martes, 23 de diciembre de 2014

LA PRACTICA DE LA QUIETUD MENTAL III

La práctica de la quietud mental. III

El siguiente punto a observar es que ciertas condiciones fisiológicas y psicológicas son aconsejables si se quiere llegar al éxito sin dificultad. Una cómoda postura personal ayuda a que la mente esté tranquila. Cuando el cuerpo está incómodo, la mente tiende a inquietarse.

La quietud física es el primer paso a la quietud mental. En una cómoda y conveniente postura del cuerpo descansa la mente y nos permite empezar la tarea de replegarnos en nosotros mismos. Todos los días debemos ocupar el mismo lugar, o la misma habitación, sentarnos en una determinada silla o en el lecho. Hay que sentarse erguido y no apoyar la espalda. El cuerpo aprende así a responder automáticamente, hasta el punto que no hace ninguna resistencia a la influencia invasora del alma.

La meditación se realiza más fácilmente y dará mejores resultados si la realizamos en las mejores condiciones. Elijamos una hora en que no se nos moleste, cuando todo lo que nos rodea esté tranquilo, cuando el estómago y los órganos digestivos estén en reposo, cuando el cuerpo se sienta cómodo; el tiempo no sea tormentoso. Si es posible, conviene llenar la mejor habitación de flores y perfumarla con incienso. Hay que colgar de las paredes cuadros nobles y llenos de color, Que esas cuatro paredes se conviertan en un santuario que nos ayude a vivir entre cosas divinas por un tiempo. Si es posible, debemos reservar esta habitación para nuestro exclusivo uso, como un rincón donde podemos meditar, orar y estudiar las cosas del espíritu. En poco tiempo la habitación comenzará a mostrar la huella invisible de la vida divina, de modo que, apenas penetremos en ella, los cuidados y las preocupaciones de la existencia nos dejarán. De todas maneras, hay que elegir un lugar donde podamos permanecer en reclusión ininterrum
pida, sin ruido, donde los animales y los insectos no puedan molestarnos y donde nos sintamos en paz y armonía. Si no es posible obtener todas estas condiciones, debemos obtenerlas por aproximación.

La primera regla, entonces, consiste en elegir un pequeño fragmento de la vida diaria en el cual podamos dedicarnos sin inquietudes y sin molestias a la práctica de los ejercicios necesarios.

Podemos empezar con diez minutos, pero se lo prolongará a media hora apenas nos demos cuenta de que podemos hacerlo sin esfuerzo. Media hora diaria es mucho tiempo para el hombre de occidente, y no es aconsejable extender el tiempo si no es bajo la vigilancia de un maestro competente.

He sugerido la mañana, pero es posible que existan circunstancias que impidan la meditación a esa hora. En tal caso, la hora inmediatamente mejor es la puesta del sol, porque entonces la mente puede recobrar más rápidamente la calma interior que en medio de las actividades del día. En el crepúsculo hay una misteriosa cualidad vinculada con las grandes corrientes espirituales que la naturaleza libera en ritmos regulares.

El fragmento de tiempo que elijamos para este elevado propósito debe emplearse de manera que no tenga ninguna vinculación con las otras actividades del día. En lugar de ocuparnos de temas que llaman y fijan nuestra atención en las cosas exteriores, debemos tratar de olvidarnos de ellas y de las personas, dejarlas de lado como si nunca hubieran existido, y dirigir nuestros pensamientos y sentimientos hacia el ideal de la calma interior. Tal vez hasta ahora hayamos dedicado toda nuestra atención al mundo externo. El hombre que quiera encontrarse a sí mismo debe invertir este proceso y periódicamente dirigir su atención a explorar el mundo interno.

Aquel que intente conocer su Yo Superior debe aprender a refugiarse en el interior de su mente como una tortuga se refugia dentro de su caparazón. La atención que hasta ahora se ha aplicado a una sucesión de hechos exteriores, debe concentrarse en un punto interior único.

El sendero de la concentración es fácil de describir, pero difícil de practicar. Todo lo que debemos hacer es apartar nuestra mente de todos los pensamientos, excepto la línea de reflexión que establecemos como tema de nuestra concentración... ¡pero hay que intentarlo!

El control del pensamiento es muy difícil de lograr. Su dificultad asombrará a más de uno. El cerebro se alzará en motín. Como el mar, la mente humana está en incesante actividad. Pero se puede lograrlo.

En el centro de nuestro ser mora ese maravilloso Yo Superior, pero para llegar a él debemos abrir un sendero entre les escombros de pensamientos que nos impiden el paso y que nos obligan a prestar una innecesaria atención al mundo material como a la única realidad.

Nos gusta volcarnos hacia el interior y que la mente descanse en sí misma —no en el sentido físico del mundo—, tanto como nos gusta escuchar por la mañana el trino de los pajarillos.

Nosotros los modernos hemos aprendido a dominar a la naturaleza, pero no hemos aprendido a dominarnos a nosotros mismos. Los pensamientos nos persiguen y nos acosan como jaurías, nos quitan el sueño por la noche y se aterran libremente a nosotros durante el día. Si pudiéramos aprender a dominarlos y a suprimirlos, entonces podríamos llegar a un maravilloso reposo, a una paz similar a la cual San Pablo la describió como más allá del entendimiento.

Porque los cinco sentidos se aforran al mundo material como si tuvieran cola de pegar; anhelan el contacto con el mundo en forma de objetos, gentes, libros, diversiones, viajes y actividades de todas clases. Sólo podremos matar al enemigo en los momentos en que los sentidos guardan silencio. Cuando intentamos practicar el descanso mental, los sentimos protestar inmediatamente, se alzan contra la imposición. Nos dicen: “Queremos estar en el mundo físico que conocemos; tenemos miedo de este mundo interior de misterio y meditación. Es natural que nos aferremos al mundo físico”. Y de este modo hacen lo posible por mantenernos aferrados a la espera material; y esta es la verdadera razón por la cual creemos que la meditación no nos agrada, o que nos apartamos de ella cuando llega el momento de realizarla. Son los sentidos quienes se oponen... no nosotros. Es por ello que debemos combatirlos y tratar de gobernarlos. El esfuerzo mental viene primero, luego la quietud mental.

El dominio de la mente es el dominio del yo. El alma que pueda controlar la marea siempre creciente de pensamientos puede vestir el uniforme de capitán y dar órdenes a toda la naturaleza.

El poder de mantenerse tenazmente en una línea de pensamiento, de aferrarse a ella con garras de escorpión y no soltarla, eso es lo que se llama el poder de concentración, el poder que hace Hombres.

Los amos del pensamiento son los amos de los otros hombres. Sólo los débiles de mente no se encuentran a sí mismos ¿Somos incapaces de concentrarnos? En ese caso, un poco de práctica diaria —y la férrea voluntad para hacerlo— nos dará la fuerza que nos falta. El que procura diariamente hacer esto, aunque sólo sea por media hora, dominará con el tiempo sus pensamientos errantes.

Una advertencia:

Cuando la debilidad moral y el desequilibrio emocional se unen a las prácticas místicas, el resultado no es la elevación del alma a la espiritualidad, sino la regresión de la mente hacia el estado de mediumnidad.

La práctica de la meditación que no va acompañada del cultivo de las defensas éticas e intelectuales puede conducir a un engaño de sí mismo, a un aumento del egoísmo, a las alucinaciones y aun a la locura. Por lo tanto el aspirante no debe buscar un sendero rápido y fácil para llegar a las experiencias ocultas, sino un atento ennoblecimiento de carácter, un resuelto ataque a los defectos y un correcto equilibrio de intuición, emoción, pensamiento y acción.



Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno

LA PRACTICA DE LA QUIETUD MENTAL II

 La práctica de la quietud mental. II

No expondré ningún sistema complicado en estas páginas. Me propongo únicamente enseñar una técnica simple para llegar a conocer lo más elevado que hay en nosotros. Ningún método de meditación es fácil en sí mismo, porque la práctica significa un control real, y pocas cosas son más difíciles en este mundo.

Sin embargo, un método de meditación puede ser simple. No necesita estar complicado con tortuosas explicaciones, ni presentarse en un lenguaje confuso.

Varios sistemas de meditación han sido enseñados; diferentes senderos del Yoga han sido hallados tanto en los tiempos antiguos como modernos. Pero la técnica que proponemos aquí para llegar al conocimiento de sí mismo no entra fácilmente en ninguna de estas clasificaciones ya existentes.

El Arte de Interrogativa Introspección es único en su simplicidad, originalidad y poder, aunque, naturalmente, tiene puntos de contacto con otros sistemas. No pretendo que sea el camino mejor, pero sí afirmo que ofrece un medio más rápido y más seguro para llegar al conocimiento espiritual que la mayoría de los caminos que conozco. Las varias ramas del Yoga, el profundo y complicado método hindú, son excelentes respecto a la época y al pueblo para los que fue ideado; pero para los pueblos occidentales y antes las necesidades modernas, resultan evidentemente impracticables, excepto para unos cuantos.

