cenotes
Cuando terminó el descenso de la «serpiente», y mientras me alejaba de allí, recordé
parte de una conversación que había mantenido con Hunbatz Men en la que, de forma
inesperada, me habló de los dos cenotes de Chichén Itzá y de cómo estaban conectados.
Me contó que un río subterráneo los unía y que la Pirámide del Castillo había sido
construida a propósito sobre él. Era aquel flujo de agua subterránea lo que cargaba la
pirámide de energía. Ken y yo no sabíamos nada del segundo cenote cuando estuvimos allí.
Hunbatz Men me miró a los ojos, y dijo:
—Drunvalo, también el otro cenote debe ser «recargado» con un cristal. Eso conectaría
las energías de ambos.
Así que, al abandonar la ceremonia de la bajada de la «serpiente» por la pirámide, me
encaminé hacia el segundo cenote para cumplimentar la solicitud de Hunbatz.
La culminación de los cristales
Unos cuantos miembros del grupo me siguieron, probablemente pensando que deseaban
ver lo que yo iba a hacer. Para mí, por supuesto, cualquiera que estuviera allí era porque
allí debía estar. No existen los accidentes ni los errores.
En unos pocos minutos encontré el segundo cenote y observé que éramos exactamente
catorce personas, incluyéndome a mí. Les expliqué lo que habíamos hecho Ken y yo en el
otro cenote en 1985 y la solicitud de Hunbatz Men, y fue como si todo el mundo hubiera
acudido a la escuela psíquica. Todos parecían saber exactamente lo que debían hacer.
Nos cogimos de las manos y pasamos el cristal para que cada persona pudiera rezar en él.
Oraban para que el pueblo maya y la Madre Tierra pudieran sanar de nuevo. Después, la
última persona arrojó el cristal a las aguas profundas y misteriosas.
Pude sentir cómo se realizaba la conexión. Sentí que brotaba una energía. Y en mi visión
interior pude contemplar cómo se interconectaban los dos cenotes y cómo la Pirámide del
Castillo se iluminaba con una forma de energía nueva/antigua. En aquel momento
comprendí la importancia de lo que Thoth y Hunbatz Men estaban intentando
comunicarme. Por vez primera tenía sensación de culminación.
La llamada del Sol
De vuelta en el hotel, encontré una nota que me había dejado Hunbatz Men en la que
decía que le gustaría hablar con mi grupo. Nos había prometido que estaría con nosotros y
eso todavía no había sucedido..., todavía no. Aunque en aquel momento él estaba
enormemente ocupado, deseaba cumplir su promesa.
Nos reunimos todos en semicírculo junto a la piscina del hotel y esperamos a Hunbatz. Ya
había oscurecido. Brillaban las estrellas y el hotel ponía a nuestro alrededor un ambiente
de suave luminosidad.
Hunbatz llegó y nos explicó lo que había sucedido aquel día. Se disculpó ante nosotros y
nos dio las gracias por llevar a cabo la ceremonia. Sin nuestra participación, nos dijo, el
«trabajo» no habría sido terminado. Nos dijo que todos éramos maestros del nuevo
mundo y nos habló de nuestras responsabilidades en aquella tarea.
Y a continuación nos enseñó un cántico sagrado a Kin, el dios maya del sol. Y como muchos
de los miembros del grupo ya estaban «recordando» su herencia maya del pasado,
entonar este cántico despertó un increíble sentimiento de estar en dos lugares al mismo
tiempo: el antiquísimo pasado y el hoy.
Nuestro día en Chichén Itzá había terminado con todos juntos bajo las estrellas,
cantando y recordando nuestras antiguas conexiones.
Estábamos tan repletos de emoción y de sensación de misterio que parecía que no
podríamos ser capaces de absorber nada más.
Si hubiéramos sabido todo lo que nos aguardaba, nos habría costado creerlo. En verdad,
lo cierto era que acabábamos de empezar.
El templo de Chichén Itzá
El elegante Mayaland Hotel se asienta en la selva de Yucatán, al borde mismo de los
terrenos del templo de Chichén Itzá. Fuimos allí derechos desde Balancanché y llegamos
mucho antes de lo que esperábamos gracias a las facilidades que nos habían dado para
visitar las grutas.
Aquella noche, antes de cenar, se me pidió que instruyera a nuestros dos grupos, el de
los europeos de Carolina Hehenkamp y el nuestro, sobre la Meditación de Vivir en el
Corazón. Sólo para unos pocos de los participantes se trataba de algo nuevo. Muchos ya la
habían aprendido en un taller anterior. Gracias a las poderosas experiencias que habíamos
vivido durante la tarde, incluso aquellos que nunca habían realizado esta meditación del
corazón con anterioridad fueron capaces de comprender fácilmente de lo que trata: la
necesidad de apartar nuestra consciencia del cerebro y llevarla al corazón físico, y cómo
se consigue: recordando la Conciencia de Unidad.
Es un poco complicado entender y llevar a cabo el cambio interior de empezar a vivir no
desde la mente, sino desde el corazón. Así es como vivíamos antes de la caída desde la
Consciencia Única a la consciencia del bien y del mal hace trece mil años. En ese momento
comenzamos a juzgar todas y cada una de las situaciones y las imágenes que la vida nos
proporcionaba.
En realidad, volverse hacia el corazón es algo tan simple que al principio la mayor parte
de la gente encuentra difícil vivir la experiencia. Hemos aprendido a creer que cuanto
más complejo o complicado es algo, más importancia tiene. Pero eso no puede aplicarse a
nuestra consciencia original.
Yo creo que la causa de que los pueblos indígenas del mundo me hayan pedido que tome
parte en sus ceremonias es porque he aprendido a vivir dentro de mi corazón. Ellos
pueden «ver» que estoy en el corazón, no en la mente, pues así es como ellos funcionan y
ése es el aspecto del alma humana que resulta más importante para ellos. Ambos sabemos
que podemos confiar el uno en el otro, y como los mayas dicen al saludarse: In Lak'es
(«Tú eres otro yo»). Cuando vives en tu corazón, In Lak'esh posee un significado que sólo
el corazón entiende plenamente, pues el espíritu que está en tu interior es el mismo que
está en el mío.
Si deseas saber más acerca de este asunto, he escrito un libro titulado Viviendo en el
corazón, que no sólo lo explica con mucho más detalle, sino que también te ofrece las
instrucciones precisas para que puedas probarlo y decidir por ti mismo si vivir en el
corazón te hace sentir mejor que vivir en la mente, o no.
Después de cenar, nos colocamos todos bajo las estrellas en aquel precioso lugar con la
pirámide del chakra corazón de Chichén Itzá muy cerca, entramos todos juntos en el
Espacio Sagrado del Corazón y respiramos como Uno Solo.
Y ahora el lado oscuro: sólo una ilusión
Cuando todo el mundo se retiró a descansar en espera de la gran ceremonia y
celebración del equinoccio, me llegó el momento de enfrentarme al problema de la
entidad que habíamos observado en la primera ceremonia de Labná y aquella mañana con
la calavera de cristal en Dzibilchaltún. Tenía que hacerlo antes de que participáramos en
la ceremonia del día siguiente en Chichén Itzá. En caso contrario, aquella energía podría
interferir con todo lo que estábamos intentando conseguir. No podíamos ignorarla.
En mi opinión, lo que sucedía era que aquella mujer, una de las integrantes de nuestro
grupo en aquel viaje, había sido atacada por un espíritu o varios, cuya intención era
perturbar lo que hacíamos de todas las formas posibles.
Nos reunimos los directores (Diane Cooper, Lionfire, nuestro guía del viaje, Humberto, y
yo mismo) y estuvimos de acuerdo en que debíamos solucionar la situación antes de irnos
a la cama, dado que al día siguiente íbamos a empezar muy temprano.
Sin embargo, ¿dónde podíamos llevar a cabo la sanacion? Yo sabía por experiencia que lo
más probable era que la mujer gritara cuando la entidad abandonara su cuerpo, y no se
puede tener a una mujer chillando en un hotel. Alguien podría llamar a la policía. ¿Qué
podíamos hacer?
Le preguntamos a Humberto si conocía algún lugar al que pudiéramos ir, y él nos sugirió
una zona cercana al aparcamiento del hotel. No era privada, pero decidimos que
pondríamos allí nuestra furgoneta y llevaríamos a cabo la sanacion dentro de ella. Si la
mujer gritaba, el sonido quedaría amortiguado.
Finalmente todo quedó organizado. La mujer se tumbó voluntariamente sobre el asiento
central de la furgoneta. Dos personas de nuestro grupo se quedaron fuera, por si se
acercaba alguien, y otros dos entraron en la furgoneta por si hacía falta ayuda.
La sombra del antiguo sacrificio
Cuando comencé a conectarme telepáticamente con las entidades que se encontraban en
el interior de la mujer, me di cuenta de que eran varias, pero dos de ellas formaban en
realidad una sola, y esta entidad de dos en uno era extremadamente poderosa. Estaba
conectada con el mundo maya y con las antiguas ceremonias sacrifícales. ¡De hecho, esta
entidad y su deseo de crear el caos habían sido en realidad la fuerza que yacía tras la
práctica maya de los sacrificios humanos!
Esta entidad doble vivía no sólo en la mujer que estaba delante de mí, sino también en
otros sesenta habitantes de las tierras mayas, en su mayoría pertenecientes a esa
cultura. Estaba entrelazada e integrada en la propia tierra. La entidad sabía por qué
habíamos ido allí y su función era impedirnos que liberáramos a los mayas que vivían en el
interior de la Tierra. Su intención era evitar que restauráramos el equilibrio.
Llamé al arcángel Miguel y construí la pirámide octaédrica dorada alrededor del cuerpo
de la mujer, con el propósito de que contuviera a las entidades salientes y sirviera como
ventana dimensional para enviarlas de regreso al mundo para el que Dios las creó en
origen.
A mi modo de ver, la retirada de una entidad no es un asunto de fuerza, sino de
compasión y comunicación. Según mi experiencia, una vez que los espíritus se dan cuenta
de que los estamos devolviendo a su mundo, en el que pueden cumplir su propio objetivo
sagrado, suelen cooperar. Desde luego, no luchan. En realidad, suelen asemejarse más a
niños perdidos que a demonios en busca de destrucción.
Pero aquello formaba parte del pasado. Yo tenía una lección que aprender.
Los espíritus más pequeños se sintieron de verdad agradecidos por la oportunidad que
les dábamos de regresar a su casa, y tal y como había sucedido en mis experiencias
previas se fueron sin dar problemas. Pero los dos últimos, los que formaban la entidad
doble, se negaron a irse. Todo el cuerpo de la mujer se retorcía y se hinchaba a causa de
su resistencia. No cedían. El papel que habían representado en las antiguas ceremonias
sacrifícales mayas y su apego a la tierra y a los mayas eran demasiado fuertes y
generales como para que renunciaran a ellos. Durante siglos habían hecho que los mayas
hicieran cosas que los propios mayas sabían en el interior de sus corazones que estaban
mal.
Finalmente no tuve más remedio que emplear la fuerza. Era algo que nunca había hecho
con anterioridad.
Utilizando mi Mer-Ka-Ba, mi cuerpo humano de luz, y el poder y la fuerza del arcángel
Miguel, empezamos a emitir una serie de ondas de energía que debían enfocar las
energías de la entidad dual hacia la ventana dimensional del octaedro, lo que las sacaría
de este mundo y las llevaría al suyo propio, dondequiera que éste estuviera.
¡Aunque se resistieran, si lo lográbamos, para ellas sería como ir al cielo!
Al principio, la parte más débil de las dos fue succionada hacia el vórtice, con una
obstrucción tremenda. Una vez conseguido esto, la otra parte del espíritu, la más fuerte,
era la que nos quedaba por eliminar.
Pero finalmente, mediante una mayor aplicación de poder y fuerza, el espíritu, que seguía
resistiéndose, salió por el estómago de la mujer y comenzó a entrar despacio por la
ventana dimensional.
En el momento exacto en que la entidad abandonó el cuerpo, el Mundo Exterior
respondió desde el poder de este espíritu y su conexión con la Tierra. A unos treinta
metros de distancia del lugar en el que nos encontrábamos, dos cosas sucedieron de
forma simultánea. Los árboles que estaban a la derecha de la mujer, en una pequeña zona
circular de unos seis metros, comenzaron a agitarse con fuerza. Una rama enorme se
rompió y chocó contra el suelo.
A la izquierda, y a la misma distancia, otro grupo circular de árboles, con troncos de un
palmo de diámetro, empezaron también a agitarse violentamente. Era como si un
bulldozer estuviera junto a sus bases intentando arrancarlos. Aunque resultaba
imposible, pues no hacía nada de viento, la mayoría de ellos se rompió por abajo y cayó
sobre un viejo Volkswagen, aplastando por completo el techo y el maletero.
En el instante en que el espíritu abandonó a la mujer, yo pude «ver» que los otros mayas
que estaban conectados con aquellos espíritus, así como las propias tierras mayas en un
espacio de cientos de kilómetros a la redonda, se aclaraban repentinamente. Fue como si
hubiera desaparecido en un instante un gigantesco huracán.
