jueves, 18 de marzo de 2010

CAPÍTULO CATORCE

LA PURIFICACIÓN DE LAS TIERRAS MAYAS


El templo de Chichén Itzá

El elegante Mayaland Hotel se asienta en la selva de Yucatán, al borde mismo de los

terrenos del templo de Chichén Itzá. Fuimos allí derechos desde Balancanché y llegamos

mucho antes de lo que esperábamos gracias a las facilidades que nos habían dado para

visitar las grutas.

Aquella noche, antes de cenar, se me pidió que instruyera a nuestros dos grupos, el de

los europeos de Carolina Hehenkamp y el nuestro, sobre la Meditación de Vivir en el

Corazón. Sólo para unos pocos de los participantes se trataba de algo nuevo. Muchos ya la

habían aprendido en un taller anterior. Gracias a las poderosas experiencias que habíamos

vivido durante la tarde, incluso aquellos que nunca habían realizado esta meditación del

corazón con anterioridad fueron capaces de comprender fácilmente de lo que trata: la

necesidad de apartar nuestra consciencia del cerebro y llevarla al corazón físico, y cómo

se consigue: recordando la Conciencia de Unidad.

Es un poco complicado entender y llevar a cabo el cambio interior de empezar a vivir no

desde la mente, sino desde el corazón. Así es como vivíamos antes de la caída desde la

Consciencia Única a la consciencia del bien y del mal hace trece mil años. En ese momento

comenzamos a juzgar todas y cada una de las situaciones y las imágenes que la vida nos

proporcionaba.

En realidad, volverse hacia el corazón es algo tan simple que al principio la mayor parte

de la gente encuentra difícil vivir la experiencia. Hemos aprendido a creer que cuanto

más complejo o complicado es algo, más importancia tiene. Pero eso no puede aplicarse a

nuestra consciencia original.

Yo creo que la causa de que los pueblos indígenas del mundo me hayan pedido que tome

parte en sus ceremonias es porque he aprendido a vivir dentro de mi corazón. Ellos

pueden «ver» que estoy en el corazón, no en la mente, pues así es como ellos funcionan y

ése es el aspecto del alma humana que resulta más importante para ellos. Ambos sabemos

que podemos confiar el uno en el otro, y como los mayas dicen al saludarse: In Lak'es

(«Tú eres otro yo»). Cuando vives en tu corazón, In Lak'esh posee un significado que sólo

el corazón entiende plenamente, pues el espíritu que está en tu interior es el mismo que

está en el mío.

Si deseas saber más acerca de este asunto, he escrito un libro titulado Viviendo en el

corazón, que no sólo lo explica con mucho más detalle, sino que también te ofrece las

instrucciones precisas para que puedas probarlo y decidir por ti mismo si vivir en el

corazón te hace sentir mejor que vivir en la mente, o no.

Después de cenar, nos colocamos todos bajo las estrellas en aquel precioso lugar con la

pirámide del chakra corazón de Chichén Itzá muy cerca, entramos todos juntos en el

Espacio Sagrado del Corazón y respiramos como Uno Solo.

Y ahora el lado oscuro: sólo una ilusión

Cuando todo el mundo se retiró a descansar en espera de la gran ceremonia y

celebración del equinoccio, me llegó el momento de enfrentarme al problema de la

entidad que habíamos observado en la primera ceremonia de Labná y aquella mañana con

la calavera de cristal en Dzibilchaltún. Tenía que hacerlo antes de que participáramos en

la ceremonia del día siguiente en Chichén Itzá. En caso contrario, aquella energía podría

interferir con todo lo que estábamos intentando conseguir. No podíamos ignorarla.

En mi opinión, lo que sucedía era que aquella mujer, una de las integrantes de nuestro

grupo en aquel viaje, había sido atacada por un espíritu o varios, cuya intención era

perturbar lo que hacíamos de todas las formas posibles.

Nos reunimos los directores (Diane Cooper, Lionfire, nuestro guía del viaje, Humberto, y

yo mismo) y estuvimos de acuerdo en que debíamos solucionar la situación antes de irnos

a la cama, dado que al día siguiente íbamos a empezar muy temprano.

Sin embargo, ¿dónde podíamos llevar a cabo la sanacion? Yo sabía por experiencia que lo

más probable era que la mujer gritara cuando la entidad abandonara su cuerpo, y no se

puede tener a una mujer chillando en un hotel. Alguien podría llamar a la policía. ¿Qué

podíamos hacer?