Esta investigación del yo verdadero es la forma más sencilla de meditación que conozco y, por lo tanto, la más apropiada para el hombre ocupado de la época actual. Se aprende más rápidamente y es más fácil de practicar que los complicados sistemas yogas de oriente. Puede ser ventajosamente practicada por cualquiera que se preocupe por afirmar la verdad acerca de su propia naturaleza.

Cuando uno se despierta por la mañana y se asea, el primer deber —y generalmente el más descuidado— es el de conectarnos con nuestro verdadero yo. Sin embargo, la mayoría de la gente considera su deber pensar en sus problemas actuales, los trabajos que debe realizar o las personas a las cuales será necesario entrevistar. Las actividades y los trabajos ocupan el primer lugar en sus pensamientos, en vez de esforzarse por obtener esa sabiduría que inspiraría todas sus actividades y solucionaría todos sus problemas. Cuando Jesús dijo: “Buscad primeramente el reino de los cielos y todo lo demás os será dado por añadidura”, se refería no solamente a una regla general sino también a una particular.

El empleo de las palabras “cada día” en el Padre Nuestro es una significativa indicación de que Él aconsejó a sus discípulos a orar o meditar por la mañana. Existen profundas y psicológicas razones para este consejo. Podemos dar la nota dominante a todas las actividades del día por la actitud que adoptemos durante la primera hora después del despertar. Las actividades y deseos del día no han comenzado todavía a turbar la mente.

Si buscamos el reino como primera tarea por la mañana y sacrificamos un poco de tiempo para obtenerlo, nuestro trabajo no se verá perjudicado y nuestros problemas no serán descuidados. Porque crearemos una corriente de sabiduría espiritual y de fuerza que fluirá por debajo de todas las actividades y pensamientos del día. Cualquier cosa que hagamos la haremos correctamente; cualquier decisión a la que lleguemos será la decisión correcta, porque será el resultado do un pensamiento tranquilo y profundo. Aquellos que creen que es una tontería cuidar nuestra actitud espiritual antes que nuestras preocupaciones mundanas, ponen en primer lugar las cosas que deben estar en segundo plano, y en segundo término las primeras. Para ellos, como dice la escritura hindú:

“No hay paz ni en este mundo ni en el otro”.

Sea que demos cinco minutos o cinco horas a esta práctica inspiradora de la vida diaria, los resultados siempre serán notables a la larga. ¿No vale la pena perder un cuarto de hora o una media hora todos los días para conseguir el equilibrio mental y la conciencia del dominio interior?

Esta cuestión de practicar la meditación de diez minutos a media hora una o dos veces al día, es cuestión de costumbre, porque la persona se habitúa gradualmente a que esto forme parte de su vida normal. La segunda quincena será un poco más fácil; la tercera todavía más, hasta que, con el tiempo, llegaremos a dominar este arte. Incluso el más ocupado de los hombres de negocios puede incluirlo en su programa de actos diarios, de modo tal que se convierta en él en una costumbre como el cenar a su hora. Créese el hábito, manténgaselo vivo, y sin duda de que su valor empezará a manifestarse en un consciente progreso.

El desarrollo espiritual no será una cosa azarosa si es algo que está frecuentemente entre nosotros; será un esfuerzo continuo y serio. La práctica diaria, ordenada y regular en la meditación nos conducirá naturalmente a progresos en el arte. En otras palabras, si se practica el método, cada vez hará falta menos esfuerzo para producir el mismo resultado. El progreso depende de la práctica.

La meditación producirá mejores resultados si se practica regularmente todos los días y no en impulsos y nuevos comienzos, porque es algo que gradualmente va “impregnando” mediante esfuerzos diariamente repetidos.

La práctica diaria de la quietud mental debe hacerse tan regularmente como las comidas. La costumbre gobierna nuestras vidas. El hombre que ha aprendido el secreto de crearse costumbres, podrá gobernar lo que controla la vida. Y el mejor hábito que puede crearse un hombre es la costumbre de la meditación. No sólo hago observar, sino que insisto con energía en el sorprendente valor y la necesidad urgente de crear este hábito. Con el tiempo descubriremos que el período diario de quietud mental será un goce que se anticipa y no un deber de disciplina, como pudiera parecer al principio, y no se permitirá que nada interfiera con ello.



Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno

LA PRECTICA DE LA QUIETUD MENTAL I

La práctica de la quietud mental. I

La soberanía de la naturaleza ha sido otorgada a las fuerzas silenciosas. La luna no produce el menor ruido y sin embargo arrastra millones de toneladas de agua en las mareas, de aquí para allá, a su antojo. No oímos al sol cuando se levanta o a los planetas cuando se ocultan. Así, también, el amanecer del supremo momento en la vida de un hombre llega silenciosamente, sin que nadie lo anuncie al mundo. Sólo en esa quietud nace el conocimiento del Yo Superior. El deslizamiento del bote de la mente por el lago del espíritu es la cosa más suave que conozco; es más silencioso que la caída del rocío nocturno.

Sólo en el profundo silencio podemos oír la voz del alma. Las argumentaciones la ocultan y las demasiadas palabras retardan su aparición. En el silencio se puede atrapar un pez y disfrutarlo; pero si se tira el anzuelo y se conversa, la conversación quiebra el hechizo y ahuyenta al pez. Si pudiéramos ocuparnos menos de las actividades de la laringe y un poco más de las actividades profundas de la mente, llegaríamos a tener algo digno que decir. El discurso es un auxiliar, no una obligación. Ser es el primer deber del hombre.

La vida nos enseña silenciosamente, mientras que los hombres imparten sus instrucciones en alta voz.

El arca del tesoro del yo verdadero está dentro de nosotros, pero sólo puede abrirse cuando la mente está quieta.

Las palabras pueden decirnos lo que es la Realidad, pero no la explican ni pueden hacerlo. La verdad es un estado del ser y no un conjunto de palabras. El argumento más inteligente no puede substituir a la realización personal. Debemos experimentar si queremos experiencia. La palabra “Dios” carece de sentido para mí hasta que no logre ponerme en contacto con lo absoluto dentro de mí mismo; sólo entonces podré incluirla en mi vocabulario.

Un poco de práctica lleva muy lejos. Una veintena de conferencias no convencerá a los sentidos escépticos, y cien libros no revelarán a la visión interna lo que pueden descubrir aquellos que fielmente y con decisión apliquen el método indicado en estas páginas.

Las llamadas pruebas científicas y filosóficas de la Realidad Espiritual no prueban nada. El filósofo alemán Kant demostró hace tiempo que la razón no puede apresar esta Realidad. Por lo tanto, todas nuestras “pruebas” son una mera acumulación de palabras. Es igualmente fácil negar esta Realidad basándose en otro grupo de evidencias, u oponiendo por la fuerza un grupo de argumentos para “probarlas”.

Una especie de estremecimiento sacudió al mundo científico cuando Einstein anunció su descubrimiento de la curvatura de un rayo de luzque pasaba cerca del sol. Esta observación sirvió para establecer su teoría de la Relatividad, pero en aquel momento todos pensábamos que habría de conducirnos mucho más lejos. Pensamos que, investigando un poco más en la misma dirección y analizando un poco más los resultados, la existencia de Dios iba a formar parte de las ideas demostrables científicamente. Pero, ¡ay!, aquella ansiosa anticipación, que llenó tantas mentes y conmovió a tantos corazones piadosos, ha retrocedido algo con los años. La ciencia aún no puede emitir un veredicto seguro sobre el particular.

Los grandes problemas de la existencia individual, las preocupaciones supremas que asedian la vida de toda persona seria, no pueden resolverse en la región limitada que está al alcance de nuestro cerebro. Pero si las respuestas que dan la paz nos esperan en el interior sin límites de nuestro ser, en la substancia divina de nuestra naturaleza oculta. Porque el cerebro sólo responde con palabras estériles, mientras que la respuesta del espíritu habrá de ser la experiencia maravillosa de la iluminación interior. El que quiera practicar regular y seriamente el método de concentración mística que se expone en este libro, recibirá, a través de su experiencia propia y directa, la confirmación creciente de la divinidad verdadera del hombre. Las biblias y los otros documentos comenzarán a perder su autoridad, en tanto que él empezará a encontrar la suya.

Dios es su propio y mejor intérprete. Hallad a Dios en vuestro corazón y comprenderéis entonces, por intuición directa lo que todos los grandes maestros, los verdaderos místicos, todos los auténticos filósofos y los hombre inspirados han tratado de explicarnos por el tortuoso medio de usar las palabras.

Nunca podrán demostrar a mi intelecto que Dios, lo Absoluto, el Espíritu —o como quieran llamarle— existe realmente; pero pueden demostrármelo cambiando mi conciencia hasta que pueda participar en la conciencia del Dios que hay en mí.

Sólo existe un medio para efectuar este cambio y al mismo tiempo descubrir lo que somos realmente. Este medio es pasar de lo exterior hacia lo interior; del estar ocupado con una multitud de actividades externas, empezar a ocuparse de una sola actividad interna de la mente. San Agustín monologaba de este modo:

“Yo, Señor, he ido de una parte a otra, como oveja extraviada, buscando en el exterior, auxiliado por razonamiento; ansiosos, cuando estabas dentro de mí... Recorrí las calle; y las .plazas de la Ciudad del Mundo, buscándote siempre… y no te encontré, porque vanamente buscaba fuera lo que estaba en el fondo de mí”.