Ya había terminado todo. Ya estaba todo tranquilo.
Las tierras mayas eran libres de nuevo. Y una vez más, aquella mujer estaba sola en su
cuerpo.
Ahora nuestro grupo estaba preparado para la Ceremonia del Corazón que se iba a
celebrar al día siguiente en Chichén Itzá, una ceremonia que hace mucho tiempo predijo
el pueblo maya y su calendario: un grupo de ancianos indígenas junto con personas de
todos los rincones de la Tierra rezando como Uno Solo para que el mundo encontrara la
paz.
El cumplimiento de una antigua profecía
Los sonidos de los pájaros tropicales atravesaban las contraventanas de madera cuando
desperté de un bello sueño a otro que por el momento parecía lejano. Entonces recordé.
Aquél era el día que llevaba dos años y medio esperando. Hunbatz Men me había enviado
un correo electrónico hacía mucho invitándome a una ceremonia predicha por el
calendario maya. Y ese día había llegado.
Salté de la cama, me vestí y corrí escaleras abajo, sabiendo que teníamos un horario muy
apretado y que era importante no llegar tarde ni cometer errores. Eran demasiadas las
personas que esperaban aquel momento con ansiedad. Yo pensaba que si nuestro grupo se
retrasaba, tendrían que empezar sin nosotros.
En el vestíbulo había sesenta personas, vestidas de blanco impoluto, tal y como había
pedido Hunbatz. Sus sonrisas y su exuberante energía lo decían todo. Estábamos
preparados para todo lo que la vida nos ofreciera y dispuestos a dar desde nuestros
corazones y nuestras plegarias. Después de las grutas de Balancanché, nuestros
corazones estaban abiertos de par en par y nuestro grupo constituía Un Solo Corazón. La
vida estaba lista para desplegar otro capítulo de su misterio. ¿Quién sabía lo que estaba
a punto de suceder? Desde luego, yo no.
Nos colocamos de dos en dos para entrar por la puerta y caminamos así hacia el complejo
de Chichén Itzá, avanzando entre los árboles tropicales hasta que llegamos a la base de
la Pirámide del Castillo, en su lado oriental. El Sol brillaba con fuerza., por lo que nos
colocamos bajo los árboles buscando su sombra.
Estaba previsto que Hunbatz llegara con su séquito de más de doscientos cincuenta
ancianos y chamanes indígenas alrededor de las diez de la mañana, por lo que nos
reunimos en pequeños grupitos en los terrenos de la pirámide, charlando entre nosotros y
esperando.
Y esperamos, y esperamos. También el grupo europeo estaba con nosotros y unas cuantas
personas empezaron a aprender canciones de otras de diferentes países. Estuvieron un
rato cantando y luego lo dejaron. Y seguíamos esperando. ¿Dónde estaban los ancianos?
Nadie lo sabía.
Ya avanzada la mañana, se me acercaron el sacerdote y la sacerdotisa del templo de
Uxmal para presentarse. Llevaban los atuendos ceremoniales completos, bellos y llenos de
energía. Sus sonrisas relajadas y su actitud de estar a gusto dejaban ver su gran Luz
espiritual interior. Nos dieron las gracias por estar allí y por tomar parte en las
ceremonias. En nombre del grupo les presenté nuestro amor y respeto, y ofrecí toda la
ayuda que pudiéramos aportar.
Poco después otro hombre, un sacerdote inca de Perú, también vestido con el traje
ceremonial completo, llegó y comenzó a hablar con un grupo que estaba cerca de nosotros
bajo un gran árbol. Su energía era robusta. Estaba allí, al parecer, para inspirar a las
personas para la gran ceremonia que estaba a punto de tener lugar. ¿Pero dónde estaba
Hunbatz Men? No había señales de él. Ya era casi mediodía y el Sol estaba alto.
Finalmente nos llegaron noticias de que Hunbatz y los ancianos se habían retrasado. La
policía había cortado las carreteras a cuatro kilómetros del templo y los ancianos tenían
que llegar caminando.
Esperamos un poco más, pero entonces nos enteramos de otro problema. Al parecer, el
emplazamiento ceremonial había sido trasladado a una zona detrás de la Pirámide del
Castillo, entre los árboles. Y a pesar de la ausencia de Hunbatz Men y de los ancianos,
estaba a punto de comenzar.
Yo no sabía lo que le había pasado a Hunbatz, pero mi guía interior me indicó claramente
que continuara con aquella nueva ceremonia.
Nuestro círculo del arco iris
Nuestro grupo caminó una pequeña distancia y salió a un gran claro en la selva, donde la
energía se sentía perfecta para lo que íbamos a hacer. Estábamos con el grupo de
Carolina Hehenkamp y se nos unieron más personas cuando formamos un gran círculo. Un
círculo compuesto por gentes de todos los colores y razas.
El sacerdote y la sacerdotisa de Uxmal que iban a dirigir la ceremonia extendieron unas
telas especiales sobre el suelo para formar un altar. Sobre ellas se colocaron muchos
cristales y objetos ceremoniales. Y finalmente, primero una, luego dos y hasta trece
calaveras mayas de cristal se dispusieron sobre el altar en apretado círculo. Sobre ellas
se colocó un tejido maya, escondiéndolas de la vista, pues no había llegado todavía el
momento de su ceremonia «especial». Me dio la sensación de que las calaveras estaban
cantando y una vez más me encontré entrando en meditación con ellas.
Ante mi sorpresa, la sacerdotisa, que claramente parecía ser la que dirigía la ceremonia,
me pidió que entrara en el círculo interior.
Me preguntó si había alguien más en mi grupo que perteneciera allí, y yo pronuncié el
nombre de Lionfire. En realidad, aquel mundo maya parecía ser mucho más suyo que mío.
Se invitó a unos quince ancianos e indígenas a que se unieran al círculo interior. Algunos
eran mexicanos, otros estadounidenses, pero la mayoría, incluyendo al sacerdote inca,
pertenecían a culturas indígenas. Recuerdo especialmente a un grupo de tres chamanes
incas de Sudamérica; eran tan bellos que yo pude percibir la pureza de la Madre Tierra
saliendo de sus corazones en ondas de pura alegría.
La sacerdotisa maya prendió hierbas ceremoniales e incienso en un pequeño caldero maya
antiguo, y su olor acre inundó el aire. Luego elevó los brazos mientras su compañero hacía
sonar la concha y abría la ceremonia con oraciones a las cuatro direcciones.
Para mantener la ceremonia en sí misma oculta, la sacerdotisa y el sacerdote oraban en
lengua maya. Sus plegarias se elevaron, engarzadas con el humo procedente del caldero.
A continuación, cada uno de los integrantes del círculo interior hablamos y rezamos por
turnos, pidiendo desde nuestros corazones por lo que éstos deseaban con más fuerza: la
sanacion de la Tierra y de sus gentes.
Había belleza, fuerza y precisión en aquello que estábamos haciendo. Parecía que la
ceremonia había sido planeada hacía muchísimo tiempo. Todo parecía desarrollarse como
si estuviera cuidadosamente ensayado.
Pero había algo más, un aspecto del que no me di cuenta por lo muy metido que estaba en
la ceremonia. Era algo relacionado con las personas del círculo exterior.
Mientras los que dirigíamos la ceremonia murmurábamos, cada uno en su idioma, las
palabras que deseábamos enviar al Espíritu, nuestros mensajes estaban siendo traducidos
a varios idiomas. Uno tras otro, los sentimientos y las oraciones ceremoniales flotaban
sobre el enorme claro en maya, español, inglés, alemán, ruso, francés..., llevados por el
viento a aquel increíble grupo de individuos que habían acudido desde todas las partes del
mundo para ayudar a la humanidad a convertirse en Uno Solo. Más tarde, una mujer me
dijo:
—Durante toda la ceremonia sentí que la Torre de Babel se iba derrumbando despacito.
Supe que nuestro mundo nunca volvería a ser el mismo.
Puede que, al unirnos de aquel modo a los mayas en aquella antigua ceremonia,
estuviéramos simbólicamente acabando con las divisiones entre países, culturas y razas.
Con el tiempo, esto se hará realidad.
Cuando las últimas volutas de humo se elevaron sobre la multitud y la ceremonia terminó,
nos abalanzamos unos hacia otros como viejos amigos de tribus hace mucho tiempo
perdidas, abrazándonos y compartiendo no sólo amor, sino también números de teléfono y
direcciones, formas de comunicarnos para mantener unida aquella energía que todos
sentíamos. Éramos un arco iris de Un Solo Espíritu.
Hunbatz Men y los ancianos
Cuando me dirigía de vuelta a la pirámide se me acercó una persona corriendo para
decirme lo que les había sucedido a Hunbatz Men y a los ancianos. Después de la belleza
de lo que acababa de acontecer, aquello parecía casi una pesadilla.
Al final habían conseguido llegar a Chichén Itzá y se prepararon para celebrar la
ceremonia en el sitio inicialmente dispuesto para ello. Colocaron un caldero con hierbas e
incienso sobre el suelo. Y cuando los ancianos estuvieron listos, comenzaron la ceremonia
prendiendo el incienso del caldero.
En ese momento entró la policía corriendo con un extintor y apagó el fuego.
Los ancianos se enfurecieron y comenzaron a discutir con la policía. Hunbatz, sin
embargo, permaneció en silencio, pues había estado esperando aquello e incluso lo había
avisado.
Al final, la policía desbarató la ceremonia e incluso arrestó a ocho de los ancianos
sudamericanos. Con lo cual, antes incluso de que empezara, la ceremonia había terminado.
Hunbatz me lo contó más tarde cuando vino a unirse a nuestro grupo. En aquel momento
nosotros ya estábamos profundamente inmersos en la oración en nuestra propia
ceremonia y, según sus creencias, en esas circunstancias no podía reunirse con nosotros.
En vez de eso, dio dos vueltas alrededor de nuestro círculo de oraciones mientras nos
bendecía.
Me dijo que si nosotros no hubiéramos estado allí, procedentes de todos aquellos países,
y si no hubiéramos llevado a cabo nuestra propia ceremonia conducidos por los dos
sacerdotes mayas, el calendario maya no se habría cumplido. Nos dio las gracias con
lágrimas en los ojos.
Miramos cada uno en el corazón del otro y estuvimos agradecidos, sabiendo que el Gran
Espíritu trabaja en formas que no siempre resultan comprensibles.
La llegada de la serpiente
Cuando concluyó la ceremonia, nuestro pequeño grupo internacional de almas quedó en
libertad para unirse a la enorme muchedumbre que se había reunido para contemplar el
descenso de la «serpiente» por la Pirámide del Castillo, tal y como Ken y yo habíamos
hecho mucho tiempo atrás, en 1985.
En esta ocasión, 21 de marzo de 2003, se estimó que había allí más de ochenta mil
personas, tantas que ni siquiera se podía caminar por la enorme pradera cubierta de
hierba frente a las escaleras por las que la serpiente debía realizar su portentoso
descenso.
Pero, vaya por Dios, el cielo se había cubierto de nubes. Y por la tarde estuvo gris. No
había sol que pudiera dar sombra. Ochenta mil personas, gentes de todo México,
Sudamérica y el mundo, estaban .sentadas o de pie, con sus comidas y sus familias,
esperando una sombra que quizá no apareciera nunca.
Y de repente, ya bastante avanzada la tarde, las nubes se abrieron y el Sol se abrió
camino, resplandeciente de gloria, para iluminar la pirámide, proyectando su sombra
sobre el lateral de los escalones de la pirámide. La multitud, llena de excitación, lanzó un
grito de alegría pura y se quedó silenciosa observando el místico movimiento de la sombra
de la «serpiente».
La contemplación de la vasta y embelesada multitud me recordó a Lis de los conciertos
de rock de los años sesenta. Pero era como si los Antiguos y los Muertos Agradecidos
hubieran intercambiado sus puestos. En lugar de estar escuchando a una banda
carismática cuya excitante música estallara sobre el escenario, estábamos todos
cautivados, todos y cada uno de nosotros, por una sombra lenta y silenciosa que se
deslizaba centímetro a centímetro por el lateral de una pirámide mítica, en renovada
afirmación de la Espiral Sagrada de Vida.
Los dos cenotes
Cuando terminó el descenso de la «serpiente», y mientras me alejaba de allí, recordé
parte de una conversación que había mantenido con Hunbatz Men en la que, de forma
inesperada, me habló de los dos cenotes de Chichén Itzá y de cómo estaban conectados.
Me contó que un río subterráneo los unía y que la Pirámide del Castillo había sido
construida a propósito sobre él. Era aquel flujo de agua subterránea lo que cargaba la
pirámide de energía. Ken y yo no sabíamos nada del segundo cenote cuando estuvimos allí.
Hunbatz Men me miró a los ojos, y dijo:
—Drunvalo, también el otro cenote debe ser «recargado» con un cristal. Eso conectaría
las energías de ambos.
Así que, al abandonar la ceremonia de la bajada de la «serpiente» por la pirámide, me
encaminé hacia el segundo cenote para cumplimentar la solicitud de Hunbatz.