Le preguntamos a Humberto si conocía algún lugar al que pudiéramos ir, y él nos sugirió

una zona cercana al aparcamiento del hotel. No era privada, pero decidimos que

pondríamos allí nuestra furgoneta y llevaríamos a cabo la sanacion dentro de ella. Si la

mujer gritaba, el sonido quedaría amortiguado.

Finalmente todo quedó organizado. La mujer se tumbó voluntariamente sobre el asiento

central de la furgoneta. Dos personas de nuestro grupo se quedaron fuera, por si se

acercaba alguien, y otros dos entraron en la furgoneta por si hacía falta ayuda.

La sombra del antiguo sacrificio

Cuando comencé a conectarme telepáticamente con las entidades que se encontraban en

el interior de la mujer, me di cuenta de que eran varias, pero dos de ellas formaban en

realidad una sola, y esta entidad de dos en uno era extremadamente poderosa. Estaba

conectada con el mundo maya y con las antiguas ceremonias sacrifícales. ¡De hecho, esta

entidad y su deseo de crear el caos habían sido en realidad la fuerza que yacía tras la

práctica maya de los sacrificios humanos!

Esta entidad doble vivía no sólo en la mujer que estaba delante de mí, sino también en

otros sesenta habitantes de las tierras mayas, en su mayoría pertenecientes a esa

cultura. Estaba entrelazada e integrada en la propia tierra. La entidad sabía por qué

habíamos ido allí y su función era impedirnos que liberáramos a los mayas que vivían en el

interior de la Tierra. Su intención era evitar que restauráramos el equilibrio.

Llamé al arcángel Miguel y construí la pirámide octaédrica dorada alrededor del cuerpo

de la mujer, con el propósito de que contuviera a las entidades salientes y sirviera como

ventana dimensional para enviarlas de regreso al mundo para el que Dios las creó en

origen.

A mi modo de ver, la retirada de una entidad no es un asunto de fuerza, sino de

compasión y comunicación. Según mi experiencia, una vez que los espíritus se dan cuenta

de que los estamos devolviendo a su mundo, en el que pueden cumplir su propio objetivo

sagrado, suelen cooperar. Desde luego, no luchan. En realidad, suelen asemejarse más a

niños perdidos que a demonios en busca de destrucción.

Pero aquello formaba parte del pasado. Yo tenía una lección que aprender.

Los espíritus más pequeños se sintieron de verdad agradecidos por la oportunidad que

les dábamos de regresar a su casa, y tal y como había sucedido en mis experiencias

previas se fueron sin dar problemas. Pero los dos últimos, los que formaban la entidad

doble, se negaron a irse. Todo el cuerpo de la mujer se retorcía y se hinchaba a causa de

su resistencia. No cedían. El papel que habían representado en las antiguas ceremonias

sacrifícales mayas y su apego a la tierra y a los mayas eran demasiado fuertes y

generales como para que renunciaran a ellos. Durante siglos habían hecho que los mayas

hicieran cosas que los propios mayas sabían en el interior de sus corazones que estaban

mal.

Finalmente no tuve más remedio que emplear la fuerza. Era algo que nunca había hecho

con anterioridad.

Utilizando mi Mer-Ka-Ba, mi cuerpo humano de luz, y el poder y la fuerza del arcángel

Miguel, empezamos a emitir una serie de ondas de energía que debían enfocar las

energías de la entidad dual hacia la ventana dimensional del octaedro, lo que las sacaría

de este mundo y las llevaría al suyo propio, dondequiera que éste estuviera.

¡Aunque se resistieran, si lo lográbamos, para ellas sería como ir al cielo!

Al principio, la parte más débil de las dos fue succionada hacia el vórtice, con una

obstrucción tremenda. Una vez conseguido esto, la otra parte del espíritu, la más fuerte,

era la que nos quedaba por eliminar.

Pero finalmente, mediante una mayor aplicación de poder y fuerza, el espíritu, que seguía

resistiéndose, salió por el estómago de la mujer y comenzó a entrar despacio por la

ventana dimensional.

En el momento exacto en que la entidad abandonó el cuerpo, el Mundo Exterior

respondió desde el poder de este espíritu y su conexión con la Tierra. A unos treinta

metros de distancia del lugar en el que nos encontrábamos, dos cosas sucedieron de

forma simultánea. Los árboles que estaban a la derecha de la mujer, en una pequeña zona

circular de unos seis metros, comenzaron a agitarse con fuerza. Una rama enorme se

rompió y chocó contra el suelo.