Debemos dejar caer la sonda de la mente en las profundidades del yo. Cuanto más profundamente descienda aquella, tanto más rico será el tesoro que podremos extraer del calmo mar sargazazo. La conciencia debe estar en el centro más íntimo de nosotros mismos. Cada hombre posee una puerta secreta que se abre sobre la luz eterna. Si no quiere hacer fuerza para abrirla, se condena a la oscuridad.

Si quiere una prueba de su propia divinidad, escuche a Su Yo Superior. Tome entonces un poco del tiempo destinado a las distracciones tumultuosas del mundo y enciérrese un breve momento en la soledad. Escúchese entonces, con paciencia y atención, lo que habrá de decir la propia mente, según lo explicaré dentro de poco. Repítase esta práctica todos los días, y en uno de ellos, inesperadamente, se tendrá la prueba que tan ansiosamente se ha venido buscando. Y con ella vendrá una libertad gloriosa, tan pronto como la carga de los escepticismos humanos y de las teologías hechas por el hombre quede relegada. Debe aprenderse a ponerse en contacto con el Yo Superior... y nunca más se sentirá uno atraído por esas reuniones fútiles en que los hombres levantan el polvo de sus argumentos teológicos o hacen ruido con sus debates intelectuales. Si se toma este camino se encontrará por sí mismo la respuesta a la pregunta inquietante, independientemente de lo que puedan decir los libros acerca de ello, no importa cuan sagrado o secular pueda ser.

Algunas personas llaman a esto meditación, nombre tan apropiado como cualquier otro, excepto porque yo me propongo describir una especie de meditación que difiere, en su principio básico, de la mayor parte de los métodos que se me han enseñado y que podría llamarse, con más exactitud, quietud mental.

El único modo de entender el significado de la meditación es el de practicarlo. “Cuatro mil volúmenes de metafísica no enseñarán lo que es el alma”, decía Voltaire.

Como todas las cosas que tienen valor, los resultados de la meditación sólo se logran mediante trabajo y dificultades, pero quienes la practican con el espíritu requerido pueden tener la seguridad de que llegarán a la meta. Se empieza con intentos indecisos y se termina con una experiencia divina. Se juega con la meditación y se trata de contemplar, pero el amanecer de un día asomará cuando nuestras mentes incursionen en la eterna beatitud del Yo Superior.

La meditación es un arte que casi se ha perdido en Occidente. Muy pocos la practicaban y entre esos pocos todavía se preguntan por qué lo hacen La costumbre de dedicar todos los días un momento que se destina al recogimiento y al reposo mental, brilla hoy por su ausencia en la vida de los pueblos occidentales. Esa especie de hipnotismo que ejerce sobre nosotros la vida exterior se apodera de nuestro espíritu como se pega la sanguijuela a la carne humana. Nuestro yo consciente y resistente inventa toda clase de buenas excusas para no adoptar la práctica de la meditación, o para no continuar con ella cuando ya se ha empezado. La personalidad en nosotros la juzga aburrida, vana, y pensamos que exige una tensión nerviosa excesiva. Esta lucha inicial para vencer la repugnancia que tiene la mente a descansar, es muy dura, tal vez, pero es inevitable. Porque es una costumbre de importancia fundamental, cuyo beneficio, cuando se la practica, nunca será demasiado exagerado; pero si se la descuida, nos esperan aflicciones y tormentos.

Más allá de las comunes trivialidades de la vida diaria, existe una vida hermosa y luminosa.

Sin embargo, por mucho que resistimos este divino clamor que nos atosiga durante el día, somos incapaces de resistir durante el sueño el regreso al ser interior. Entonces somos capturados por el alma; entonces gozamos en el reposo de nuestra propia naturaleza, bien que inconscientemente. Éste es un sorprendente pensamiento que contiene algo de una elevada verdad filosófica.

¿Pero cómo puede una multitud esclava de los contratiempos y agitaciones de la vida material darse cuenta de esta verdad maravillosa? Los que son sabios adoptarán el reposo mental como un ejercicio diario. La quietud calma al espíritu y lo penetra de la paz profunda y perdurable que reside en el interior de nosotros.

El general Gordon se aislaba durante una hora todas las mañanas para sus devociones espirituales. ¿Cuánta inspiración para sus actividades profesionales, cuánta fuerza y coraje no extrajo él de práctica tan sabia?

William T. Stead, famoso director de diarios y campeón de los perseguidos, una vez permaneció tres meses en una cárcel porque se atrevió a publicar una verdad. Algunos años después, Stead declaró que esos fueron los meses más provechosos de su vida.

“Por primera vez en mi vida tuve tiempo para sentarme a pensar, para sentarme y encontrarme a mí mismo” declaró.

Thomas A. Edison, cuyo nombre estará por siempre registrado en la lista de los grandes inventores del mundo, mediante una práctica constante logró desarrollar la capacidad de descansar en medio de sus tareas, poniéndose en un estado de recogimiento que le traía la solución de un buen número de arduos problemas. Un día declaró:

“Las horas que he pasado a solas con el señor Edison me han aportado las recompensas más grandes de mi carrera; a ellas debo todo lo que he logrado realizar”.

Nosotros no pensamos en la vida interior. Tratamos de persuadirnos de que no tenemos una media hora para malgastarla sentándonos junto al quieto pozo de la Verdad. Un instante de quietud mental nos parece un momento perdido. De aquí que las masas no sean más sabias para utilizar mejor la multitud de sus días.

El mundo moderno no cree que una cosa tan insulsa como la meditación tenga aplicación práctica en la vida diaria; por ello se la condena a ser una mera abstracción. Y el mundo moderno no está del todo equivocado, ni tiene del todo razón al proceder así. Para no mencionar nada más que un ejemplo, la historia nos demuestra de cómo la religión ha producido un número de visionarios meditativos que invitaban a otros a entrar con ellos en los dominios de sus locas ilusiones y a vagar en el reino de sus pueriles fantasías. Esas personas extraviadas son responsables de la opinión corriente que se imagina a los videntes espirituales como seres perdidos en la contemplación del cielo, explorando con sus ojos mentales vagos mundos desprovistos de todo interés y utilidad para los mortales sanos de juicio. Serían, en suma falsos místicos que viven en fantásticos mundos creados por ellos y que necesitarían se les diera un buen sacudón contra la realidad.

Pero la historia también nos habla de videntes de elevado rango. Son hombres de una pureza moral absoluta y de una excepcional caridad. La característica común de estos hombres es la de haber pasado por una experiencia espiritual que ha sido una iluminación indeleble para sus mentes y que les ha proporcionado una estática felicidad. Estos eran verdaderos místicos. Las declaraciones que después formularon con toda humildad, revelaban que habían penetrado hasta las recónditas profundidades del corazón humano; que habían llegado a los lugares impenetrables donde mora el alma, y que habían descubierto al fin la divina naturaleza del hombre, la cual permanece inmutable e intacta aunque se albergue en un cuerpo frágil. No es mi propósito citar nombres, pero los libros de Evelyn Underhill y Deán Inge nos dan una buena idea de los visionarios que pertenecen a la familia cristiana.

La mente del mundo es demasiado apta para verse hipnotizada por el ambiente material que la rodea. Para muchas personas la vida espiritual se ha convertido en un mito. Es extraño y triste comprobar que, mientras nuestros hombres de ciencia más importantes y los más agudos intelectos están volviendo a una interpretación espiritual del universo y la vida, las masas se han hundido cada vez más en el grosero materialismo que las primeras y torpes tentativas de la ciencia parecían justificar.

Por lo tanto, debemos estar agradecidos en cierto modo a esos videntes que se aventuraron por senderos no explorados para traernos informaciones de la vida más divina que es posible hallar para el hombre. La verdadera visión es una tremenda experiencia, no una serie de teorías. Ningún hombre que haya vivido una experiencia espiritual, aunque sea temporalmente, la olvidará jamás. Y sus días serán de insoportable agonía hasta que encuentre los modos y los medios le repetirla.



Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno

UNA TECNICA DE AUTOANALISIS III

Una técnica de autoanálisis. III 

La segunda etapa de la investigación acerca de la verdadera naturaleza del yo deberá estar dedicada a someter la naturaleza emocional a un análisis crítico. El examen de los hechos llevó a destacar la idea de que el cuerpo físico representa la totalidad de la conciencia del “yo”; pero ahora podemos volver hacia la parte principal de nosotros mismos.

¿Somos deseo, duda, odio, cólera, inclinación o desagrado pasión, lujuria, esperanza, temor, o experimentamos cualquiera de los otros sentimientos que llevan al hombre en cambiantes secuencias de tiempo en tiempo?

El argumento que se aplica al cuerpo dormido se puede aplicar también a las emociones dormidas. Cuando las últimas yacen inertes en un sueño profundo e insensible, la noción del “yo” resurge todavía con más energías después del despertar de la muerte aparente de las emociones. Y cuando nos hallamos en el estado de vigilia, algunas veces experimentamos momentos de completa inemotividad, el sentimiento de ser personal aún prevalece. Volviendo a nuestro argumento anterior, si la conciencia del yo que acompaña las emociones y los deseos es, pese a todo, no inherente, la desaparición del ser consciente, en el dormir profundo, se explicaría fácilmente. El sentimiento de la personalidad se ha retirado, no sabemos a dónde, dejando tras de él un conjunto de sentimientos nacidos de las repulsiones y atracciones de los sentidos-órganos del cuerpo dormido, o también del intelecto.