La culminación de los cristales
Unos cuantos miembros del grupo me siguieron, probablemente pensando que deseaban
ver lo que yo iba a hacer. Para mí, por supuesto, cualquiera que estuviera allí era porque
allí debía estar. No existen los accidentes ni los errores.
En unos pocos minutos encontré el segundo cenote y observé que éramos exactamente
catorce personas, incluyéndome a mí. Les expliqué lo que habíamos hecho Ken y yo en el
otro cenote en 1985 y la solicitud de Hunbatz Men, y fue como si todo el mundo hubiera
acudido a la escuela psíquica. Todos parecían saber exactamente lo que debían hacer.
Nos cogimos de las manos y pasamos el cristal para que cada persona pudiera rezar en él.
Oraban para que el pueblo maya y la Madre Tierra pudieran sanar de nuevo. Después, la
última persona arrojó el cristal a las aguas profundas y misteriosas.
Pude sentir cómo se realizaba la conexión. Sentí que brotaba una energía. Y en mi visión
interior pude contemplar cómo se interconectaban los dos cenotes y cómo la Pirámide del
Castillo se iluminaba con una forma de energía nueva/antigua. En aquel momento
comprendí la importancia de lo que Thoth y Hunbatz Men estaban intentando
comunicarme. Por vez primera tenía sensación de culminación.
La llamada del Sol
De vuelta en el hotel, encontré una nota que me había dejado Hunbatz Men en la que
decía que le gustaría hablar con mi grupo. Nos había prometido que estaría con nosotros y
eso todavía no había sucedido..., todavía no. Aunque en aquel momento él estaba
enormemente ocupado, deseaba cumplir su promesa.
Nos reunimos todos en semicírculo junto a la piscina del hotel y esperamos a Hunbatz. Ya
había oscurecido. Brillaban las estrellas y el hotel ponía a nuestro alrededor un ambiente
de suave luminosidad.
Hunbatz llegó y nos explicó lo que había sucedido aquel día. Se disculpó ante nosotros y
nos dio las gracias por llevar a cabo la ceremonia. Sin nuestra participación, nos dijo, el
«trabajo» no habría sido terminado. Nos dijo que todos éramos maestros del nuevo
mundo y nos habló de nuestras responsabilidades en aquella tarea.
Y a continuación nos enseñó un cántico sagrado a Kin, el dios maya del sol. Y como muchos
de los miembros del grupo ya estaban «recordando» su herencia maya del pasado,
entonar este cántico despertó un increíble sentimiento de estar en dos lugares al mismo
tiempo: el antiquísimo pasado y el hoy.
Nuestro día en Chichén Itzá había terminado con todos juntos bajo las estrellas,
cantando y recordando nuestras antiguas conexiones.
Estábamos tan repletos de emoción y de sensación de misterio que parecía que no
podríamos ser capaces de absorber nada más.
Si hubiéramos sabido todo lo que nos aguardaba, nos habría costado creerlo. En verdad,
lo cierto era que acabábamos de empezar.
CAPÍTULO TRECE
VIAJE A LA TIERRA MAYA
Una vez más, los ángeles empezaron a hablarme de la necesidad de realizar un viaje a la
tierra de los mayas, pues al igual que los anasazis, aquella antigua cultura había cometido
también un enorme error en el pasado. Se trataba de un error que, si no era corregido,
frustraría la ascensión del mundo e impediría a la mujer hacerse cargo de la
responsabilidad que debe ejercer durante los próximos trece mil años. En pocas palabras,
otro problema de la red.
Había pasado casi un año desde que celebramos las ceremonias en las tierras de los
anasazis, y yo no tenía ninguna prisa por volver a correr por el mundo otra vez. Uno de
mis mayores problemas es que soy vago. Por eso los queridos ángeles tuvieron que
pincharme para que me embarcara en un viaje que yo sabía que iba a suponer un gran
trabajo. Soy realmente tonto. He recorrido una distancia enorme para estar aquí, en la
Tierra, y llevar a cabo este trabajo, y lo único que quiero hacer es dedicarme a vivir y a
jugar.
El viaje a las Cuatro Esquinas había sido impresionante. Habíamos participado en la
conexión íntima entre los antiguos anasazis, la Madre Tierra y nuestro pequeño grupo de
almas valientes que respiraban como Un Solo Espíritu. Y ahora se me pedía que siguiera
Avanzando por el mundo indígena y que profundizara en la oscuridad del pasado.
Yo había observado que Lionfire, el chamán de Hovenweep (Colorado), poseía un
conocimiento enciclopédico de los anasazis, pero también me había percatado de lo mucho
que sabía acerca de los mayas. Por eso, antes incluso de empezar el viaje, le pedí que
viniera conmigo como experto en historia maya. Afortunadamente, accedió.
El momento y el propósito de nuestra entrada en la tierra de los mayas.
El momento de nuestro viaje a Yucatán coincidió con una invitación que nos hizo el
chamán maya Hunbatz Men para que participáramos en las ceremonias del equinoccio, en
Chichén Itzá, el 20 de marzo de 2003.
Hunbatz, el Consejo de Ancianos Mayas y unos doscientos cincuenta ancianos más
procedentes de América del Norte, Central y del Sur iban a llevar a cabo una ceremonia
por la paz mundial, uniendo sus poderes espirituales en favor de la sanación del mundo.
Nuestro grupo debía apoyar este esfuerzo efectuando una ceremonia en un círculo
exterior alrededor del núcleo interior de chamanes y ancianos indígenas. Se nos uniría un
grupo europeo dirigido por Carolina Hehenkamp, que también había participado en el
viaje de los anasazis.
Después de la ceremonia en Chichén Itzá habíamos planeado realizar un recorrido en
espiral para cumplir el propósito de nuestro grupo de ir a la tierra de los mayas. Y de
forma muy parecida a como lo habíamos hecho en la tierra de los anasazis, queríamos
ayudar a los antiguos mayas, que también estaban atrapados en el interior de la Tierra,
para que quedaran libres.
En aquel momento no sabíamos (y de hecho no lo supimos hasta que se desplegó ante
nuestros ojos) que el viaje tenía otro gran propósito, un propósito que aún hoy día sigue
desvelándose.
La sanación del mundo maya interior y del mundo maya exterior.
Tal y como había sucedido en las Cuatro Esquinas, la sanación de la tierra maya
significaría restaurar el equilibrio de la naturaleza entre el Mundo Interior y el Mundo
Exterior de los mayas. Al hacerlo, los Mundos Interiores podrían empezar a moverse con
nosotros, el Mundo Exterior, en armonía; o por decirlo mejor, nosotros nos moveríamos
en armonía con ellos.
Y esto debía llevarse a término muy pronto, pues —si creemos la versión actual— el
calendario maya termina en 2012, algo menos de nueve cortos años después de nuestro
viaje de 2003. En la tradición de los mayas, el periodo en el que nos encontramos ahora
dará paso a un momento de la historia denominado el Fin de los Tiempos, que ellos
entienden como el final de un largísimo ciclo y el comienzo de otro nuevo.
Por este motivo, nuestra tarea debía consistir en abrir los canales para que los mayas del
interior de la Tierra pudieran conectarse con los de la superficie para preparar la
ascensión final. Al hacerlo, la Red de Conciencia de Unidad se focalizaría mejor y la
energía de la Serpiente de Luz, allá en las alturas de los Andes chilenos, se haría más
brillante y más potente.
Y una vez más, tal y como ocurría en la región de las Cuatro Esquinas el verano anterior,
Yucatán y las zonas limítrofes estaban padeciendo una terrible sequía. Con lo cual, otra
parte de nuestro trabajo sería llevar a cabo las ceremonias que debían traer las lluvias, el
símbolo físico del equilibrio que estábamos buscando.
¿Por qué querría aquella antigua cultura que un grupo internacional de personas les
hiciera este tipo de servicio? ¿Habían ellos olvidado cómo hacerlo? ¿Habían, por alguna
razón, perdido el poder espiritual para hacerlo por sí mismos? La verdad es que no lo sé.
Todavía me sigue resultando extraño que encargaran una tarea tan personal a alguien de
otra cultura. Sin embargo, me recuerda el tiempo en que los taos pueblo de Nuevo México
me pidieron que enterrara a sus muertos. Ellos creían que sería mejor para ellos si otra
cultura realizara aquel trabajo.
Quizá los mayas precisaban una fuerza exterior para abrir los canales de energía. O
puede que, como muchos de nosotros, estuviesen abrumados por las circunstancias y
necesitasen ayuda.
Fuera cual fuese la razón, los mayas nos habían invitado, tanto los vivos como los
antiguos, a ir a México y efectuar aquellas ceremonias con ellos y por ellos. No podíamos
negarnos.
El encuentro en Mérida
En cuanto pisé suelo mexicano, mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Pude percibir
claramente que existía una conexión entre este viaje y el de los anasazis. Era la misma
energía, como si ya hubiera sido soñado. En mi interior sentí que este nuevo periplo por
los templos mayas de los chakras iba probablemente a cambiarme la vida; sin embargo, no
sabía cómo iba a ser. Quién sino Dios, y quizá los Antiguos, podía conocer lo que estaba a
punto de acontecer. Yo estaba claramente entrando en lo desconocido.
Cuando llegué a la ciudad circular de Mérida fui llevado al hotel Los Aluxes (que significa
«Las Gentes Pequeñas»), donde me encontré con Lionfire y Carolina, que ya habían
llegado. A lo largo de las siguientes veinticuatro horas se fue reuniendo poco a poco
nuestro grupo vagabundo de sesenta almas procedentes de todas las partes del mundo.
Una bienvenida maya
Para nuestro primer encuentro, Lionfire nos había organizado una tarde especial con sus
amigos mayas.
Nos reunimos en una pequeña habitación del hotel donde una anciana maya, una hermosa
abuela, se colocó frente a nosotros y, en lengua maya, nos otorgó su permiso para
participar en las ceremonias y visitar lugares que en el pasado habían estado reservados
exclusivamente para los sacerdotes mayas. Nos sentimos increíblemente honrados por
sus palabras y se derramaron muchas lágrimas.
A continuación, un grupo musical maya llamado Wayak nos deleitó con su música
evocadora. Sus gritos guturales y los instrumentos nativos parecían los sonidos de un
antiguo pasado. Eran diferentes a todo lo que habíamos escuchado con anterioridad. El
encanto de aquella tarde fue el comienzo perfecto de una peregrinación de ceremonias
que esperábamos que devolvieran la salud y el equilibrio al pueblo maya y a sus tierras,
ayudándoles a prepararse para las inmensamente importantes ceremonias del futuro,
unas ceremonias de las que algún día dependerá el mundo entero para su propia
supervivencia.
Sentado en aquel círculo, me di cuenta de que nos íbamos a mover por la misma espiral de
templos que Ken y yo habíamos recorrido casi veinte años atrás, aunque también iba a
haber algunos nuevos. Me sentí veterano y niño al mismo tiempo. Casi no podía esperar.
Los templos de Uxmal
Cuando llegamos a Uxmal, nuestro grupo internacional estaba empezando a recordar que
debían respirar como Un Solo Corazón. Se reunieron a mí alrededor mientras les contaba
la historia del gigantesco péndulo de Ken y los asombrosos acontecimientos de 1985.
Luego fuimos a la Gran Pirámide, donde comprobé que el árbol que había sellado el cristal
de obsidiana seguía allí. Era mucho mayor que la última vez que lo vi, en 1995, cuando
estuve en Chichén Itzá con Hunbatz Men para celebrar la ceremonia del equinoccio de
primavera de aquel año. Era el único árbol en aquel espacio cubierto de hierba y estaba
perfectamente alineado con el centro de la pirámide y el borde del edificio adyacente.
Nos encaminamos hasta la cumbre de la Gran Pirámide, una subida empinada y una altura
de vértigo para algunos de los integrantes de nuestro grupo que no habían hecho nada
parecido con anterioridad. Desde arriba podíamos contemplar toda la zona de Uxmal,
inmensa, con sus pirámides y templos que se extienden a lo largo de kilómetros de selva.
Resultaba fácil imaginar cómo, en tiempos pasados, el lugar había constituido un gran
centro para el pueblo maya.
La ceremonia que celebramos allí tomó una forma inusual: la geometría del vesica piscis.
Imagínate, un grupo de sesenta personas en la cumbre de la pirámide intentando colocar
nuestros cuerpos para dibujar dos círculos que se solapan. Al final lo conseguimos, con
algunas personas casi colgando del borde, y así se desarrolló nuestra primera ceremonia
del viaje. Los dos círculos enlazados representaban las ceremonias de los indígenas
interiores y las de nuestro grupo internacional, actuando como Una Sola.
Al final de la ceremonia me di cuenta de que ya estábamos empezando a conectar con los
Antiguos. Sentí que nos observaban, nos sentían, nos probaban. Y en respuesta, los
corazones de los miembros de nuestro grupo fueron abriéndose cada vez más,
exactamente lo que necesitábamos para ser aceptados tanto por los mayas de la
superficie como por los de los Mundos Interiores.
