martes, 12 de enero de 2010

CAPITULO CUATRO LA PIRÁMIDE NAKKAL

CAPITULO CUATRO LA PIRÁMIDE NAKKAL

Aquella mañana me desperté en las alturas del árido desierto de Nuevo México, a unos dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Como un vasto océano, los arbustos de salvia verde grisácea se extendían hasta el horizonte en todas direcciones excepto hacia el este, donde la imponente cadena montañosa Sangre de Cristo se alzaba contra el cielo.


La nieve que aún se podía contemplar en las cumbres en aquel día de comienzos de verano no era algo inusual. A veces no desaparece en todo el año. Hacia el oeste, escondido a mi vista, yacía el profundo cañón del río Grande, abriéndose camino en secreto a través de esta parte del desierto en la que no ha estado casi ningún ser humano. Al norte, a unos treinta kilómetros de mi hogar, se alzaba la segunda montaña aislada más alta del mundo, la montaña Ute.

Fue en esta montaña Ute donde la caballería de Estados Unidos intentó eliminar a los utes en 1800. Como éstos pretendían defenderse contra la terrible injusticia que les estaba infligiendo el gobierno estadounidense, eran considerados peligrosos y se afirmaba que debían ser aniquilados.

La caballería persiguió a los utes durante cientos de kilómetros hasta llegar a esta montaña, que recibió su nombre muchos años después en su honor. Los utes y la caballería sabían que en la montaña no había agua, pero en su desesperación los nativos ascendieron por ella para esconderse. La caballería rodeó la montaña y esperó. En realidad no estaban seguros por dónde habían ido los utes, pero esperaron, creyendo que al carecer de agua, si estaban allí arriba, tendrían que bajar.

Según cuenta la historia, los utes rezaron a la Madre Tierra para que les diera agua, pues sabían que sin ella morirían en la montaña o se verían forzados a bajar para que la caballería los matara a todos: hombres, mujeres y niños. Se extinguirían.

Y la Madre Tierra, que vivía en los corazones de los utes, respondió. Un manantial brotó de la montaña, nutriendo sus cuerpos y salvando sus vidas.

Unos tres meses después, la caballería de Estados Unidos decidió que los utes no debían haberse refugiado en la montaña y abandonaron la búsqueda. Los utes siguen vivos en la actualidad gracias a esta montaña y a su milagro, cuya energía se difunde por todo el valle en el que yo vivía en 1985.

Yacía en mi lecho pensando que algo parecía diferente o especial aquella mañana, pero no sabía por qué. Ese sentimiento permaneció en mí durante todo el día. Yo formaba parte de un grupo de hombres y mujeres que regentaba una escuela esotérica llamada Escuela de Misterio Nakkal. El nombre me lo habían dado los ángeles, que nunca me contaron el motivo. Yo sabía que los nakkals eran los antiguos sacerdotes de la Atlántida, pero fuera de eso no sabía nada más. Sencillamente acepté el nombre porque la sugerencia procedía de una fuente superior. Nuestro recinto abarcaba unas ocho hectáreas y estaba rodeado por millones de hectáreas, literalmente, deshabitadas. Teníamos dos casas de adobe, un jardín natural, una pequeña zona de apartamentos, un área de trabajo y garaje, un precioso centro de

Conferencias de adobe (con techos de siete metros y medio de altura y construido en forma de pentágono) y lo más importante de todo, una bella sala de oración subterránea llamada kiva. La escuela era perfecta para enseñar y aprender. Estar completamente aislados de la civilización facilitaba mucho nuestra tarea, pues no había nadie que pudiera juzgar nuestro trabajo ni nuestras acciones, que habrían resultado extraños para algunas personas de nuestra cultura actual. Cada luna nueva, por ejemplo, instalábamos una cabaña de sudación de los nativos americanos con una enorme hoguera para calentar las piedras. Unas cuarenta personas ayunábamos al menos un día antes de la sudación y, durante horas, tocábamos los tambores y cantábamos, entonando el nombre de la Madre y la presencia del Gran Espíritu, entrando en nuestros corazones y esperando a que las piedras se pusieran del color rojo anaranjado de la vida.

Cuando llegaba el momento adecuado, entrábamos en la kiva subterránea rodeados de la más completa oscuridad, con humildad y sin ropa, tal y como marcaba la tradición nativa, y con una actitud de absoluta santidad para estar con la Madre. Era como estar en su seno. Prana, vacío, tierra, agua, fuego, aire, los seis elementos de la creación y la naturaleza estaban presentes al mismo tiempo en esta ceremonia.