Esto explicaría también por qué el sentimiento de la personalidad permanece intacto a través de la sucesión de nuestras experiencias cambiantes. Sentimientos, deseos, pasiones nos arrastran de aquí para allá, pero el “yo” sigue existiendo. Es perfectamente posible que el hombre se aparte de la vida exterior, evitando en esta forma todas las emociones que esta vida comporta —como lo han hecho en sus éxtasis conscientes los místicos del medioevo o los modernos yoguis de la India— y conservar a pesar de todo una clara noción de la personalidad. Si el “yo” es susceptible de separarse en esta forma de todas las emociones, y continuar existiendo, quiere decir que el “yo” y nuestras emociones son dos cosas diferentes y, por lo tanto, no podemos ya considerar los odios, los deseos, las simpatías, las antipatías y otros estados emotivos como nuestro verdadero yo.

En consecuencia, podemos afirmar que nuestros sentimientos son muy inestables, que podemos, por ejemplo, amar a una persona una semana y dejar de amarla a la semana siguiente, que los sentimientos que hemos albergado durante diez años pueden, llegado el momento, no corresponder a nuestra condición actual, indica claramente que tales sentimientos son de esencia transitoria, mientras que el sentimiento del “yo” permanece inmutable a través de los años.

De este modo llegamos a la interesante conclusión de que ni el cuerpo ni las emociones representan nuestro verdadero “yo”.

Puede emprenderse el estudio de la tercera parte una vez que se haya llegado a la anterior conclusión. Para entonces se habrá ganado la capacidad de penetración en la adquisición del poder de concentración. Se habrá comenzado, a la hora del ejercicio diario, a perder conciencia de la vida exterior, a escuchar y a percibir el interior de uno mismo, y a concentrar finalmente los pensamientos dentro de uno mismo en tales momentos.

La tercera etapa será dedicada a la consideración de esta pregunta:

¿Soy yo el intelecto pensante?

Es verdad que el intelecto recibe generalmente su conocimiento a través de los cinco sentidos, o los extrae del recuerdo de experiencias adquiridas por la vida sensorial. Por lo tanto las verdades que podemos encontrar en el cerebro del hombre común se basan en la experiencia externa.

Esbocé lo que puede parecer una sorprendente proposición. Suponiendo que la inteligencia no depende exclusivamente de la existencia carnal, sugiero que ella está compuesta nada más que de la interminable secuencia de pensamientos; la interminable sucesión de ideas, conceptos y recuerdos que componen nuestra vida diurna y que, en consecuencia, esta inteligencia no participa de nuestro yo ni siquiera en el intelecto. Si este conglomerado de pensamientos pudiera ser eliminado, comprobaríamos que no existe tal cosa como un razonamiento separado de la facultad intelectual. El intelecto no es sino un nombre que damos a una serie de ideas individuales.

Esta proposición final es más difícil de sostener porque se trata más bien de una cuestión que será necesario resolver por la experiencia personal. En cuanto a mí, no vacilo en afirmar que si el intelecto no es más que el desfile constante de nuestros pensamientos, que pasan y repasan por nuestro cerebro, el hombre puede, en ciertas condiciones, dejar de pensar y sin embargo permanecer claramente consciente de sí mismo. Esto se ha producido más de una vez; la historia del misticismo oriental y del europeo atestigua este hecho.

Toda argumentación que se haya aplicado a la denegación de la emoción como el verdadero yo puede aplicarse también a la negación del intelecto. Piénsese acerca de esto y... se llegará a la conclusión de que debe ser así.

El intelecto es lo que piensa dentro de nosotros. No es nuestro yo y ello queda demostrado por el hecho de que, mientras reflexionamos, sentimos vagamente que algo en nosotros está observando quietamente nuestros pensamientos.

La cuestión de que algunos alienados pierdan el intelecto, y que se les restaura algunas veces mediante un tratamiento, es otra indicación de que se trata de una propiedad que puede ser quitada o restituida a un poseedor.

Tal fue la celebrada actitud de Descartes. Él sostenía que el simple hecho de pensar implicaba la existencia de un Pensador, de alguien que realizaba esta actividad reflexiva. Je pense, done je suis (Yo pienso, luego existo), fue su famosa proposición filosófica. Fue una afirmación muy atrevida que suscitó poderosas controversias. Y su lógico resultado fue que Descartes se vio obligado a inferir de que este Pensador, este “yo”, era intrínsecamente inmaterial y por tanto independiente como para tener existencia fuera del cuerpo físico, al que, sin embargo, estaba íntimamente ligado. De este modo, aunque Descartes no haya tomado en cuenta al yo en la forma que me propongo hacerlo, partió desde un buen punto.

Además, los modos de pensamientos están en un constante proceso de cambio. Podemos tener un día una opinión y sostener, al día siguiente, lo contrario. ¿Cómo podríamos adoptar tal o cual conjunto de ideas y afirmar: “Esto representa mi yo”, cuando al año siguiente sostendremos lo contrario? Y sin embargo la conciencia del ser, del yo, ha permanecido incólume, mientras nuestros puntos de vista cambiaban en forma notable.

Por otra parte, cuando uno contempla quietamente alguna cosa material, se tiene la sensación de que algo en nosotros está contemplando nuestros pensamientos, algo que acepta algunos de esos pensamientos y que rechaza otros. ¿Quién es el que piensa? El hecho mismo de que seleccionamos los pensamientos indica que hay una entidad independiente, que se sirve de nuestro mecanismo cerebral. ¿Ese “algo en nosotros” es el yo? Hasta ahora hemos estado tan absortos y tan ocupados con nuestros pensamientos egoístas, con nuestros sentimientos personales y nuestras actividades físicas, que jamás habíamos enfrentado nuestra conciencia de ese “algo” interior. No intentamos, siquiera en el menor instante, separarnos de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Es por ello que nunca hemos sido capaces de estudiar la naturaleza de lo que vive dentro de esta casa de carne.

Si pudiéramos, como es posible en la práctica de estas enseñanzas, encontrar las huellas de ese “algo en nosotros”, descubriríamos que allí está nuestro verdadero yo. Está ahí, siempre, pero el fluir presuroso de nuestras ideas y la continua atención que prestamos a los objetos exteriores apagan con su ruido la suave presencia. El pensamiento es un poder que puede atarnos o dejarnos libres. El hombre común, inconscientemente, lo usa para el primer propósito; en cambio el que practica el método de la propia investigación conscientemente lo usa para lograr la liberación.

Las ruedas indetenibles de nuestro cerebro giran constantemente, en revoluciones de pensamientos tontos o importantes; y ya se trate de pensamientos grandes o triviales, no es posible detener su curso. Acaso el intelecto no sea nada más que una máquina de pensar, que deba rendir cuentas a la lógica de una manera puramente mecánica.

Los pensamientos surgen incesantemente y turban el reposo primordial de la mente. Hace tanto tiempo que se desenvuelve este proceso en la historia del hombre, que hemos llegado a considerarlo corno un estado normal. Llevar nuestra mente a una esfera de tranquilo reposo, mucho mejor si es sin pensamientos, lo consideramos como una condición anormal. Hemos tomado una tradición por una verdad y haríamos bien en examinar hasta qué punto se justifican los valores que hemos establecido.

Hasta ahora hemos descubierto que los límites que hasta aquí hemos expuesto sobre la noción del “yo”, son ficticios, que los “pensamientos” que en su totalidad constituyen el intelecto, no necesitan ser la barrera psíquica que nos circunda. Mediante este análisis introspectivo al que hemos sometido a nuestro propio ser, hemos tratado de descubrir si es el ser esencial que buscamos, la base de la idea del yo.

Hemos penetrado en nuestro interior y hemos aprendido que el mundo externo que nos revela nuestros sentidos no tiene por qué ser la única condición de nuestra consciente existencia.

Uno de los resultados de esta meditación es que eventualmente capacitará al individuo a observar y controlar cómo funcionan, en relación a nuestro yo, las facultades intelectuales, afectivas y físicas; en una palabra, nos pondremos fuera de nuestra personalidad. No hay ningún peligro de que este ejercicio nos vuelva demasiado introspectivo; al contrario, en vez de subrayar la personalidad, nos apartará de los sentimientos puramente personales para someternos a otros completamente impersonales.