Nuestra salida de Uxmal, agotados pero alborozados, estuvo rodeada de esplendor. Por
todo Yucatán, los mayas estaban quemando los campos para preparar la siembra de las
cosechas de primavera, y la suave neblina que llenaba el aire hizo que el Sol se pusiera en
medio de un inusual y brillante derroche de gloria.
Nuestra respuesta ante la belleza del lugar y ante nuestras experiencias me hizo saber
que el Gran Espíritu había reunido a las personas adecuadas para aquel trabajo. Ni
planeándolo podría haber estado mejor.
Ceremonia con el dibujo del vesica piscis.
Labná
Tras dejar Uxmal nos dirigimos a los templos de Labná y Kaba antes de regresar a
Mérida.
Labná es el segundo chakra y representa el centro sexual. La tierra es de un color rojo
óxido, muy parecida a la de Sedona, en Arizona, donde vivo ahora. Todo el complejo del
templo posee un sabor suave, seductor, y una energía que de un modo u otro siempre te
llega al corazón.
Realizamos una ceremonia sencilla destinada más a la purificación que a cualquier otra
cosa. Yo caminé alrededor de cada una de las personas envolviéndolas en humo de salvia y
cedro mientras uno de los miembros del grupo tocaba lentamente un ritmo similar al de
los latidos del corazón con su tambor. Pero cuando estábamos en aquel círculo apareció
una cosa que más adelante iba a constituir un enorme problema.
Una de las mujeres procedentes de Sudamérica comenzó a perder ligeramente el control
cuando el humo ceremonial se elevó alrededor de su cuerpo. Su rostro se contrajo y
extraños sonidos temerarios brotaron de su cuerpo. Al cabo de unos minutos empezó a
agitar los brazos y el cuerpo, haciendo que algunos sintieran miedo. Las personas que se
encontraban a su lado respondieron de inmediato e intentaron tranquilizarla, pero para mí
fue evidente que algo asociado con el lado oscuro de la vida estaba comenzando a
expresarse.
Lo registré mentalmente y a partir de aquel momento no dejé de observarla. Tenía claro
que aquello iba a constituir una influencia perturbadora para nuestro trabajo conjunto,
pero por entonces no comprendí lo que significaba ni de dónde procedía.
Kaba
El último templo del día era Kaba. Hace muchos años tenía otro nombre, y es un templo
que me resulta extremadamente interesante debido a que los mayas llegaron de la
Atlántida allí donde los judíos accedieron por primera vez a la consciencia humana. (Véase
El antiguo secreto de la flor de la vida, volumen I.) El nombre original de Kaba era Kábala,
que todo judío reconocería como perteneciente a uno de los libros sagrados del judaísmo.
Esto sólo tiene sentido cuando conoces la historia de los mayas.
Tras lo sucedido en Labná, dejamos que nuestro grupo se dedicara sólo a explorar Kaba,
sin celebrar ninguna ceremonia. La energía debía cristalizar para que pudiéramos
entender lo que se nos estaba acercando. Volvimos a Mérida, esperando para saber lo que
debía venir a continuación a medida que los mayas fueran suavemente exponiendo sus
necesidades a nuestra consciencia exterior.
Mérida
Esa noche todos nos fuimos a la cama pronto, pues debíamos levantarnos a las cuatro de
la madrugada. Así debía ser para poder estar presentes en el momento de la salida del
Sol en el antiguo lugar de Dzibilchaltún, donde el sol equinoccial se eleva cada año por
detrás del ojo de la cerradura de un templo construido por una civilización que se
remonta al año 500 a.C., probablemente el sitio más antiguo de todos los que íbamos a
visitar en Yucatán.
Después de eso debíamos regresar a nuestro hotel de Mérida, hacer los equipajes,
visitar las extraordinarias grutas de Balancanché y poner rumbo a Chichén Itzá para la
ceremonia del equinoccio que se iba a celebrar al día siguiente.
Reunión con Hunbatz Men
Antes de relatarte lo que sucedió en Dzibilchaltún, donde acudimos para participar en el
antiguo rito del equinoccio de primavera, debo contarte una conversación que mantuve
con Hunbatz Men el día anterior durante el desayuno.
Mientras Hunbatz bebía su café y yo sorbía mi té, repasamos nuestros programas para
sincronizar nuestros movimientos durante los próximos acontecimientos. Como íbamos a
celebrar juntos la ceremonia de Chichén Itzá —el chakra corazón—, debíamos
determinar con exactitud cómo teníamos que colocar nuestras energías con referencia a
los cientos de ancianos incas, mayas y de otras tribus indígenas que iban a acudir de toda
América para participar. En otras palabras, Hunbatz quería saber con precisión dónde
íbamos a estar y cómo íbamos a interactuar con el grupo. Además, estaba previsto que el
grupo de Carolina Hehenkamp fuera con Hunbatz cuando partiéramos hacia Chichén Itzá,
y queríamos acordar dónde iba a estar cada uno de nosotros durante los días de aquellas
numerosas ceremonias.
Tras discutir aquello, Hunbatz cambió de tema. Quería hablarme acerca del futuro y, en
especial, sobre la importancia de las calaveras de cristal en próximas ceremonias. Me
explicó que estas calaveras están vivas y que pronto se juntarían todas en nuestras
ceremonias a medida que nos iríamos aproximando al Fin de los Tiempos.
Lo curioso era que el Native American Council de Estados Unidos me había enviado una
calavera de cristal a mi casa de Arizona antes de mi partida. Debía conservarla durante
un período de tiempo indeterminado. Pero las calaveras de cristal no habían formado
parte de lo que yo entendía que era el propósito de aquel viaje a Yucatán. Por eso,
mientras escuchaba a Hunbatz, consideré que la información acerca de ellas realmente
estaba destinada a otro momento.
Qué poco sabía entonces. Como de costumbre, soy el último en enterarme.
Calavera de cristal maya.
El templo de Dzibilchaltún
Yo había presenciado la ceremonia del equinoccio en 1995 con Hunbatz, y me ilusionaba
volver a experimentarla con aquel fantástico grupo.
Llegarnos al lugar, que había sido un importante centro de iniciación para las escuelas de
misterio de todo el mundo, unos veinte minutos antes del amanecer. Otras muchas
personas, en su mayoría mayas, habían acudido también para celebrar de esa forma el
equinoccio.
Dzibilchaltún.
El Templo del Amanecer es un edificio de piedra con una abertura por la que el sol
equinoccial, la primera luz del equinoccio de primavera, aparece cada año. El camino que
conduce al templo es un pasillo largo y rocoso, casi como una pasarela de desembarque,
con arbustos de baja altura a ambos lados. El templo está situado al final de este pasillo.
Lionfire también había estado allí antes y ayudó a nuestro grupo a colocarse en fila, a
una cierta distancia del templo, para que pudiera ver la aparición del Sol por la abertura.
Unos dos minutos antes del momento previsto para que el Sol
asomara, ocurrió algo que no olvidaré jamás.
Una pareja mexicana de edad, a la que ya había conocido con anterioridad, se me acercó
y dijo:
—Drunvalo, ¿eres tú?
Me volví para hablar con ellos, sabiendo que sólo faltaban unos «segundos para la salida
del Sol.
María, la mujer, llevaba una tela blanca que envolvía un objeto bastante grande. La abrió
para mostrarme lo que guardaba en ella. Allí, entre sus manos, se encontraba una
bellísima calavera de cristal maya, antigua y de un blanco reluciente. Me miró, y dijo:
—Por favor, sostén esto junto a tu corazón.
La coloqué allí donde ella me pidió y me volví hacia Dzibilchaltún justo en el momento en
que el primer rayo de sol comenzaba a atravesar la abertura del templo. En pocos
segundos el sol penetró totalmente por ella y los primeros rayos de luz hicieron explosión
en mi interior.
Tuve una visión. Vi dos espíritus mayas humanos dentro de la calavera de cristal que
sostenía junto a mi corazón. Eran un hombre y una mujer y estaban muy vivos, en unión
sexual, mirándose mutuamente con eterno amor.
En ese momento, en un destello de entendimiento, supe con certeza lo que los mayas
estaban haciendo con aquellas calaveras de cristal.
Se elegía a determinados mayas, normalmente en el momento del nacimiento, para
formar parte de la ceremonia de la calavera de cristal. Cada uno de ellos era designado
para capturar la esencia de toda la cultura maya en uno de trece periodos de tiempo
diferentes, que se extendían desde el principio al fin de su cultura, y para tal fin recibían
un entrenamiento que duraba toda su vida. En el momento adecuado de sus vidas, en una
solemne ceremonia, ingerían un psicodélico natural específico y, de acuerdo con su
preparación, morían permaneciendo conscientes mientras dejaban su cuerpo y obligaban a
su espíritu a entrar en la calavera de cristal. Esta calavera, entonces, se convertía en su
hogar, en su cuerpo, durante cientos o incluso miles de años.
Debían vivir en el interior de la calavera de cristal, guardando y preservando el
conocimiento, los recuerdos y la sabiduría de los antiguos mayas, para que en este
momento, en el Fin de los Tiempos, éstos pudieran ser recordados. Y aquél era justo el
momento en que su propósito estaba siendo cumplido. Todas las calaveras estaban
reuniéndose lentamente por toda la tierra maya, pues ése había sido su objetivo desde el
principio.
Hay un total de trece calaveras, y en un futuro próximo la Ceremonia de las Trece
Calaveras Mayas será una realidad y la profecía maya se completará, lo que significará
que la antigua transmisión habrá entrado en el espíritu maya moderno.
Cuando aquel conocimiento me inundó, vi a una anciana sentada calladamente en el fondo
de la calavera de cristal. Supe que ella era la que había organizado aquel matrimonio
eterno entre los dos amantes. Supe que ella era la que había planeado todo lo que la
calavera debía hacer para su gente, y que fueron las abuelas antiguas las que diseñaron
este método de transmitir información a través de los siglos, y que seguían protegiendo
las calaveras.
El conocimiento, los recuerdos y la sabiduría que guardaban los amantes mayas
pertenecían al periodo de tiempo en que la cultura maya estaba empezando a florecer.
Era aquélla una época en la que el amor y la compasión regían todo lo relacionado con el
mundo maya. Y aquel extraordinario amor, la compasión y el conocimiento eran lo que
debía ser reencendido en el corazón de los modernos mayas.
La experiencia de la salida del Sol a través de la abertura del templo y la calavera de
cristal con sus amantes espirituales abrieron mi corazón como nunca habría creído
posible si no lo hubiera vivido. De una forma dramática, los antiguos mayas estaban
empezando a hablarme acerca de lo que era importante para ellos.
Escuché y recé. Entonces supe que aquella expedición iba a constituir otro viaje al
corazón que cambiaría aún más profundamente la vida sobre la Tierra y sanaría las
relaciones entre las personas. Creí que incluso podría sanar las sofocantes nubes de
dióxido de carbono que están ahogando nuestro planeta. Aquella experiencia aportó una
increíble esperanza a mi ser.
Sin embargo, no era consciente de que otra experiencia de igual intensidad me estaba
esperando unas pocas horas después. Debíamos entrar en un lugar tan poderoso, tan
profundamente centrado en el corazón, que simplemente por haber estado allí nadie de
nuestro grupo volvería a ser el mismo. Estábamos a punto de hablar con los Antiguos
directamente.
El cenote de Dzibilchaltún
Los cenotes son estanques sagrados, y a veces incluso lagos de buen tamaño, alimentados
por manantiales subterráneos. Recuerda el que vi en Chichén Itzá en 1985, cuando estuve
allí con Ken. Para los mayas, todos los lugares sagrados debían estar situados cerca de
uno de ellos, pues estos manantiales eran considerados las puertas a los Mundos
Interiores. Se cree que el agua de los cenotes posee grandes propiedades curativas, y el
de Dzibilchaltún está entre los más importantes para los mayas.
Por eso, después de contemplar el sol del equinoccio de primavera salir a través del
templo de piedra de Dzibilchaltún, nos dirigimos a su cenote, un precioso estanque en el
límite de la selva. Nos reunimos alrededor de las ruinas de piedra que se encuentran
junto a él y celebramos un servicio improvisado, meditando en favor de los mayas, de
nuestro viaje y por la sanacion de la guerra de Irak, que había estallado exactamente la
noche anterior a nuestra búsqueda. Resulta interesante señalar que los mayas habían
establecido aquella fecha para la Ceremonia por la Paz Mundial dos años y medio antes.
Tras la ceremonia, los guardianes de la antigua calavera de cristal que yo había sostenido
junto a mi corazón colocaron el sagrado objeto sobre una tela que cubría un saliente de
piedra y nos permitieron a todos tocarla y sentir su poder.
De repente, una fuerte y horrible manifestación de energía oscura intentó entrar en
nuestro círculo haciéndose con el control del cuerpo de una de las mujeres del grupo. Era
la misma mujer a través de la cual se había manifestado en Labná. La mujer en la que
había penetrado la entidad levantó la calavera de cristal por encima de su cabeza y, con
todas sus fuerzas, intentó estrellarla contra el enorme saliente de roca sobre el que
estaba colocada. Tres hombres, conducidos por Lionfire, la agarraron para arrebatarle
la calavera. El forcejeo duró varios minutos, pero al final la calavera sobrevivió. La mujer
echaba espumarajos de furia mientras la entidad se movía por su interior.