Aquella tarde escuché a alguien que gritaba un fuerte « ¡Guau!» y corrí a ver quién era. El Sol se iba a poner en unos treinta minutos y llovía suavemente contra las montañas del este.

La razón del « ¡Guau!» estaba clara. Enmarcando la cadena montañosa Sangre de Cristo aparecía el arco iris más increíble que he visto en toda mi vida. No había uno solo, sino tres: un arco iris dentro de otro arco iris dentro de otro arco iris. Los intensísimos y brillantes colores vibraban como si estuvieran cargados de electricidad. Me quedé sin habla.

Mientras observaba aquel milagro, me inundó el mismo sentimiento que había notado al despertarme aquella mañana. De algún modo u otro, aquel día era especial. Pero no había nada que pareciera distinto de los demás días a excepción de aquel asombroso arco iris. Sin embargo, el sentimiento se negaba a abandonarme.

La mañana siguiente, una furgoneta blanca y sin rotular paró frente a nuestro centro de conferencias. Como estábamos escondidos del público y en un sitio tan remoto, era poco habitual que alguien nos encontrara cuando no se estaba llevando a cabo ningún taller.

Un grupo de cuatro hombres jóvenes, en la treintena, bajó de la furgoneta y caminó hasta la sala de conferencias donde me encontraba yo en una pequeña cocinita preparando el desayuno. Uno de ellos abrió la puerta delantera, me miró y preguntó:

— ¿Sabe dónde puedo encontrar a un hombre llamado Drunvalo?

Le dije quién era yo, y él fue derecho al grano:

— ¿Alguna vez ha visto este dibujo?

Me entregó un dibujo de la Flor de la Vida. Los diecinueve círculos me eran tan familiares como la palma de mi mano. Yo vi este dibujo por primera vez pintado sobre una pared egipcia de seis mil años de antigüedad, y desde entonces lo he encontrado por todo el mundo: en India, Inglaterra, Irlanda, Turquía, Israel, Polonia, Suiza, Grecia, China, Japón, México y en unos cincuenta países más, casi siempre en sitios antiguos. Y seguimos descubriéndolo en distintos países todos los años. Pero lo más significativo de esta historia, como podrás comprobar, es que también lo había visto en Tíbet.

Como yo llevaba impartiendo enseñanzas acerca de este dibujo desde 1984, aquellos hombres habían hecho averiguaciones sobre mí y querían saber lo que significaba.

En ese punto les pregunté por qué estaban tan interesados en la Flor de la Vida. Se sentaron a mí alrededor y empezaron a relatarme una larguísima historia acerca del descubrimiento en Tíbet de una pirámide muy inusual que su equipo de exploración había encontrado unos meses antes. Lo que tenían que decirme era prodigioso.

Hace ya tanto tiempo de aquello que he olvidado los nombres de aquellos cuatro hombres, pero el que parecía ser el portavoz, o el que llevaba la voz cantante, se excitó y comenzó a hablar con autoridad. Sacó mapas y fotografías que puso sobre la mesa, los extendió, y me miró directamente a los ojos.

Me habló acerca del primer equipo de investigación que había intentado llegar a esta pirámide tibetana, pero me contó que sencillamente no estaban preparados para el largo y difícil viaje. Se tardaban seis meses en alcanzar la pirámide, que se encontraba a gran altura en las montañas occidentales de los Himalayas. No existían mapas claros, pues prácticamente nadie había estado jamás en aquella zona, y habían subestimado el tiempo que tardarían en llegar.

Para complicar el tema aún más, la pirámide era completamente blanca y estaba permanentemente cubierta de nieve, a excepción de dos o tres semanas al año, por lo que el equipo debía cronometrar perfectamente su llegada para poder encontrar la estructura y, con suerte, entrar en ella.

Me contó que el primer equipo llegó hasta el borde de las montañas desde donde se podía contemplar aquella magnífica pirámide en el valle que se encontraba a sus pies, pero no pudieron continuar, pues de haberlo hecho todo el equipo habría muerto. No tenían suficientes provisiones para el tiempo extra y no tuvieron más remedio que dar la vuelta. Yo creo que esto ocurrió a principios de la década de los ochenta. Pero sólo unos pocos años más tarde, aquellos hombres que estaban sentados alrededor de la mesa lo intentaron una vez más.