Pero nosotros tenemos que seguir escrutando el alma. Bien es verdad que esta palabra, “alma” no me preocupa demasiado, puesto que significa diferentes cosas para diversas personas. Ha sido usada con sentido altruista por algunos elevados espíritus de nuestra época; pero también ha sido degradada por espíritus estrechos y mezquinos, y por fanáticos religiosos. Preferiría prescindir de ella, pero no puedo hacerlo. Es una palabra que lleva la triste y penosa carga de una teología turbia, que un racionalista como soy yo prefiere no tener relación. Pero la palabra “yo” abarca todo lo que quiero decir con una exactitud y una amplitud que no tiene aquélla otra, más débil. Los antiguos hindúes entendían tan bien esto que la palabra “yo” es exactamente igual a la que usan para designar el “alma”. El yo es una colección de experiencia personales que incluye todas las experiencias físicas, mentales y afectivas que se enfilan como perlas sobre el hilo de la vida personal, pero que se confunden con el ser vasto, impersonal y divino que constituye la gloria verdadera e ilimitada del hombre.

Uno encuentra grandes dificultades al tratar de hacer comprensibles perfectamente para la inteligencia ordinaria cuestiones tan sutiles sin permitirse el uso del lenguaje abstracto y abstruso de la metafísica. Pero he realizado el esfuerzo porque sé que los que mediten pacientemente acerca de estos pensamientos, con un espíritu justo y exento de prejuicios, se verán recompensados por un íntimo presentimiento de la verdad de los mismos y por la comprensión intuitiva de sentido profundo.




Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno
 

UNA TECNICA DE AUTOANALISIS II

Una técnica de autoanálisis. II 

Un salvaje, que está abajo en la escala de la evolución, no tiene otra idea del “yo” que el cuerpo y sus deseos. Pero un hombre más evolucionado, mentalmente más desarrollado, empieza a referirse a su cuerpo como “suyo”, porque ha empezado a presentir que el intelecto forma también parte del “yo”, como el cuerpo, y que es una parte igualmente importante.

Ciertos psicólogos y filósofos han estudiado con persistencia el problema siguiente: “¿Es posible para un ser humano separar su mente del cuerpo físico?” Este interrogante presupone, naturalmente, que el cerebro no es necesariamente el creador de pensamientos, aunque sea el medio que sirve para expresarlos.

No obstante, nuestro pensamiento está unido al cerebro que manejan los anatomistas; pero, de la misma manera que los matrimonios humanos terminan a veces con el divorcio, también es posible que la carne y el pensamiento se disocien temporalmente Se ha llegado a tal conclusión por medio del hipnotismo en Occidente y del yoga en Oriente. Y en las investigaciones de la psicología de los anormales y del espiritismo hay pruebas suficientes de que la mente puede tener una existencia propia, aparte de la carne.

Sería muy sensible para mí atribuir el poder de pensamiento a este cuerpo mío, como sería imputarlo a la tinta de esta pluma-fuente. Del mismo modo que las palabras que escribo son dictadas a mi mano por alguien que piensa el cuerpo está inspirado por alguien que obra. Sin embargo gente reconocidamente inteligente, que pensaría dos o tres veces antes de atribuir la creación mental y el sentido lógico a la pluma, no vacilarían en reconocer estas cualidades al cuerpo que, siendo materia, ¡es simplemente tinta en otra forma! La verdad es que muy pocas personas se toman el trabajo de examinar de cerca el problema del “Yo”; y por lo tanto, poca gente llega a conocer su secreto.

No podemos constituir un cuerpo solamente, porque cuando un hombre es atacado de parálisis y pierde el uso de la vista el tacto, el oído, el gusto y el olfato, continúa siendo un ser consciente. Privado de ambas manos, de las piernas, de los ojos, y de otras partes de sus órganos... todavía seguirá siendo él mismo y su sentimiento del “yo” será más fuerte que nunca. ¿Por qué no sería posible que el cuerpo carnal sea sólo una masa de materia que yo muevo, yo ejercito, yo utilizo?... y de este modo indicaríamos que hay alguien que lo mueve, lo ejercita, lo utiliza.

En tanto la mente juega con la palabra “yo”, acepta por consideración una extraña idea. La primera reacción ante este pensamiento será rechazarlo como fantástico; pero un segundo después uno se ve obligado a considerarlo seriamente, si se pretende llegar a la esencia de la verdad. He aquí la idea:

Si el cuerpo fuera el yo verdadero, entonces no podría dormir ni le llegaría la muerte nunca.

Si el cuerpo es el verdadero yo, la conciencia de nuestra propia existencia debería persistir a través de las veinticuatro horas del día. El yo está en el centro de la conciencia y cuando llega el sueño el yo se retira del cuerpo, suprimiendo en él la conciencia del ser, del mismo modo que se suprime una imagen fotográfica tapando el objetivo. Esta inconsciencia del cuerpo durante el sueño es una indicación de que el yo es meramente un visitante en la casa de carne.

Sostener que cuando soñamos retenemos la conciencia del yo no es una refutación a esta declaración. El sueño es el puente entre el estado de vigilia y el estado de completa inconsciencia. Representa el umbral que debemos cruzar para penetrar en el dormir profundo. Esta última etapa es la que debemos considerar para llegar a una más clara noción del yo. En el estado del dormir profundo y sin impresiones oníricas llegamos a la absoluta inconsciencia del cuerpo... sin embargo, de alguna manera, el “yo” sigue existiendo. ¿Qué es lo que está haciendo este “yo” y dónde está?; Cuando caigo en un sueño profundo, me olvido del mundo, enteramente. Ni siquiera los sufrimientos más atroces del cuerpo pueden tenerme permanentemente despierto; hasta olvido el mismo pensamiento del “yo”. Pero la existencia del yo, aunque esté temporalmente olvidada, persiste de hecho, porque al despertar recordaré mi identidad.

El doctor americano, Crile, ha producido algunos casos ilustrando este principio, tomados de las condiciones anormales provocadas por la guerra. Cuenta como, en cierta oportunidad, una iglesia abandonada fue utilizada como hospital para unos soldados que habían recibido terribles heridas. El médico, que entró de noche en la iglesia, la encontró sumida en un silencio profundo. Hacía cinco días que los hombres no dormían y su cansancio era tan extremo que ni siquiera las siniestras mutilaciones que habían sufrido podían mantenerlos despiertos. Todos los hombres dormían en paz, olvidados de sus cuerpos. El incidente, si es que significa algo, demuestra que no hay conciencia del yo en el cuerpo mismo, que la percepción mental del yo puede separarse del cuerpo.

Un vestigio de que no podemos ser cuerpo solamente lo encontramos de este modo en el estado de sueño profundo sin percepciones oníricas, cuando la mente se sumerge en la inconsciencia, cuando el cerebro ha dejado de pensar y el universo creado ha desaparecido de nuestra vista, y las acciones del cuerpo físico y los órganos de los sentidos están aparentemente en un punto muerto y, sin embargo, volvemos a despertar nuevamente con la noción de “yo” pese a la aparente “proximidad de la muerte” del cuerpo [1].

Si la conciencia del yo en el cuerpo se debe al hecho del que el yo es un mero visitante, podemos explicar entonces la desaparición de yo consciente cuando estamos en un sueño profundo. La sensación de yo se ha retirado no sabemos a dónde y ha dejado atrás una forma material inerte.

Hasta ahora hemos tratado de saber qué debemos pensar del “yo”. Hemos practicado una abertura sicológica a través de nuestra personalidad para tratar de entender su verdadero funcionamiento. Nos hemos preguntado si el “yo” es el cuerpo, y definitivamente no hemos podido encontrarlo allí. Lo único que podemos decir con certeza es que el cuerpo es utilizado por el “yo”, pero no podemos afirmar con igual certeza que el “yo” sea inherente al cuerpo.

El sentido de ser nosotros mismos ha permanecido. ¿Qué es ese sentimiento? ¿Podemos asirlo?

No, estamos obligados a penetrar más profundamente, más allá del cuerpo; estamos obligados a explorar el mundo más sutil de los pensamientos y los sentimientos.

De este modo, usando el escalpelo del pensamiento agudo, sondeando en nuestro ser más íntimo, llegaremos a la conclusión atrayente de que el cuerpo es sólo una parte del yo, y que la fuente real y esencial del ego no ha sido hallada todavía.

He ofrecido hasta ahora al estudiante nada más que un esquema del tipo de meditación que debe practicar y no le he enseñado todos los pasos del largo sendero que deberá seguir en el estudio de su yo. Sin embargo será él quien deba desarrollar los pensamientos que he sugerido, más detalladamente. Acaso tendrá que realizar algunas meditaciones para llegar al punto donde pueda aceptar como correctas aquellas conclusiones; es posible también que ello le demande algunos meses de práctica. Pero hasta que no lo haga y complete su tarea, no podrá pasar a la segunda etapa de este método. Si su mente vaga, si a un pensamiento ajeno siguen otros en cadena, distrayéndolo o turbándolo por completo, deberá retornar, sin desfallecimientos, a la iniciación práctica, una y otra vez, hasta que haya vencido su noble propósito.

La conducente determinación de la Voluntad iluminada, decidida a abrirse camino a través de la sólida montaña de pensamientos y tendencias que hemos levantado alrededor de nosotros en el pasado, recibirá algún día su justa recompensa. Al salir, finalmente, de ese túnel, tendrá conciencia de la paz que sobre pasa la comprensión intelectual.

La atención deberá ser concentrada, una y otra vez, sobre el tema central; debemos captar el interés y mantenerlo allí. Debe continuarse la investigación interior, moviéndose de un pensamiento a otro en eslabonada secuencia.