Habíamos estado manteniendo una cuidadosa vigilancia para proteger al grupo contra
aquella entidad. Sabíamos que estábamos en su casa. Aquella era la entidad que había
penetrado en la consciencia maya cuando ésta se encontraba en la cima de su cultura y la
había transformado, sustituyendo el amor y la belleza por los sacrificios humanos y el
miedo. Sabiendo esto, Lionfire había estado protegiendo de cerca la calavera. Sin
embargo, tuvo que echar mano de toda su fuerza y de la de otros dos hombres para
evitar que aquel inestimable objeto sagrado fuera dañado.
Ahora sabíamos lo fuerte y decidida que era aquella energía. Sin duda debía ser
eliminada del cuerpo de la mujer antes de que pudiéramos participar en la ceremonia del
día siguiente en Chichén Itzá.
Normalmente se entiende, tal y como comentaron muchos de los integrantes de nuestro
grupo, que esta energía del lado oscuro está entre nosotros por alguna razón. Constituía
una parte importante del problema de los que intentábamos ayudar a sanar el mundo, y
sabíamos que debíamos lidiar con ella de una forma positiva: con amor, compasión e
incluso gratitud, en especial hacia el miembro de nuestro grupo que había accedido, en
algún nivel superior de su ser, a representar un papel tan difícil. Debíamos diseñar un
plan.
Alegres, impresionados, y sin embargo escarmentados, regresamos a Los Aluxes para
desayunar, y a continuación nos dirigimos a la siguiente aventura de nuestro viaje, hacia
las incomparables grutas de Balancanché. (Digo «grutas» porque, aunque sea una sola,
tiene muchas derivaciones que se extienden en diversas direcciones.)
Humberto, nuestro guía
Me gustaría escribir unas pocas palabras acerca de Humberto Gómez, nuestro guía
Merlín por las tierras mayas.
Humberto es un hombre de setenta y pocos años que aparenta sesenta. Es de pequeña
estatura y muy esbelto, con un porte aristocrático, como el de sus antepasados hidalgos
españoles.
Durante los dos primeros días del viaje se mantuvo callado; educado, encantador,
extremadamente colaborador, pero reservado y modesto.
Sin embargo, de camino hacia Balancanché, Humberto no pudo mantener su silencio. Yo
sabía que estaba licenciado en arqueología, pero entonces me enteré de que no sólo era
un hombre extraordinariamente erudito y con un vasto conocimiento de la arqueología de
su tierra natal, ¡sino que él, Humberto Gómez, había sido el que, en su juventud,
descubriera las grutas de Balancanché! Al entrar en el aparcamiento de Balancanché me
di cuenta de que Humberto sabía más acerca de aquel lugar que ninguna otra persona viva.
Aunque aquel día llevábamos muchas horas levantados, todavía era temprano cuando
llegamos al museo. Las cuevas estaban aún cerradas, así que, mientras esperábamos,
invité a Humberto a que nos relatara su descubrimiento.
Nos agrupamos a su alrededor, interesados por lo que nos iba a contar. Y disculpándose
al principio, pero enseguida con gran brío y color, Humberto hizo que sus increíbles
experiencias ocurridas tanto tiempo atrás volvieran a la vida para nosotros. Fue la
primera de las muchas historias que Humberto nos regaló durante nuestro viaje espiral a
través de Yucatán. ¡Era un narrador increíble!
Humberto era un estudiante de arqueología de veintitantos años cuando encontró una
cueva pequeña y de paredes de tierra cerca de su casa. No se lo contó a nadie y la
convirtió en su propio escondite. Le gustaba ir allí a meditar o a estar solo.
La cueva era un lugar mágico para Humberto, pero según nos contó, realmente no tenía
nada de especial; desde luego nada que pudiera sugerir que tuviera antiguas raíces mayas.
Era sólo una cueva. Pero era su cueva y siguió visitándola durante muchos años.
Pero un día, en el año 1959, le dio por dar golpecitos sobre un punto concreto de las
paredes de la cueva. Los golpes produjeron un sonido hueco.
La pared estaba cubierta por los elementos químicos que habían estado rezumando de la
tierra durante millones de años. Aquel trozo de pared parecía igual que cualquier otro de
la cueva. Pero cuando Humberto escarbó en la pared terrosa encontró, escondidos tras
ella, ¡los conocidos restos de ladrillo y mortero de un antiguo muro maya! Puedes imaginar
su emoción al retirar cuidadosamente unas cuantas piedras de la pared, las suficientes
como para poder pasar a la vasta y hasta entonces desconocida gruta subterránea que se
escondía al otro lado.
Completamente solo, Humberto recorrió los aparentemente interminables pasillos y
caminos excavados en la roca. Y allí encontró algo desconocido y único en toda la tierra
maya. Repartidos por toda la cueva había altares fabricados con columnas naturales de
estalactitas y estalagmitas. Y alrededor de estos altares encontró ofrendas realizadas
quizá mil años antes y que no habían sido tocadas desde entonces. Cada uno de los cientos
de cacharros de barro, utensilios, imágenes y molinillos que habían sido ofrecidos a Chac,
el dios de la lluvia, descansaba en el lugar exacto en que había sido depositado por
antiguas manos mayas en alguna ceremonia ancestral. Nada había sido visto ni tocado en
los años pasados desde que la gruta fuera sellada a la vista humana.
Inmediatamente fue en busca de funcionarios gubernamentales a los que contar su
descubrimiento arqueológico, para asegurar que todo lo que la gruta contenía fuera
protegido contra cualquier alteración y contra el vandalismo.
Normalmente, cuando se encuentra un yacimiento en México, el gobierno toma todo lo
que encuentra y lo lleva a un museo. Pero en este caso, y de forma totalmente
excepcional, los científicos y funcionarios que entraron los primeros en la gruta se dieron
cuenta de la importancia de conservar lo que había descubierto Humberto.
Inmediatamente cerraron la entrada y colocaron un guarda para que la protegiera.
Y así sigue, intacta hasta hoy. Nada ha sido movido excepto para hacer un pequeño
camino a través del complejo, de forma que los visitantes puedan experimentar la cueva
tal y como fue descubierta.
Después de que acudieran los representantes gubernamentales, sin embargo, se corrió la
voz y al día siguiente apareció un grupo de ancianos y chamanes mayas que anunciaron que
iban a entrar en la gruta llevar a cabo una ceremonia. Nos lo contó Humberto con una
sonrisa divertida y nos enfatizó que no preguntaron si podían hacerlo o no. Sencillamente
dijeron:
—Vamos a hacerlo.
Los funcionarios respondieron:
— ¡No pueden hacer eso!
La discusión y el debate se prolongaron durante un tiempo hasta que finalmente los
representantes oficiales accedieron a que los mayas realizaran su ceremonia..., ¡pero sólo
si ellos podían entrar para asistir a ella y tomar fotografías!
Más discusión y debate. Al final los mayas cedieron, pero con dos condiciones: todo el
que entrara en la cueva debía jurar que guardaría el secreto, y nadie podría irse hasta
que todo terminara, lo que significaba permanecer allí veinticuatro horas sin comida ni
agua. Advirtieron que si alguien se marchaba antes del final de la ceremonia, ellos no
asumían la responsabilidad por las terribles consecuencias que tendría aquella actuación.
Eso fue lo que se acordó. Los mayas y los mexicanos penetraron en la negrura de la
tierra para llevar a cabo la ceremonia..., y volvieron a salir, veinticuatro horas más tarde,
en medio de una lluvia torrencial. Aquello era la señal que buscaban los mayas. Así sabían
que Chac, el dios de la lluvia, había aceptado sus plegarias.
Humberto fue uno de los participantes en aquella ceremonia a Chac y nunca ha olvidado
su poder.
Tras Balancanché, Humberto resultó ser un ameno pozo de bellas historias e información
acerca de los yacimientos que visitamos y sobre la historia de Yucatán. Una vez le pedí
que me contara la ceremonia maya de Balancanché, pero se negó a ello. Había hecho una
promesa. Fue la única vez que rehusó contestar a una pregunta.
En el interior de las grutas de Balancanché
Yo nunca había entrado en las grutas de Balancanché. Me eran totalmente desconocidas.
Y ni yo mismo ni nadie del grupo podría haber esperado ni imaginado la experiencia que
íbamos a vivir.
Para empezar, creíamos que íbamos a tener que permanecer en Balancanché la mayor
parte del día. Ello era debido a que, para proteger la gruta, los vigilantes sólo permitían la
entrada simultánea de diez personas. Sólo así les resultaba posible realizar una vigilancia
suficientemente estrecha como para impedir que nadie tocara o se llevara algo.
Sin embargo, Humberto había participado en nuestras primeras ceremonias y había
podido comprobar la reverencia que sentíamos por los yacimientos mayas y sus gentes.
Sabía que teníamos permiso de los Antiguos para estar allí. Y como él era el que había
descubierto la gruta, utilizó su influencia para que se hiciera una excepción. Según nos
dijo, se nos permitiría entrar en grupos de veinte.
Aquello constituía un gran honor y una enorme prueba de confianza. Pero cuando
empezamos a dividirnos en tres grupos, Humberto convenció a los guardas para que
hicieran una concesión más. Nos comunicó que ¡se nos permitía entrar en dos grupos de
treinta!
Yo fui el último del primer grupo. Con gran reverencia nos encaminamos por el sendero
de la selva hasta la boca de la gruta, un inmenso agujero que entraba en espiral en la
tierra. Los pájaros que volaban alrededor de ella y las flores que colgaban de todas las
paredes parecían inclinar sus cabezas. Yo tenía el vello de punta.
Entrar en la cueva era como entrar en el seno de la Madre. Al instante comenzó a
abrirse mi corazón. Fue una respuesta completamente involuntaria ante las energías
presentes.
Seguimos descendiendo hacia las profundidades de la Tierra, penetrando cada vez más en
la oscuridad. Yo podía sentir que aquél era uno de los lugares más sagrados en los que
había estado jamás. Mi corazón seguía abriéndose sin que yo pudiera evitarlo. Podía ver y
sentir que lo mismo les estaba sucediendo a todos los que se encontraban delante de mí.
De pronto, observé que estaba cantando suavemente.
Y escuché un sonido a mis espaldas. Me volví para ver quién era, y vi que nuestro segundo
grupo se acercaba con rapidez. ¿Se habrían equivocado? ¿Es que no estaban cumpliendo
las instrucciones?
La primera persona del segundo grupo se me acercó, sonriendo, sintiendo lo sagrado del
lugar.
— ¿Qué hacéis aquí? —pregunté.
—Humberto decidió dejarnos ir a todos como un solo grupo — me respondió.
«Claro», me dije a mí mismo. Parecía lo correcto que estuviéramos todos juntos. Lo
sagrado del lugar y su belleza habían puesto mi corazón a punto de estallar. Aquel cambio
inesperado colmó el vaso.
Así que seguimos todos juntos, un grupo de sesenta personas en un lugar en el que
normalmente sólo se permite la entrada de diez, unidos en un sentimiento de amor y
admiración espiritual diferente a todo lo que cualquiera de nosotros había sentido jamás
con anterioridad. Y no digo esto a la ligera.
Entramos en la parte principal de la gruta, donde una enorme estalagmita se había unido,
hace millones de años, con una estalactita igual de gigantesca, creando un inmenso pilar
de al menos veinte metros de altura. Alrededor de este pilar se encontraban las ofrendas
que los mayas dejaron allí muchos años atrás. Cerámica y vasijas ceremoniales aparecían
colocadas sobre el suelo alrededor de esta columna central, tal y como habían estado
durante cientos y miles de años.
La sensación de santidad resultaba abrumadora. Mi corazón no era capaz de retener las
lágrimas. Me eché a llorar. Con los ojos empañados, miré a mí alrededor y vi que todos los
que me rodeaban también estaban llorando.
Habíamos acudido a las tierras de los mayas para experimentar el Espacio Sagrado del
Corazón. Y allí era donde estábamos, en un auténtico espacio físico que estaba vivo con la
vibración viva del corazón..., y todos nosotros estábamos en sintonía con este espacio,
juntos. ¡Todo mi ser vibraba!
Continuamos recorriendo las grutas y vimos que había otros dos altares formados por
una estalagmita y una estalactita, algo más pequeños, con sus antiguas ofrendas. Y la
sensación de santidad seguía creciendo.
El cenote de Balancanché
El Espacio Sagrado del Corazón se asocia siempre con el agua. Llegué a otra sala de la
gruta desde la que un estanque tiraba de mí. El agua era tan clara que casi no podía verla
cuando estaba brotando de una cueva adyacente. Aquella agua estaba viva.
Auténticamente viva.
Cuando clavé mi mirada en el cenote fue como si estuviera viendo otro mundo.
Tres personas más del grupo estaban contemplando el estanque con lágrimas en los ojos,
y cuando yo me acerqué nos fundimos en un abrazo.
En ese momento supe que estaba con mi tribu. Y con nuestras lágrimas y nuestros
corazones abiertos estábamos rezando por nosotros mismos, por los mayas y por la
Madre Tierra.