En esta ocasión se prepararon mejor y llegaron a la pirámide tibetana justo en el momento en que se encontraba completamente expuesta para su exploración. Se quedaron pasmados al comprobar que, a diferencia de la Gran Pirámide de Egipto, ésta no estaba sellada. Tenía una única abertura, que permitió al equipo entrar sin hallar ningún obstáculo.

Durante los dos días siguientes, me relataron cómo encontraron la pirámide, que denominaron Gran Pirámide Blanca. Explicaron el aspecto que tenía y cómo carecía de marcas, escrituras, jeroglíficos o cualquier otra cosa sobre la superficie o en las paredes, tanto interiores como exteriores, a excepción de una única imagen preferente colocada en la parte superior de una pared central de la sala principal. Se trataba de la imagen de la Flor de la Vida. Aquélla era la razón de que me hubieran buscado y encontrado en medio del solitario desierto.

Querían que les hablara acerca del significado de la Flor de la Vida. Esperaban que yo les podría conducir a quienquiera que hubiera construido aquella pirámide, pues no tenían ni idea de quién podría haber sido.

Yo no podía explicar lo que la Flor de la Vida «significaba realmente» en una o dos horas. Por eso se quedaron dos días. Es el dibujo de la creación de todo el universo y todo lo que éste contiene, incluyendo a todas las criaturas vivientes. Es incluso el dibujo de la creación de aspectos del universo que no son considerados cosas o materias, tales como las emociones y los sentimientos. Puse el máximo empeño y les di un mini taller sobre la de Flor de la Vida, en el que suprimí todas las ceremonias, los círculos de oración, los relatos con mensaje y, por supuesto, la cabaña de sudación de los nativos americanos.

Aquellos hombres me hablaron acerca de la increíble suerte que habían tenido de ser los primeros seres humanos en tocar realmente aquella inusual pirámide. Me informaron de que no se conocía ninguna otra pirámide cerca de ella y que estaba completamente aislada

En una región inaccesible de los Himalayas.

Siguieron contándome lo extraño que resultaba que una pirámide así estuviera situada en un lugar en el que jamás había existido civilización alguna.

El sentimiento que había tenido el día anterior de que algo especial iba a ocurrir no me había abandonado. Yo sabía que aquella información era importante, pero en realidad, en aquel momento, no sabía hasta qué punto.

Cuando se fueron de la Escuela de Misterio Nakkal, llenos de entusiasmo, las fotografías que me habían mostrado de la asombrosa pirámide seguían volviendo a mi cabeza una y otra vez. Casi podía saborear la causa de su importancia, pero todavía no acudía nada a mi mente.

Finalmente, un par de días más tarde, cuando me encontraba meditando, los dos ángeles aparecieron en mi visión interior, y me dijeron: —Esa construcción se llama Pirámide Nakkal. Sabemos que en este momento no lo entiendes, pero a su debido tiempo lo harás. En un futuro, todo te será revelado. Pero ¿por qué Pirámide Nakkal? ¿Y por qué Escuela de Misterio Nakkal? En aquel momento, lo único que sabía era que los nakkals eran los sumos sacerdotes de la Atlántida. No sabía que tuvieran ninguna relación con Tíbet.

Había tanto que yo no sabía... Pero confié en los ángeles y los guardé en mi corazón. Cuando me hablaban, siempre me sentía como un niño pequeño que pretende entender el mundo que le rodea, unas veces desconcertado y otras excitado, pero fundamentalmente asombrado por la vida y por el modo en que los ángeles introducían el conocimiento con tanta suavidad en mi simple entendimiento.

Llegó un día en que la Escuela de Misterio Nakkal se disolvió, como sucede con todas las escuelas de ese tipo, pero el recuerdo del equipo de exploración y la pirámide que habían encontrado no me abandonaba. Y a su debido momento, los ángeles me contaron toda la

Historia, que iré compartiendo contigo mientras continuamos caminando.

La Serpiente de Luz había dejado su hogar, la Pirámide Nakkal, y se estaba moviendo libremente para encontrar un hogar nuevo y, con el tiempo, una nueva pirámide, y la Red de Conciencia de Unidad sobre la Tierra estaba casi concluida. Para 1989 y 1990, cuatro años antes de mi primer aprendizaje sobre la pirámide, la red había crecido hasta

Alcanzar el primer nivel de Unidad, pero la Serpiente de Luz todavía seguía buscando su sitio en la Tierra, aparentemente desfasada con el ADN cósmico.

Pero jamás debemos olvidar que la Vida es perfecta.

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