La concentración es simplemente el poder de controlar la atención y de dirigirla a un objetivo. La luz de la mente es vaga y difusa en el hombre común; lo que debemos hacer es concentrarnos hasta convertir aquélla en un faro poderoso. Después, cualquiera que sea el objeto sobre el que lancemos este rayo de luz, podremos verlo claramente y adquirir un conocimiento total de él. Y este objeto tanto puede ser puramente material como una idea abstracta.

Esto es concentración… tomar una idea y no tener tiempo ni pensamiento para otra cosa.

Un trozo de papel de sea puede yacer en el piso por algún tiempo, sin que ocurra nada excitante. Tómese entonces un lente de aumento, concéntrese los rayos solares sobre el papel y se verá que pronto ocurre algo interesante.

Se puede descubrir también que la mente es como un inquieto simio; para someterlo encadéneselo a un poste fijo. A la mente se puede encadenar también a un pensamiento fijo. Si lo hacemos así, el mono terminará por reconocernos como sus amos y estará dispuesto a recibir nuestras órdenes.

Fíjese la mente, con firmeza, sobre el tema de estas reflexiones, estimúlese su energía para el esfuerzo necesario de voluntad y de concentración, y no permitir que el desaliento sea el resultado del aparente fracaso o de la lentitud del progreso. Es necesario continuar con el ejercicio. Pensamientos que parecen traídos de los cabellos vendrán en medio de la práctica; los recuerdos de acontecimientos recientes ocuparán la mente; es posible que intervengan imágenes que tienen asociaciones personales; deseos, preocupaciones, el trabajo y muchas otras cosas se presentarán sin ser invitados y procurarán fijar el campo de atención. Pero tan pronto como se comprenda que la intrusión está fuera de lugar, rechazarla y retornar al punto donde se estaba.

Es muy frecuente que las primeras etapas de la meditación resulten ser las más difíciles, porque la mente sufre entonces una invasión de antiguos recuerdos, pensamientos vagos y trastornos emocionales, en un grado que sorprenderá a aquellos que nunca han intentado la práctica de la meditación. El llamado persistente o inconsciente del mundo exterior se vuelve, aparente cuando intentamos concentrarnos en la meditación. No nos volvemos hacia adentro por inclinación natural. Nos aferramos a la materia y nos atamos a los sentidos tan naturalmente como los peces prefieren el agua

Aunque el hombre es uno con el Supremo Poder que podemos llamar Dios, lo cierto es que ha perdido la conciencia de esta unidad. Y a menos que realice el esfuerzo con meditaciones regulares, frecuente observación de sí mismo o verdaderas plegarias para desprenderse cada vez más de la existencia externa, es improbable que vuelva a recobrar la divina conciencia.

Este voluntario intento para concentrarnos sobre un tema abstracto durante quince o treinta minutos, es una de las pruebas más difíciles que se pueda emprender; la de convertir al hombre, constantemente extravertido, en un introvertido temporal, es una de las tareas más valiosas. Ello le permitirá contemplar las alturas etéreas del pensamiento puro. Esta disciplina intelectual podrá parecer un trabajo intolerable a los que la intenten, pero la recompensa bien vale el precio que se pague por ella.

El hombre común es un juguete del medio y de las influencias externas. Está dirigido por tendencias heredadas y por sugestiones de otras mentes. Poder concentrar nuestros pensamientos en medio del apresuramiento y de la tensión de la vida moderna, es algo precioso, y la práctica nos permitirá lograr ese control.

Debemos agujerear, con el taladro de la mente, hasta más abajo de las atracciones físicas del mundo, tratando de encontrar la realidad eterna que allí se oculta. Entonces el secreto de la vida, que ha desafiado los brillantes intelectos de los hombres más ilustres será descubierto y se convertirá en nuestra más gozosa posesión.



[1].- Casos auténticos de fakires y de yoghis son comunes en Oriente. Son capaces de dormir y caer en estado cataléptico, hasta el punto que los entierran y permanecen así durante días y aun semanas enteras, con todos los órganos vitales en estado de suspensión funcional. Sin embargo, surgen de esos estados semejantes al de la muerte con un sentimiento de continuidad del sentido de personalidad.
En mi libro anterior, Una Investigación en la India Secreta, describí un caso que observé personalmente, donde un yogui impuso a su corazón una completa cesación de sus funciones e incluso dejó de respirar… a voluntad.
(Nota del Autor)



Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno
 

UNA TECNICA DE AUTOANALISIS I

Una técnica de autoanálisis.

Sentado cómodamente en una silla, o postrado en una alfombra a la moda oriental, respirando quieta y rítmicamente, ciérrese los ojos y déjese que el pensamiento vague sobre la cuestión de lo que se es realmente.

Se está a punto de emprender la gran aventura de la propia investigación.

La clave del éxito está en pensar lentamente. Se debe disminuir al máximo la rueda del pensamiento; consiguientemente, no podrá él ir de una cosa a otra, como lo hacía antes. Piénsese pausadamente. Luego formúlese las palabras mentalmente, con gran cuidado y precisión. Elíjase y selecciónese cada palabra con precisión. Haciéndose así se clarificará el pensamiento, porque no se podrá hallar una frase clara y definitiva hasta que no se lo haya hecho así.

En primer lugar, obsérvese el trabajo del intelecto. Obsérvese cómo los pensamientos se suceden unos a otros en una Interminable secuencia. Entonces trate de comprender que es otro el que piensa de ese modo. Pregúntese a continuación:

—¿Quién es este pensador?

—¿Quién es este “yo” que duerme y despierta; que piensa y siente; que habla y obra? ¿Qué es eso en nosotros a lo cual llamamos “yo”?

Aquellos que creen que la materia es lo único que existí dirán que es el cuerpo, y que el sentimiento del “yo soy” surge en el cerebro al nacer y desaparece en la muerte y la desintegración del cuerpo.

Pues, bien para entender la verdadera naturaleza de este misterioso “yo” y descubrir su verdadera relación con las funciones del cuerpo y del cerebro, debemos realizar un análisis penetrante de la personalidad, del yo aparente.

Esta clase de propio conocimiento no implica un simple examen y clasificación de nuestras virtudes, vicios y cualidades. Es una especie de investigación en la esencia misma de nuestro espíritu. Evocar al hombre verdadero dentro de nosotros significa evocar nuestra inteligencia espiritual. Cuando podamos entender lo que hay detrás de los ojos que nos miran cada mañana desde el espejo, entenderemos el misterio mismo de la vida.

Si contemplamos con fijeza el misterio que hay en nosotros, el misterio divino del hombre, eventualmente éste se someterá y nos revelará el secreto. Cuando el hombre empieza a preguntarse quién es, ha dado el primer paso por un sendero que terminará únicamente cuando haya encontrado la respuesta. Porque hay una revelación permanente en su corazón, aunque él no la entiende. Si el hombre enfrenta la parte oculta de su espíritu y trata de rasgar el velo que la cubre, su persistente esfuerzo le otorgará su recompensa.

El mundo está en una continuada condición de flujo, y el hombre parece ser una masa de pensamientos y emociones cambiantes. Pero si se toma el trabajo de realizar un análisis profundo de sí mismo y de reflexionar tranquilamente, descubrirá que una parte de él recibe el torrente de las impresiones del mundo externo, y otra registra los sentimientos y los pensamientos nacidos de estas impresiones. Esta parte más profunda es el ser verdadero del hombre, el testigo invisible, el espectador silencioso, el Yo Superior.

Hay una cosa acerca de la cual el hombre jamás duda. Existe una creencia a la cual cada hombre siempre se aterra durante todas las vicisitudes de la vida. Es la fe en su propia existencia. Nunca se detiene un instante a pensar: “¿Existo?” Lo acepta como una verdad inconmovible.

Yo existo. Esa conciencia es verdadera. Se mantendrá a lo largo de toda la vida. De ello podemos estar completamente seguros; pero no podemos ya estar tan seguros de sus limitaciones a un armazón de carne. Concentrémonos, enteramente, sobre tal certidumbre: la realidad de la propia existencia. Procuremos ahora localizarla concentrando nuestra atención solamente en la noción del yo.

De este modo, por tanto, se forma un buen punto do partida para nuestra investigación, ya que esta idea tiene una aceptación universal. El cuerpo cambia; se hace débil o fuerte, se mantiene sano o enfermo. La mente cambia; sus modos de pensar se alteran con el tiempo; sus ideas están en un constante flujo. Pero la conciencia del “yo” persiste inmutable desde la cuna a la tumba.

Hoy soy feliz... mañana seré un desdichado... Estos cambios de modo no son sino accidentes o incidentes en la continuidad del yo. Los modos de la mente y del corazón cambian y pasan, pero a través de todos ellos el yo permanece inalterable entre los que cambian, espectador del Show de este mundo. Tenemos conciencia de todas esas cosas a través del “yo”, del ser; sin él no habría nada, en absoluto. El sentimiento del “yo soy” no puede desaparecer.

Por lo tanto, conocerse a sí mismo es encontrar ese punto de la conciencia desde el cual puede tener lugar la observación de esos modos cambiantes.