Yo conocía aquel lugar. Lo había sentido con anterioridad dentro de mi propio corazón.
¿Puedes imaginar lo que fue estar allí físicamente, con otros seres físicos, todos
experimentando la misma emoción? Fue algo como nunca me había sucedido
anteriormente.
Los guardas de la gruta, que hasta entonces se habían mantenido invisibles, nos hicieron
señales con las linternas. Había terminado el tiempo de la visita.
Cuando me di la vuelta para salir, era incapaz de hablar. Apenas recuerdo cómo caminé
hasta la salida de la gruta. Era como estar inmerso en un sueño.
Lo siguiente que supe fue que estaba fuera de la cueva, acercándome al museo. Me senté
yo solo y cerré los ojos. Seguía vibrando en mi corazón. Estuve así más de media hora
antes de que la experiencia que había vivido se asentara lo suficiente como para
permitirme ponerme de pie y echar a andar hacia el autobús.
Nunca olvidaré aquella experiencia, ni a los mayas, cuyas oraciones siguen resonando en
aquel espacio sagrado, ni a las bellas gentes que entraron en la Madre conmigo.
Sentado bajo un árbol, esperando la llegada del resto del grupo, recordé la oración de mi
maestra más íntima, Cradle Flower, de los taos pueblo:
Belleza frente a mí
Belleza detrás de mí
Belleza a mi izquierda
Belleza a mi derecha
Belleza sobre mí
Belleza debajo de mí
La belleza es amor
El amor es Dios.
Una vez más, los ángeles empezaron a hablarme de la necesidad de realizar un viaje a la
tierra de los mayas, pues al igual que los anasazis, aquella antigua cultura había cometido
también un enorme error en el pasado. Se trataba de un error que, si no era corregido,
frustraría la ascensión del mundo e impediría a la mujer hacerse cargo de la
responsabilidad que debe ejercer durante los próximos trece mil años. En pocas palabras,
otro problema de la red.
Había pasado casi un año desde que celebramos las ceremonias en las tierras de los
anasazis, y yo no tenía ninguna prisa por volver a correr por el mundo otra vez. Uno de
mis mayores problemas es que soy vago. Por eso los queridos ángeles tuvieron que
pincharme para que me embarcara en un viaje que yo sabía que iba a suponer un gran
trabajo. Soy realmente tonto. He recorrido una distancia enorme para estar aquí, en la
Tierra, y llevar a cabo este trabajo, y lo único que quiero hacer es dedicarme a vivir y a
jugar.
El viaje a las Cuatro Esquinas había sido impresionante. Habíamos participado en la
conexión íntima entre los antiguos anasazis, la Madre Tierra y nuestro pequeño grupo de
almas valientes que respiraban como Un Solo Espíritu. Y ahora se me pedía que siguiera
Avanzando por el mundo indígena y que profundizara en la oscuridad del pasado.
Yo había observado que Lionfire, el chamán de Hovenweep (Colorado), poseía un
conocimiento enciclopédico de los anasazis, pero también me había percatado de lo mucho
que sabía acerca de los mayas. Por eso, antes incluso de empezar el viaje, le pedí que
viniera conmigo como experto en historia maya. Afortunadamente, accedió.
El momento y el propósito de nuestra entrada en la tierra de los mayas.
El momento de nuestro viaje a Yucatán coincidió con una invitación que nos hizo el
chamán maya Hunbatz Men para que participáramos en las ceremonias del equinoccio, en
Chichén Itzá, el 20 de marzo de 2003.
Hunbatz, el Consejo de Ancianos Mayas y unos doscientos cincuenta ancianos más
procedentes de América del Norte, Central y del Sur iban a llevar a cabo una ceremonia
por la paz mundial, uniendo sus poderes espirituales en favor de la sanación del mundo.
Nuestro grupo debía apoyar este esfuerzo efectuando una ceremonia en un círculo
exterior alrededor del núcleo interior de chamanes y ancianos indígenas. Se nos uniría un
grupo europeo dirigido por Carolina Hehenkamp, que también había participado en el
viaje de los anasazis.
Después de la ceremonia en Chichén Itzá habíamos planeado realizar un recorrido en
espiral para cumplir el propósito de nuestro grupo de ir a la tierra de los mayas. Y de
forma muy parecida a como lo habíamos hecho en la tierra de los anasazis, queríamos
ayudar a los antiguos mayas, que también estaban atrapados en el interior de la Tierra,
para que quedaran libres.
En aquel momento no sabíamos (y de hecho no lo supimos hasta que se desplegó ante
nuestros ojos) que el viaje tenía otro gran propósito, un propósito que aún hoy día sigue
desvelándose.
La sanación del mundo maya interior y del mundo maya exterior.
Tal y como había sucedido en las Cuatro Esquinas, la sanación de la tierra maya
significaría restaurar el equilibrio de la naturaleza entre el Mundo Interior y el Mundo
Exterior de los mayas. Al hacerlo, los Mundos Interiores podrían empezar a moverse con
nosotros, el Mundo Exterior, en armonía; o por decirlo mejor, nosotros nos moveríamos
en armonía con ellos.
Y esto debía llevarse a término muy pronto, pues —si creemos la versión actual— el
calendario maya termina en 2012, algo menos de nueve cortos años después de nuestro
viaje de 2003. En la tradición de los mayas, el periodo en el que nos encontramos ahora
dará paso a un momento de la historia denominado el Fin de los Tiempos, que ellos
entienden como el final de un largísimo ciclo y el comienzo de otro nuevo.
Por este motivo, nuestra tarea debía consistir en abrir los canales para que los mayas del
interior de la Tierra pudieran conectarse con los de la superficie para preparar la
ascensión final. Al hacerlo, la Red de Conciencia de Unidad se focalizaría mejor y la
energía de la Serpiente de Luz, allá en las alturas de los Andes chilenos, se haría más
brillante y más potente.
Y una vez más, tal y como ocurría en la región de las Cuatro Esquinas el verano anterior,
Yucatán y las zonas limítrofes estaban padeciendo una terrible sequía. Con lo cual, otra
parte de nuestro trabajo sería llevar a cabo las ceremonias que debían traer las lluvias, el
símbolo físico del equilibrio que estábamos buscando.
¿Por qué querría aquella antigua cultura que un grupo internacional de personas les
hiciera este tipo de servicio? ¿Habían ellos olvidado cómo hacerlo? ¿Habían, por alguna
razón, perdido el poder espiritual para hacerlo por sí mismos? La verdad es que no lo sé.
Todavía me sigue resultando extraño que encargaran una tarea tan personal a alguien de
otra cultura. Sin embargo, me recuerda el tiempo en que los taos pueblo de Nuevo México
me pidieron que enterrara a sus muertos. Ellos creían que sería mejor para ellos si otra
cultura realizara aquel trabajo.
Quizá los mayas precisaban una fuerza exterior para abrir los canales de energía. O
puede que, como muchos de nosotros, estuviesen abrumados por las circunstancias y
necesitasen ayuda.
Fuera cual fuese la razón, los mayas nos habían invitado, tanto los vivos como los
antiguos, a ir a México y efectuar aquellas ceremonias con ellos y por ellos. No podíamos
negarnos.
El encuentro en Mérida
En cuanto pisé suelo mexicano, mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Pude percibir
claramente que existía una conexión entre este viaje y el de los anasazis. Era la misma
energía, como si ya hubiera sido soñado. En mi interior sentí que este nuevo periplo por
los templos mayas de los chakras iba probablemente a cambiarme la vida; sin embargo, no
sabía cómo iba a ser. Quién sino Dios, y quizá los Antiguos, podía conocer lo que estaba a
punto de acontecer. Yo estaba claramente entrando en lo desconocido.
Cuando llegué a la ciudad circular de Mérida fui llevado al hotel Los Aluxes (que significa
«Las Gentes Pequeñas»), donde me encontré con Lionfire y Carolina, que ya habían
llegado. A lo largo de las siguientes veinticuatro horas se fue reuniendo poco a poco
nuestro grupo vagabundo de sesenta almas procedentes de todas las partes del mundo.
Una bienvenida maya
Para nuestro primer encuentro, Lionfire nos había organizado una tarde especial con sus
amigos mayas.
Nos reunimos en una pequeña habitación del hotel donde una anciana maya, una hermosa
abuela, se colocó frente a nosotros y, en lengua maya, nos otorgó su permiso para
participar en las ceremonias y visitar lugares que en el pasado habían estado reservados
exclusivamente para los sacerdotes mayas. Nos sentimos increíblemente honrados por
sus palabras y se derramaron muchas lágrimas.
A continuación, un grupo musical maya llamado Wayak nos deleitó con su música
evocadora. Sus gritos guturales y los instrumentos nativos parecían los sonidos de un
antiguo pasado. Eran diferentes a todo lo que habíamos escuchado con anterioridad. El
encanto de aquella tarde fue el comienzo perfecto de una peregrinación de ceremonias
que esperábamos que devolvieran la salud y el equilibrio al pueblo maya y a sus tierras,
ayudándoles a prepararse para las inmensamente importantes ceremonias del futuro,
unas ceremonias de las que algún día dependerá el mundo entero para su propia
supervivencia.
Sentado en aquel círculo, me di cuenta de que nos íbamos a mover por la misma espiral de
templos que Ken y yo habíamos recorrido casi veinte años atrás, aunque también iba a
haber algunos nuevos. Me sentí veterano y niño al mismo tiempo. Casi no podía esperar.
Los templos de Uxmal
Cuando llegamos a Uxmal, nuestro grupo internacional estaba empezando a recordar que
debían respirar como Un Solo Corazón. Se reunieron a mí alrededor mientras les contaba
la historia del gigantesco péndulo de Ken y los asombrosos acontecimientos de 1985.
Luego fuimos a la Gran Pirámide, donde comprobé que el árbol que había sellado el cristal
de obsidiana seguía allí. Era mucho mayor que la última vez que lo vi, en 1995, cuando
estuve en Chichén Itzá con Hunbatz Men para celebrar la ceremonia del equinoccio de
primavera de aquel año. Era el único árbol en aquel espacio cubierto de hierba y estaba
perfectamente alineado con el centro de la pirámide y el borde del edificio adyacente.
Nos encaminamos hasta la cumbre de la Gran Pirámide, una subida empinada y una altura
de vértigo para algunos de los integrantes de nuestro grupo que no habían hecho nada
parecido con anterioridad. Desde arriba podíamos contemplar toda la zona de Uxmal,
inmensa, con sus pirámides y templos que se extienden a lo largo de kilómetros de selva.
Resultaba fácil imaginar cómo, en tiempos pasados, el lugar había constituido un gran
centro para el pueblo maya.
La ceremonia que celebramos allí tomó una forma inusual: la geometría del vesica piscis.
Imagínate, un grupo de sesenta personas en la cumbre de la pirámide intentando colocar
nuestros cuerpos para dibujar dos círculos que se solapan. Al final lo conseguimos, con
algunas personas casi colgando del borde, y así se desarrolló nuestra primera ceremonia
del viaje. Los dos círculos enlazados representaban las ceremonias de los indígenas
interiores y las de nuestro grupo internacional, actuando como Una Sola.
Al final de la ceremonia me di cuenta de que ya estábamos empezando a conectar con los
Antiguos. Sentí que nos observaban, nos sentían, nos probaban. Y en respuesta, los
corazones de los miembros de nuestro grupo fueron abriéndose cada vez más,
exactamente lo que necesitábamos para ser aceptados tanto por los mayas de la
superficie como por los de los Mundos Interiores.
Nuestra salida de Uxmal, agotados pero alborozados, estuvo rodeada de esplendor. Por
todo Yucatán, los mayas estaban quemando los campos para preparar la siembra de las
cosechas de primavera, y la suave neblina que llenaba el aire hizo que el Sol se pusiera en
medio de un inusual y brillante derroche de gloria.
Nuestra respuesta ante la belleza del lugar y ante nuestras experiencias me hizo saber
que el Gran Espíritu había reunido a las personas adecuadas para aquel trabajo. Ni
planeándolo podría haber estado mejor.
Ceremonia con el dibujo del vesica piscis.
Labná
Tras dejar Uxmal nos dirigimos a los templos de Labná y Kaba antes de regresar a
Mérida.
Labná es el segundo chakra y representa el centro sexual. La tierra es de un color rojo
óxido, muy parecida a la de Sedona, en Arizona, donde vivo ahora. Todo el complejo del
templo posee un sabor suave, seductor, y una energía que de un modo u otro siempre te
llega al corazón.
Realizamos una ceremonia sencilla destinada más a la purificación que a cualquier otra
cosa. Yo caminé alrededor de cada una de las personas envolviéndolas en humo de salvia y
cedro mientras uno de los miembros del grupo tocaba lentamente un ritmo similar al de
los latidos del corazón con su tambor. Pero cuando estábamos en aquel círculo apareció
una cosa que más adelante iba a constituir un enorme problema.
Una de las mujeres procedentes de Sudamérica comenzó a perder ligeramente el control
cuando el humo ceremonial se elevó alrededor de su cuerpo. Su rostro se contrajo y
extraños sonidos temerarios brotaron de su cuerpo. Al cabo de unos minutos empezó a
agitar los brazos y el cuerpo, haciendo que algunos sintieran miedo. Las personas que se
encontraban a su lado respondieron de inmediato e intentaron tranquilizarla, pero para mí
fue evidente que algo asociado con el lado oscuro de la vida estaba comenzando a
expresarse.
Lo registré mentalmente y a partir de aquel momento no dejé de observarla. Tenía claro
que aquello iba a constituir una influencia perturbadora para nuestro trabajo conjunto,
pero por entonces no comprendí lo que significaba ni de dónde procedía.
Kaba
El último templo del día era Kaba. Hace muchos años tenía otro nombre, y es un templo
que me resulta extremadamente interesante debido a que los mayas llegaron de la
Atlántida allí donde los judíos accedieron por primera vez a la consciencia humana. (Véase
El antiguo secreto de la flor de la vida, volumen I.) El nombre original de Kaba era Kábala,
que todo judío reconocería como perteneciente a uno de los libros sagrados del judaísmo.
Esto sólo tiene sentido cuando conoces la historia de los mayas.
Tras lo sucedido en Labná, dejamos que nuestro grupo se dedicara sólo a explorar Kaba,
sin celebrar ninguna ceremonia. La energía debía cristalizar para que pudiéramos
entender lo que se nos estaba acercando. Volvimos a Mérida, esperando para saber lo que
debía venir a continuación a medida que los mayas fueran suavemente exponiendo sus
necesidades a nuestra consciencia exterior.
Mérida
Esa noche todos nos fuimos a la cama pronto, pues debíamos levantarnos a las cuatro de
la madrugada. Así debía ser para poder estar presentes en el momento de la salida del
Sol en el antiguo lugar de Dzibilchaltún, donde el sol equinoccial se eleva cada año por
detrás del ojo de la cerradura de un templo construido por una civilización que se
remonta al año 500 a.C., probablemente el sitio más antiguo de todos los que íbamos a
visitar en Yucatán.
Después de eso debíamos regresar a nuestro hotel de Mérida, hacer los equipajes,
visitar las extraordinarias grutas de Balancanché y poner rumbo a Chichén Itzá para la
ceremonia del equinoccio que se iba a celebrar al día siguiente.
Reunión con Hunbatz Men
Antes de relatarte lo que sucedió en Dzibilchaltún, donde acudimos para participar en el
antiguo rito del equinoccio de primavera, debo contarte una conversación que mantuve
con Hunbatz Men el día anterior durante el desayuno.
Mientras Hunbatz bebía su café y yo sorbía mi té, repasamos nuestros programas para
sincronizar nuestros movimientos durante los próximos acontecimientos. Como íbamos a
celebrar juntos la ceremonia de Chichén Itzá —el chakra corazón—, debíamos
determinar con exactitud cómo teníamos que colocar nuestras energías con referencia a
los cientos de ancianos incas, mayas y de otras tribus indígenas que iban a acudir de toda
América para participar. En otras palabras, Hunbatz quería saber con precisión dónde
íbamos a estar y cómo íbamos a interactuar con el grupo. Además, estaba previsto que el
grupo de Carolina Hehenkamp fuera con Hunbatz cuando partiéramos hacia Chichén Itzá,
y queríamos acordar dónde iba a estar cada uno de nosotros durante los días de aquellas
numerosas ceremonias.
Tras discutir aquello, Hunbatz cambió de tema. Quería hablarme acerca del futuro y, en
especial, sobre la importancia de las calaveras de cristal en próximas ceremonias. Me
explicó que estas calaveras están vivas y que pronto se juntarían todas en nuestras
ceremonias a medida que nos iríamos aproximando al Fin de los Tiempos.
Lo curioso era que el Native American Council de Estados Unidos me había enviado una
calavera de cristal a mi casa de Arizona antes de mi partida. Debía conservarla durante
un período de tiempo indeterminado. Pero las calaveras de cristal no habían formado
parte de lo que yo entendía que era el propósito de aquel viaje a Yucatán. Por eso,
mientras escuchaba a Hunbatz, consideré que la información acerca de ellas realmente
estaba destinada a otro momento.
Qué poco sabía entonces. Como de costumbre, soy el último en enterarme.
Calavera de cristal maya.
El templo de Dzibilchaltún
Yo había presenciado la ceremonia del equinoccio en 1995 con Hunbatz, y me ilusionaba
volver a experimentarla con aquel fantástico grupo.
Llegarnos al lugar, que había sido un importante centro de iniciación para las escuelas de
misterio de todo el mundo, unos veinte minutos antes del amanecer. Otras muchas
personas, en su mayoría mayas, habían acudido también para celebrar de esa forma el
equinoccio.
Dzibilchaltún.
El Templo del Amanecer es un edificio de piedra con una abertura por la que el sol
equinoccial, la primera luz del equinoccio de primavera, aparece cada año. El camino que
conduce al templo es un pasillo largo y rocoso, casi como una pasarela de desembarque,
con arbustos de baja altura a ambos lados. El templo está situado al final de este pasillo.
Lionfire también había estado allí antes y ayudó a nuestro grupo a colocarse en fila, a
una cierta distancia del templo, para que pudiera ver la aparición del Sol por la abertura.
Unos dos minutos antes del momento previsto para que el Sol
asomara, ocurrió algo que no olvidaré jamás.
Una pareja mexicana de edad, a la que ya había conocido con anterioridad, se me acercó
y dijo:
—Drunvalo, ¿eres tú?
Me volví para hablar con ellos, sabiendo que sólo faltaban unos «segundos para la salida
del Sol.
María, la mujer, llevaba una tela blanca que envolvía un objeto bastante grande. La abrió
para mostrarme lo que guardaba en ella. Allí, entre sus manos, se encontraba una
bellísima calavera de cristal maya, antigua y de un blanco reluciente. Me miró, y dijo:
—Por favor, sostén esto junto a tu corazón.
La coloqué allí donde ella me pidió y me volví hacia Dzibilchaltún justo en el momento en
que el primer rayo de sol comenzaba a atravesar la abertura del templo. En pocos
segundos el sol penetró totalmente por ella y los primeros rayos de luz hicieron explosión
en mi interior.
Tuve una visión. Vi dos espíritus mayas humanos dentro de la calavera de cristal que
sostenía junto a mi corazón. Eran un hombre y una mujer y estaban muy vivos, en unión
sexual, mirándose mutuamente con eterno amor.
En ese momento, en un destello de entendimiento, supe con certeza lo que los mayas
estaban haciendo con aquellas calaveras de cristal.
Se elegía a determinados mayas, normalmente en el momento del nacimiento, para
formar parte de la ceremonia de la calavera de cristal. Cada uno de ellos era designado
para capturar la esencia de toda la cultura maya en uno de trece periodos de tiempo
diferentes, que se extendían desde el principio al fin de su cultura, y para tal fin recibían
un entrenamiento que duraba toda su vida. En el momento adecuado de sus vidas, en una
solemne ceremonia, ingerían un psicodélico natural específico y, de acuerdo con su
preparación, morían permaneciendo conscientes mientras dejaban su cuerpo y obligaban a
su espíritu a entrar en la calavera de cristal. Esta calavera, entonces, se convertía en su
hogar, en su cuerpo, durante cientos o incluso miles de años.
Debían vivir en el interior de la calavera de cristal, guardando y preservando el
conocimiento, los recuerdos y la sabiduría de los antiguos mayas, para que en este
momento, en el Fin de los Tiempos, éstos pudieran ser recordados. Y aquél era justo el
momento en que su propósito estaba siendo cumplido. Todas las calaveras estaban
reuniéndose lentamente por toda la tierra maya, pues ése había sido su objetivo desde el
principio.
Hay un total de trece calaveras, y en un futuro próximo la Ceremonia de las Trece
Calaveras Mayas será una realidad y la profecía maya se completará, lo que significará
que la antigua transmisión habrá entrado en el espíritu maya moderno.
Cuando aquel conocimiento me inundó, vi a una anciana sentada calladamente en el fondo
de la calavera de cristal. Supe que ella era la que había organizado aquel matrimonio
eterno entre los dos amantes. Supe que ella era la que había planeado todo lo que la
calavera debía hacer para su gente, y que fueron las abuelas antiguas las que diseñaron
este método de transmitir información a través de los siglos, y que seguían protegiendo
las calaveras.
El conocimiento, los recuerdos y la sabiduría que guardaban los amantes mayas
pertenecían al periodo de tiempo en que la cultura maya estaba empezando a florecer.
Era aquélla una época en la que el amor y la compasión regían todo lo relacionado con el
mundo maya. Y aquel extraordinario amor, la compasión y el conocimiento eran lo que
debía ser reencendido en el corazón de los modernos mayas.
La experiencia de la salida del Sol a través de la abertura del templo y la calavera de
cristal con sus amantes espirituales abrieron mi corazón como nunca habría creído
posible si no lo hubiera vivido. De una forma dramática, los antiguos mayas estaban
empezando a hablarme acerca de lo que era importante para ellos.
Escuché y recé. Entonces supe que aquella expedición iba a constituir otro viaje al
corazón que cambiaría aún más profundamente la vida sobre la Tierra y sanaría las
relaciones entre las personas. Creí que incluso podría sanar las sofocantes nubes de
dióxido de carbono que están ahogando nuestro planeta. Aquella experiencia aportó una
increíble esperanza a mi ser.
Sin embargo, no era consciente de que otra experiencia de igual intensidad me estaba
esperando unas pocas horas después. Debíamos entrar en un lugar tan poderoso, tan
profundamente centrado en el corazón, que simplemente por haber estado allí nadie de
nuestro grupo volvería a ser el mismo. Estábamos a punto de hablar con los Antiguos
directamente.
El cenote de Dzibilchaltún
Los cenotes son estanques sagrados, y a veces incluso lagos de buen tamaño, alimentados
por manantiales subterráneos. Recuerda el que vi en Chichén Itzá en 1985, cuando estuve
allí con Ken. Para los mayas, todos los lugares sagrados debían estar situados cerca de
uno de ellos, pues estos manantiales eran considerados las puertas a los Mundos
Interiores. Se cree que el agua de los cenotes posee grandes propiedades curativas, y el
de Dzibilchaltún está entre los más importantes para los mayas.
Por eso, después de contemplar el sol del equinoccio de primavera salir a través del
templo de piedra de Dzibilchaltún, nos dirigimos a su cenote, un precioso estanque en el
límite de la selva. Nos reunimos alrededor de las ruinas de piedra que se encuentran
junto a él y celebramos un servicio improvisado, meditando en favor de los mayas, de
nuestro viaje y por la sanacion de la guerra de Irak, que había estallado exactamente la
noche anterior a nuestra búsqueda. Resulta interesante señalar que los mayas habían
establecido aquella fecha para la Ceremonia por la Paz Mundial dos años y medio antes.
Tras la ceremonia, los guardianes de la antigua calavera de cristal que yo había sostenido
junto a mi corazón colocaron el sagrado objeto sobre una tela que cubría un saliente de
piedra y nos permitieron a todos tocarla y sentir su poder.
De repente, una fuerte y horrible manifestación de energía oscura intentó entrar en
nuestro círculo haciéndose con el control del cuerpo de una de las mujeres del grupo. Era
la misma mujer a través de la cual se había manifestado en Labná. La mujer en la que
había penetrado la entidad levantó la calavera de cristal por encima de su cabeza y, con
todas sus fuerzas, intentó estrellarla contra el enorme saliente de roca sobre el que
estaba colocada. Tres hombres, conducidos por Lionfire, la agarraron para arrebatarle
la calavera. El forcejeo duró varios minutos, pero al final la calavera sobrevivió. La mujer
echaba espumarajos de furia mientras la entidad se movía por su interior.
Habíamos estado manteniendo una cuidadosa vigilancia para proteger al grupo contra
aquella entidad. Sabíamos que estábamos en su casa. Aquella era la entidad que había
penetrado en la consciencia maya cuando ésta se encontraba en la cima de su cultura y la
había transformado, sustituyendo el amor y la belleza por los sacrificios humanos y el
miedo. Sabiendo esto, Lionfire había estado protegiendo de cerca la calavera. Sin
embargo, tuvo que echar mano de toda su fuerza y de la de otros dos hombres para
evitar que aquel inestimable objeto sagrado fuera dañado.
Ahora sabíamos lo fuerte y decidida que era aquella energía. Sin duda debía ser
eliminada del cuerpo de la mujer antes de que pudiéramos participar en la ceremonia del
día siguiente en Chichén Itzá.
Normalmente se entiende, tal y como comentaron muchos de los integrantes de nuestro
grupo, que esta energía del lado oscuro está entre nosotros por alguna razón. Constituía
una parte importante del problema de los que intentábamos ayudar a sanar el mundo, y
sabíamos que debíamos lidiar con ella de una forma positiva: con amor, compasión e
incluso gratitud, en especial hacia el miembro de nuestro grupo que había accedido, en
algún nivel superior de su ser, a representar un papel tan difícil. Debíamos diseñar un
plan.