Es una triste evidencia de que el hombre ha perdido su centralidad, su espiritual centro de gravedad, el que este punto haya pasado por lo general totalmente inadvertido.

El “yo” se convierte pe este modo en la desventurada víctima de muchos diferentes deseos y pensamientos contradictorios, hasta que su integridad espiritual le es reintegrada.

“Un hombre cree generalmente conocer lo que él significa y entiende por su yo. Puede dudar de otras cosas, pero en esto se siente seguro. Imagina que con el término yo, expresa a la vez que él es y lo que es. Y, naturalmente, el hecho de su propia existencia está en cierto modo fuera de duda. Pero precisar en que sentido su existencia es tan evidente, es otra cosa”. Así escribe F. H. Bradley, pensador y filósofo inglés.

De este modo, el primer paso consiste en un análisis de la constitución del hombre. Empezamos descendiendo dentro de nosotros mismos. Porque en nuestras raíces más profundas mora lo divino.

De dónde proviene esta conciencia, del “yo”? Persiste por debajo de los cambios de modo de la mente; resiste a todas las mareas de los sentimientos; sobrevive a todos los accidentes y vence al tiempo. ¿Surge acaso de nuestros cuerpos?

No, eso no puede ser, por más que la psicología anormal y el espiritismo conspiren juntos para hacernos creer que eso es aparte de la carne. Los experimentos de hombres como Sir Oliver Lodge y Sir William Crookes y el profesor William McDougall y muchos otros competentes investigadores en la investigación psíquica, no pueden dejarse de tomar en consideración. Debemos analizarlos y llegar a la lógica conclusión —por sorprendente que resulte— de que también se empeñan en la investigación de la verdad. No tenemos derecho a despreciar un solo dato que pueda agregar algo nuevo a nuestras teorías. Quienquiera examinar los informes de la famosa Sociedad Inglesa de Investigaciones Psíquicas —y ellos son más numerosos de lo que se puede calcular— podrá encontrar un número suficiente de casos que corroboran la verdad de esta afirmación.

La conexión entre la mente y el cuerpo es tan íntima que el pensamiento popular, educado o no, ha aceptado rápidamente la suposición de que el cerebro es la mente, y de que el cuerpo es el yo, aunque se trate únicamente de una suposición. Es posible que, si la conciencia y el yo pueden existir separadamente, las ideas populares estén equivocadas y que esta apariencia sea engañosa. Es este último pensamiento el que debemos considerar y hacerlo sin la menor idea preconcebida en pro o en contra del cuerpo.



Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno

EL ARTE DE VIVIR

Krishnamurti ~ El complejo problema del amor.





No creo que podamos comprender el complejo problema del amor hasta que comprendamos el problema igualmente complejo al que llamamos mente. ¿Han notado, cuando somos muy jóvenes, lo inquisitivos que somos? Queremos saber y vemos muchas más cosas que las que ven los mayores. Si estamos del todo despiertos, observamos cosas que los adultos ni siquiera advierten. La mente, cuando somos jóvenes, es mucho más alerta, curiosa y deseosa de saber. Por eso es por lo que aprendemos con tanta facilidad matemáticas, geografía o lo que sea. A medida que crecemos y nos volvemos adultos, la mente se cristaliza más y más, se vuelve cada vez más densa, más lerda. ¿Han notado cómo las personas de mayor edad están llenas de prejuicios? Sus mentes no están abiertas, lo abordan todo desde un punto de vista fijo. Ustedes ahora son jóvenes, pero si no están muy alerta, sus mentes también se volverán así.

¿No es, entonces, muy importante comprender la mente y ver si, en lugar de embotaría poco a poco, pueden ustedes ser flexibles, capaces de ajustes instantáneos, de extraordinaria iniciativa, de investigación profunda y de comprensión en todas las etapas de la vida? ¿No deben conocer las modalidades de la mente para comprender la naturaleza del amor? Porque es la mente la que destruye al amor. Las personas que son meramente ingeniosas, diestras, no saben qué es el amor porque sus mentes, si bien agudas, son superficiales; viven en la superficie, y el amor no es una cosa que exista en la superficie.

¿Qué es la mente? No me refiero sólo al cerebro, al organismo físico que reacciona a los estímulos mediante diversas respuestas nerviosas y acerca del cual cualquier psicólogo puede hablarles. Más bien vamos a averiguar qué es la mente. La mente que dice: "yo pienso", "esto es mío", "me siento lastimado", "soy celosa", "amo", "odio", "soy indio", "soy musulmán", "creo en esto y no creo en aquello", "yo sé y tú no sabes", "yo respeto", "yo desprecio", "yo deseo", "yo no deseo"... ¿qué es esta cosa? A menos que empiecen a comprenderlo ahora y se familiaricen enteramente con todo el proceso del pensar al que llaman la mente, a menos que estén por completo conscientes de ese proceso en ustedes mismos, gradualmente, a medida que vayan avanzado en años, se endurecerán, quedarán cristalizados, embotados, fijados en cierto patrón de pensamiento.

¿Qué es esta cosa que llamamos mente? Es el modo como pensamos, ¿no es así? Estoy hablando de la mente de cada uno de ustedes, no de la mente de algún otro: el modo como piensan y sienten, el modo como miran los árboles, como miran a los pescadores, el modo como consideran al aldeano. Nuestra mente, a medida que envejecemos, se pervierte o queda fija en un patrón determinado. Queremos algo, lo anhelamos, deseamos ser o llegar a ser alguna cosa, y este deseo establece un patrón; o sea, que nuestra mente crea un patrón y queda presa en él. El deseo cristaliza la mente.

Digamos, por ejemplo, que quiero ser un hombre muy rico. El deseo de ser rico crea un patrón, y entonces mi pensar queda atrapado en él; puedo pensar únicamente en esos términos y no puedo ir más allá. Por lo tanto, mi mente se cristaliza poco a poco, se endurece, se embota. O, si creo en algo, en Dios, en el comunismo, en cierto sistema político, esa creencia misma establece el patrón porque ella es el resultado de mi deseo; y mi deseo refuerza los muros del patrón. Poco a poco mi mente pierde su capacidad de rápido ajuste, de penetración profunda, de verdadera claridad, porque estoy atrapado en el laberinto de mis propios deseos.

Por lo tanto, hasta que comencemos a investigar este proceso que llamamos la mente, hasta que comprendamos nuestra propia forma de pensar y nos familiaricemos con ella, no podremos descubrir qué es el amor. No puede haber amor mientras nuestras mentes deseen del amor ciertas cosas o le exijan que actúe de una manera determinada. Cuando imaginamos lo que debe ser el amor y le damos ciertos motivos, creamos gradualmente un patrón de acción respecto del amor; pero eso no es amor, es meramente nuestra idea de lo que el amor debería ser.

Digamos, por ejemplo, que poseo a mi esposa o marido, tal como ustedes poseen un sari o una chaqueta. Si alguien les quitara la chaqueta estarían ansiosos, irritados, furiosos. ¿Por qué? Porque consideran esa chaqueta como su propiedad; la poseen y al poseerla se sienten enriquecidos, ¿no es así? Mediante la posesión de muchas ropas se sienten enriquecidos no sólo físicamente sino internamente; y cuando alguien les quita la chaqueta se irritan, porque internamente se les priva de ese sentimiento de riqueza, de esa sensación de poseer algo.

Ahora bien, el sentimiento de posesión crea una barrera respecto del amor, ¿verdad? Si alguien me pertenece, si lo poseo, ¿es eso amor? Lo poseo como poseo un automóvil, una chaqueta, un sari, porque al poseerlo me siento muy gratificado y dependo de ese sentimiento; para mí es muy importante internamente. Este sentido de propiedad, de poseer a alguien, este depender emocionalmente de otro es lo que llamamos amor; pero si lo examinan, encontrarán que detrás de la palabra "amor" la mente está obteniendo satisfacción en el acto de poseer. Después de todo, cuando poseen muchos saris bonitos, o un magnífico automóvil o una gran casa, el sentimiento de que eso es de ustedes les brinda internamente una gran satisfacción.


Así, al desear, al anhelar algo, la mente crea un patrón y en ese patrón queda atrapada; y entonces se fatiga, se embota, se vuelve estúpida, irreflexivo. La mente es el centro de este sentimiento de posesión, el sentimiento del "yo" y lo "mío": "Yo poseo alguna cosa", "yo soy un gran hombre", "soy un hombre pequeño", "yo he sido insultado", "me han alabado", "yo soy inteligente", "yo soy muy hermosa", "quiero llegar a ser alguien", "soy el hijo o la hija de alguien"... Este sentimiento del "yo" y lo "mío" es el núcleo mismo de la mente, es la mente misma. Cuanto más tiene la mente este sentimiento de ser alguien, de ser grande o muy inteligente o muy estúpida, etc., tanto más construye muros alrededor de sí misma y se encierra, se embota. Entonces sufre, porque en ese encierro inevitablemente hay dolor. A causa de que está sufriendo, la mente pregunta: "¿Qué puedo hacer?". Pero en vez de quitar los muros que la cercan, de quitarlos mediante una percepción sensible y una cuidadosa reflexión, investigando y comprendiendo todo el proceso por el cual se han creado los muros, lucha para encontrar algo externo con lo cual vuelve a cercarse nuevamente. Así es como poco a poco la mente se convierte en una barrera para el amor; y sin comprender lo que la mente es, lo cual equivale a comprender las modalidades de nuestro propio pensar, la fuente interna de donde proviene la acción, no podremos descubrir qué es el amor.

¿No es también la mente un instrumento de comparación? Ustedes saben qué significa comparar. Dicen: "Esto es mejor que aquello"; se comparan con alguien que es más hermoso o menos inteligente. Hay comparación cuando dicen: "Recuerdo un río que vi hace un año; es todavía más hermoso que éste". Se comparan con un santo o con un héroe, con el ideal supremo. Este juicio comparativo embota la mente; no la estimula, no la toma comprensiva, abarcativa. Cuando comparan constantemente, ¿qué ocurre? Cuando ven una puesta de sol y la comparan inmediatamente con una puesta anterior, o cuando dicen: "Esa montaña es hermosa, pero hace dos años vi una montaña que era aún más hermosa", no están mirando realmente la belleza que está ahí delante de ustedes. De modo que la comparación les impide mirar plenamente. Si al mirarte a ti, por ejemplo, digo: "Conozco a una chica que es mucho más bonita", no te estoy mirando realmente, ¿verdad? Mi mente está ocupada con alguna otra cosa. Para mirar de verdad una puesta de sol, no tiene que haber comparación; para mirarte realmente, no tengo que compararte con ninguna otra persona. Sólo cuando te miro plenamente, sin ningún prejuicio comparativo, puedo comprenderte. Cuando te comparo con alguien no te comprendo, meramente te juzgo, digo que eres esto o aquello. Así, la estupidez surge cuando hay comparación, porque comparar a alguien con alguna otra persona implica falta de dignidad. Pero cuando te miro sin comparar, entonces mi único interés es comprenderte, y en ese interés mismo, que no es comparativo, hay inteligencia, hay dignidad humana.

En tanto la mente está comparando, no hay amor; y la mente está siempre comparando, sopesando, juzgando, ¿no es así? Está siempre mirando para descubrir dónde está la debilidad; por lo tanto, no hay amor. Cuando la madre y el padre aman a sus hijos, no comparan un hijo con otro. Pero ustedes se comparan con alguno que es mejor, más noble, más rico; en la relación que establecen con otro están siempre interesándose en sí mismos, y así crean internamente la falta de amor. De esta manera, la mente se vuelve más y más comparativa, más y más posesiva, más y más dependiente estableciendo, debido a eso, un patrón en el que queda presa. A causa de que no puede mirar nada de un modo nuevo, como sí fuera por primera vez, destruye el perfume mismo de la vida, que es el amor.

Interlocutor: ¿Qué debemos pedirle a Dios que nos dé?

K.: Estás muy interesado en Dios, ¿verdad? Es a causa de que tu mente está pidiendo algo, deseando algo. Por eso está constantemente agitada. Si yo te pido algo o espero alguna cosa de ti, mi mente está agitada, ¿no es así?

Este niño quiere saber qué debe pedirle a Dios. No sabe qué es Dios ni qué es lo que desea realmente. Pero hay un sentimiento general de aprensión, el sentimiento de que 'debo pedir, debo rezar, debo ser protegido". La mente está siempre buscando en todos los rincones para conseguir alguna cosa; está siempre anhelando, asiéndose a esto o a aquello, observando, urgiendo, comparando, juzgando, y así jamás está quieta. Observa tu propia mente y verás lo que está haciendo, cómo trata de controlarse, de dominar, de reprimir, de encontrar alguna forma de satisfacción, cómo está constantemente pidiendo, suplicando, luchando, comparando. A una mente así la calificamos de muy alerta, ¿pero es alerta? Una mente alerta es, sin duda, una mente quieta, no una que, como una mariposa, vuela de aquí para allá por todas partes. Y es sólo una mente quieta la que puede comprender lo que es Dios. Una mente quieta jamás le pide nada a Dios. Es sólo la mente empobrecida la que implora, la que pide. Lo que pide jamás podrá tenerlo, porque lo que realmente desea es seguridad, consuelo, certidumbre. Si le pides cualquier cosa a Dios, jamás encontrarás a Dios.

Interlocutor: ¿Qué es la verdadera grandeza y cómo puedo ser grande?

K.: Mira, la desgracia es que queramos ser grandes. Todos queremos ser grandes. Queremos ser un Gandhi o un primer ministro, queremos ser grandes inventores, grandes escritores. ¿Por qué? En la educación, en la religión, en todos los departamentos de nuestra vida, tenemos ejemplos de esto. El gran poeta, el gran orador, el gran estadista, el gran santo, el gran héroe; tales personas son exaltadas como ejemplos y queremos ser como ellas.

Ahora bien, cuando queremos ser como algún otro hemos creado un patrón de acción, ¿verdad? Hemos puesto una limitación a nuestro pensamiento, lo hemos constreñido dentro de ciertos límites. De este modo, nuestro pensamiento ya se ha cristalizado volviéndose estrecho, limitado, reprimido. ¿Por qué quieres ser grande? ¿Por qué no miras lo que eres y comprendes eso? En el momento en que quieres ser como otro, hay desdicha, conflicto, envidia, dolor. Si quieres ser como el Buda, ¿qué ocurre? Luchas perpetuamente por alcanzar ese ideal. Si eres estúpido y ansías ser inteligente, tratas constantemente de dejar de ser lo que eres y de ir más allá. Si eres feo y deseas ser hermoso, anhelas serlo hasta que mueres o te engañas a ti mismo pensando que eres hermoso. De modo que, en tanto estés tratando de ser alguna otra cosa que lo que realmente eres, tu mente lo único que hace es fatigarse. Pero si dices: "Esto es lo que soy, es un hecho y voy a investigarlo, a comprenderlo", entonces sí que puedes ir más allá, porque encontrarás que la comprensión de lo que eres trae consigo gran paz y contentamiento, una gran percepción, un gran amor.

Interlocutor: El amor, ¿no se basa en la atracción?

K.: Supongamos que alguien se siente atraído hacia una bella mujer o hacia un hombre bien parecido. ¿Qué hay de malo en eso? Estamos tratando de descubrir. Mira, cuando somos atraídos por una mujer, por un hombre, ¿qué es lo que generalmente sucede? No sólo queremos estar con esta persona, sino que queremos poseerla, poder decir que es nuestra. Nuestro cuerpo tiene que estar cerca del cuerpo de esta persona. ¿Qué es, entonces, lo que hemos hecho? El hecho es que cuando somos atraídos queremos poseer, no queremos que esa persona mire a nadie más; y cuando consideramos a otro ser humano como "nuestro", ¿hay amor allí? Obviamente no. En el momento en que mi mente crea alrededor de esa persona un cerco que implica "es mía", no hay amor.

El hecho es que nuestras mentes están haciendo esto todo el tiempo. Por eso estamos discutiendo estas cosas, para ver cómo opera la mente; quizás, al darse cuenta de sus propios movimientos, la mente se aquietará de manera espontánea.

Interlocutor: ¿Qué es la oración? ¿Tiene alguna importancia en la vida cotidiana?

K.: ¿Por qué oras? ¿Y qué es la oración? Las oraciones son, en su mayoría, súplicas, una manera de pedir. Nos entregamos a esta clase de oración cuando sufrimos. Cuando nos sentimos completamente solos, cuando estamos deprimidos y pesarosos, pedimos a Dios que nos ayude; por lo tanto, lo que ustedes llaman oración es una súplica. La forma de la oración puede variar, pero la finalidad que hay detrás es generalmente la misma. La oración, para la mayoría de la gente, es una súplica, un rogar, un pedir. ¿Es eso lo que tú haces? ¿Por qué oras? ¿Por más conocimiento, por más paz? ¿Oras porque el mundo pueda estar libre de dolor? ¿Existe alguna otra clase de oración? Existe la oración que no es en realidad una oración, sino una expresión de buena voluntad, una expresión de amor, una expresión de ideas. ¿Qué es lo que haces tú?

Cuando oras, generalmente le estás pidiendo a Dios o a algún santo, que llene tu escudilla vacía, ¿no es así? No estás satisfecho con lo que ocurre, con las cosas como se dan, sino que quieres tu escudilla llena de acuerdo con tus deseos. De modo que la oración de ustedes es meramente un pedido, una exigencia de que deben ser satisfechos; por lo tanto, no es oración en absoluto. Le dicen a Dios: "Estoy sufriendo, por favor, gratifícame; por favor, devuélveme a mi hermano, a mi hijo. Por favor, hazme rico". Están perpetuando sus propios requerimientos y eso, obviamente, no es orar.

Lo legítimo es que se comprendan a sí mismos, que vean por qué están pidiendo perpetuamente algo, por qué existe en ustedes esta exigencia, este impulso de implorar. Cuanto más se conozcan a sí mismos mediante la percepción alerta de lo que están pensando, de lo que están sintiendo, tanto más descubrirán la verdad de lo que es: esta verdad es la que les ayudará a ser libres.


Extracto de: EL ARTE DE VIVIR - J. Krishnamurti