Alegres, impresionados, y sin embargo escarmentados, regresamos a Los Aluxes para
desayunar, y a continuación nos dirigimos a la siguiente aventura de nuestro viaje, hacia
las incomparables grutas de Balancanché. (Digo «grutas» porque, aunque sea una sola,
tiene muchas derivaciones que se extienden en diversas direcciones.)
Humberto, nuestro guía
Me gustaría escribir unas pocas palabras acerca de Humberto Gómez, nuestro guía
Merlín por las tierras mayas.
Humberto es un hombre de setenta y pocos años que aparenta sesenta. Es de pequeña
estatura y muy esbelto, con un porte aristocrático, como el de sus antepasados hidalgos
españoles.
Durante los dos primeros días del viaje se mantuvo callado; educado, encantador,
extremadamente colaborador, pero reservado y modesto.
Sin embargo, de camino hacia Balancanché, Humberto no pudo mantener su silencio. Yo
sabía que estaba licenciado en arqueología, pero entonces me enteré de que no sólo era
un hombre extraordinariamente erudito y con un vasto conocimiento de la arqueología de
su tierra natal, ¡sino que él, Humberto Gómez, había sido el que, en su juventud,
descubriera las grutas de Balancanché! Al entrar en el aparcamiento de Balancanché me
di cuenta de que Humberto sabía más acerca de aquel lugar que ninguna otra persona viva.
Aunque aquel día llevábamos muchas horas levantados, todavía era temprano cuando
llegamos al museo. Las cuevas estaban aún cerradas, así que, mientras esperábamos,
invité a Humberto a que nos relatara su descubrimiento.
Nos agrupamos a su alrededor, interesados por lo que nos iba a contar. Y disculpándose
al principio, pero enseguida con gran brío y color, Humberto hizo que sus increíbles
experiencias ocurridas tanto tiempo atrás volvieran a la vida para nosotros. Fue la
primera de las muchas historias que Humberto nos regaló durante nuestro viaje espiral a
través de Yucatán. ¡Era un narrador increíble!
Humberto era un estudiante de arqueología de veintitantos años cuando encontró una
cueva pequeña y de paredes de tierra cerca de su casa. No se lo contó a nadie y la
convirtió en su propio escondite. Le gustaba ir allí a meditar o a estar solo.
La cueva era un lugar mágico para Humberto, pero según nos contó, realmente no tenía
nada de especial; desde luego nada que pudiera sugerir que tuviera antiguas raíces mayas.
Era sólo una cueva. Pero era su cueva y siguió visitándola durante muchos años.
Pero un día, en el año 1959, le dio por dar golpecitos sobre un punto concreto de las
paredes de la cueva. Los golpes produjeron un sonido hueco.
La pared estaba cubierta por los elementos químicos que habían estado rezumando de la
tierra durante millones de años. Aquel trozo de pared parecía igual que cualquier otro de
la cueva. Pero cuando Humberto escarbó en la pared terrosa encontró, escondidos tras
ella, ¡los conocidos restos de ladrillo y mortero de un antiguo muro maya! Puedes imaginar
su emoción al retirar cuidadosamente unas cuantas piedras de la pared, las suficientes
como para poder pasar a la vasta y hasta entonces desconocida gruta subterránea que se
escondía al otro lado.
Completamente solo, Humberto recorrió los aparentemente interminables pasillos y
caminos excavados en la roca. Y allí encontró algo desconocido y único en toda la tierra
maya. Repartidos por toda la cueva había altares fabricados con columnas naturales de
estalactitas y estalagmitas. Y alrededor de estos altares encontró ofrendas realizadas
quizá mil años antes y que no habían sido tocadas desde entonces. Cada uno de los cientos
de cacharros de barro, utensilios, imágenes y molinillos que habían sido ofrecidos a Chac,
el dios de la lluvia, descansaba en el lugar exacto en que había sido depositado por
antiguas manos mayas en alguna ceremonia ancestral. Nada había sido visto ni tocado en
los años pasados desde que la gruta fuera sellada a la vista humana.
Inmediatamente fue en busca de funcionarios gubernamentales a los que contar su
descubrimiento arqueológico, para asegurar que todo lo que la gruta contenía fuera
protegido contra cualquier alteración y contra el vandalismo.
Normalmente, cuando se encuentra un yacimiento en México, el gobierno toma todo lo
que encuentra y lo lleva a un museo. Pero en este caso, y de forma totalmente
excepcional, los científicos y funcionarios que entraron los primeros en la gruta se dieron
cuenta de la importancia de conservar lo que había descubierto Humberto.
Inmediatamente cerraron la entrada y colocaron un guarda para que la protegiera.
Y así sigue, intacta hasta hoy. Nada ha sido movido excepto para hacer un pequeño
camino a través del complejo, de forma que los visitantes puedan experimentar la cueva
tal y como fue descubierta.
Después de que acudieran los representantes gubernamentales, sin embargo, se corrió la
voz y al día siguiente apareció un grupo de ancianos y chamanes mayas que anunciaron que
iban a entrar en la gruta llevar a cabo una ceremonia. Nos lo contó Humberto con una
sonrisa divertida y nos enfatizó que no preguntaron si podían hacerlo o no. Sencillamente
dijeron:
—Vamos a hacerlo.
Los funcionarios respondieron:
— ¡No pueden hacer eso!
La discusión y el debate se prolongaron durante un tiempo hasta que finalmente los
representantes oficiales accedieron a que los mayas realizaran su ceremonia..., ¡pero sólo
si ellos podían entrar para asistir a ella y tomar fotografías!
Más discusión y debate. Al final los mayas cedieron, pero con dos condiciones: todo el
que entrara en la cueva debía jurar que guardaría el secreto, y nadie podría irse hasta
que todo terminara, lo que significaba permanecer allí veinticuatro horas sin comida ni
agua. Advirtieron que si alguien se marchaba antes del final de la ceremonia, ellos no
asumían la responsabilidad por las terribles consecuencias que tendría aquella actuación.
Eso fue lo que se acordó. Los mayas y los mexicanos penetraron en la negrura de la
tierra para llevar a cabo la ceremonia..., y volvieron a salir, veinticuatro horas más tarde,
en medio de una lluvia torrencial. Aquello era la señal que buscaban los mayas. Así sabían
que Chac, el dios de la lluvia, había aceptado sus plegarias.
Humberto fue uno de los participantes en aquella ceremonia a Chac y nunca ha olvidado
su poder.
Tras Balancanché, Humberto resultó ser un ameno pozo de bellas historias e información
acerca de los yacimientos que visitamos y sobre la historia de Yucatán. Una vez le pedí
que me contara la ceremonia maya de Balancanché, pero se negó a ello. Había hecho una
promesa. Fue la única vez que rehusó contestar a una pregunta.
En el interior de las grutas de Balancanché
Yo nunca había entrado en las grutas de Balancanché. Me eran totalmente desconocidas.
Y ni yo mismo ni nadie del grupo podría haber esperado ni imaginado la experiencia que
íbamos a vivir.
Para empezar, creíamos que íbamos a tener que permanecer en Balancanché la mayor
parte del día. Ello era debido a que, para proteger la gruta, los vigilantes sólo permitían la
entrada simultánea de diez personas. Sólo así les resultaba posible realizar una vigilancia
suficientemente estrecha como para impedir que nadie tocara o se llevara algo.
Sin embargo, Humberto había participado en nuestras primeras ceremonias y había
podido comprobar la reverencia que sentíamos por los yacimientos mayas y sus gentes.
Sabía que teníamos permiso de los Antiguos para estar allí. Y como él era el que había
descubierto la gruta, utilizó su influencia para que se hiciera una excepción. Según nos
dijo, se nos permitiría entrar en grupos de veinte.
Aquello constituía un gran honor y una enorme prueba de confianza. Pero cuando
empezamos a dividirnos en tres grupos, Humberto convenció a los guardas para que
hicieran una concesión más. Nos comunicó que ¡se nos permitía entrar en dos grupos de
treinta!
Yo fui el último del primer grupo. Con gran reverencia nos encaminamos por el sendero
de la selva hasta la boca de la gruta, un inmenso agujero que entraba en espiral en la
tierra. Los pájaros que volaban alrededor de ella y las flores que colgaban de todas las
paredes parecían inclinar sus cabezas. Yo tenía el vello de punta.
Entrar en la cueva era como entrar en el seno de la Madre. Al instante comenzó a
abrirse mi corazón. Fue una respuesta completamente involuntaria ante las energías
presentes.
Seguimos descendiendo hacia las profundidades de la Tierra, penetrando cada vez más en
la oscuridad. Yo podía sentir que aquél era uno de los lugares más sagrados en los que
había estado jamás. Mi corazón seguía abriéndose sin que yo pudiera evitarlo. Podía ver y
sentir que lo mismo les estaba sucediendo a todos los que se encontraban delante de mí.
De pronto, observé que estaba cantando suavemente.
Y escuché un sonido a mis espaldas. Me volví para ver quién era, y vi que nuestro segundo
grupo se acercaba con rapidez. ¿Se habrían equivocado? ¿Es que no estaban cumpliendo
las instrucciones?
La primera persona del segundo grupo se me acercó, sonriendo, sintiendo lo sagrado del
lugar.
— ¿Qué hacéis aquí? —pregunté.
—Humberto decidió dejarnos ir a todos como un solo grupo — me respondió.
«Claro», me dije a mí mismo. Parecía lo correcto que estuviéramos todos juntos. Lo
sagrado del lugar y su belleza habían puesto mi corazón a punto de estallar. Aquel cambio
inesperado colmó el vaso.
Así que seguimos todos juntos, un grupo de sesenta personas en un lugar en el que
normalmente sólo se permite la entrada de diez, unidos en un sentimiento de amor y
admiración espiritual diferente a todo lo que cualquiera de nosotros había sentido jamás
con anterioridad. Y no digo esto a la ligera.
Entramos en la parte principal de la gruta, donde una enorme estalagmita se había unido,
hace millones de años, con una estalactita igual de gigantesca, creando un inmenso pilar
de al menos veinte metros de altura. Alrededor de este pilar se encontraban las ofrendas
que los mayas dejaron allí muchos años atrás. Cerámica y vasijas ceremoniales aparecían
colocadas sobre el suelo alrededor de esta columna central, tal y como habían estado
durante cientos y miles de años.
La sensación de santidad resultaba abrumadora. Mi corazón no era capaz de retener las
lágrimas. Me eché a llorar. Con los ojos empañados, miré a mí alrededor y vi que todos los
que me rodeaban también estaban llorando.
Habíamos acudido a las tierras de los mayas para experimentar el Espacio Sagrado del
Corazón. Y allí era donde estábamos, en un auténtico espacio físico que estaba vivo con la
vibración viva del corazón..., y todos nosotros estábamos en sintonía con este espacio,
juntos. ¡Todo mi ser vibraba!
Continuamos recorriendo las grutas y vimos que había otros dos altares formados por
una estalagmita y una estalactita, algo más pequeños, con sus antiguas ofrendas. Y la
sensación de santidad seguía creciendo.
El cenote de Balancanché
El Espacio Sagrado del Corazón se asocia siempre con el agua. Llegué a otra sala de la
gruta desde la que un estanque tiraba de mí. El agua era tan clara que casi no podía verla
cuando estaba brotando de una cueva adyacente. Aquella agua estaba viva.
Auténticamente viva.
Cuando clavé mi mirada en el cenote fue como si estuviera viendo otro mundo.
Tres personas más del grupo estaban contemplando el estanque con lágrimas en los ojos,
y cuando yo me acerqué nos fundimos en un abrazo.
En ese momento supe que estaba con mi tribu. Y con nuestras lágrimas y nuestros
corazones abiertos estábamos rezando por nosotros mismos, por los mayas y por la
Madre Tierra.
Yo conocía aquel lugar. Lo había sentido con anterioridad dentro de mi propio corazón.
¿Puedes imaginar lo que fue estar allí físicamente, con otros seres físicos, todos
experimentando la misma emoción? Fue algo como nunca me había sucedido
anteriormente.
Los guardas de la gruta, que hasta entonces se habían mantenido invisibles, nos hicieron
señales con las linternas. Había terminado el tiempo de la visita.
Cuando me di la vuelta para salir, era incapaz de hablar. Apenas recuerdo cómo caminé
hasta la salida de la gruta. Era como estar inmerso en un sueño.
Lo siguiente que supe fue que estaba fuera de la cueva, acercándome al museo. Me senté
yo solo y cerré los ojos. Seguía vibrando en mi corazón. Estuve así más de media hora
antes de que la experiencia que había vivido se asentara lo suficiente como para
permitirme ponerme de pie y echar a andar hacia el autobús.
Nunca olvidaré aquella experiencia, ni a los mayas, cuyas oraciones siguen resonando en
aquel espacio sagrado, ni a las bellas gentes que entraron en la Madre conmigo.
Sentado bajo un árbol, esperando la llegada del resto del grupo, recordé la oración de mi
maestra más íntima, Cradle Flower, de los taos pueblo:
Belleza frente a mí
Belleza detrás de mí
Belleza a mi izquierda
Belleza a mi derecha
Belleza sobre mí
Belleza debajo de mí
La belleza es amor
El amor es Dios.
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