A la izquierda, y a la misma distancia, otro grupo circular de árboles, con troncos de un

palmo de diámetro, empezaron también a agitarse violentamente. Era como si un

bulldozer estuviera junto a sus bases intentando arrancarlos. Aunque resultaba

imposible, pues no hacía nada de viento, la mayoría de ellos se rompió por abajo y cayó

sobre un viejo Volkswagen, aplastando por completo el techo y el maletero.

En el instante en que el espíritu abandonó a la mujer, yo pude «ver» que los otros mayas

que estaban conectados con aquellos espíritus, así como las propias tierras mayas en un

espacio de cientos de kilómetros a la redonda, se aclaraban repentinamente. Fue como si

hubiera desaparecido en un instante un gigantesco huracán.

Ya había terminado todo. Ya estaba todo tranquilo.

Las tierras mayas eran libres de nuevo. Y una vez más, aquella mujer estaba sola en su

cuerpo.

Ahora nuestro grupo estaba preparado para la Ceremonia del Corazón que se iba a

celebrar al día siguiente en Chichén Itzá, una ceremonia que hace mucho tiempo predijo

el pueblo maya y su calendario: un grupo de ancianos indígenas junto con personas de

todos los rincones de la Tierra rezando como Uno Solo para que el mundo encontrara la

paz.

El cumplimiento de una antigua profecía

Los sonidos de los pájaros tropicales atravesaban las contraventanas de madera cuando

desperté de un bello sueño a otro que por el momento parecía lejano. Entonces recordé.

Aquél era el día que llevaba dos años y medio esperando. Hunbatz Men me había enviado

un correo electrónico hacía mucho invitándome a una ceremonia predicha por el

calendario maya. Y ese día había llegado.

Salté de la cama, me vestí y corrí escaleras abajo, sabiendo que teníamos un horario muy

apretado y que era importante no llegar tarde ni cometer errores. Eran demasiadas las

personas que esperaban aquel momento con ansiedad. Yo pensaba que si nuestro grupo se

retrasaba, tendrían que empezar sin nosotros.

En el vestíbulo había sesenta personas, vestidas de blanco impoluto, tal y como había

pedido Hunbatz. Sus sonrisas y su exuberante energía lo decían todo. Estábamos

preparados para todo lo que la vida nos ofreciera y dispuestos a dar desde nuestros

corazones y nuestras plegarias. Después de las grutas de Balancanché, nuestros

corazones estaban abiertos de par en par y nuestro grupo constituía Un Solo Corazón. La

vida estaba lista para desplegar otro capítulo de su misterio. ¿Quién sabía lo que estaba

a punto de suceder? Desde luego, yo no.

Nos colocamos de dos en dos para entrar por la puerta y caminamos así hacia el complejo

de Chichén Itzá, avanzando entre los árboles tropicales hasta que llegamos a la base de

la Pirámide del Castillo, en su lado oriental. El Sol brillaba con fuerza., por lo que nos

colocamos bajo los árboles buscando su sombra.

Estaba previsto que Hunbatz llegara con su séquito de más de doscientos cincuenta

ancianos y chamanes indígenas alrededor de las diez de la mañana, por lo que nos

reunimos en pequeños grupitos en los terrenos de la pirámide, charlando entre nosotros y

esperando.

Y esperamos, y esperamos. También el grupo europeo estaba con nosotros y unas cuantas

personas empezaron a aprender canciones de otras de diferentes países. Estuvieron un

rato cantando y luego lo dejaron. Y seguíamos esperando. ¿Dónde estaban los ancianos?

Nadie lo sabía.

Ya avanzada la mañana, se me acercaron el sacerdote y la sacerdotisa del templo de

Uxmal para presentarse. Llevaban los atuendos ceremoniales completos, bellos y llenos de

energía. Sus sonrisas relajadas y su actitud de estar a gusto dejaban ver su gran Luz

espiritual interior. Nos dieron las gracias por estar allí y por tomar parte en las

ceremonias. En nombre del grupo les presenté nuestro amor y respeto, y ofrecí toda la

ayuda que pudiéramos aportar.

Poco después otro hombre, un sacerdote inca de Perú, también vestido con el traje

ceremonial completo, llegó y comenzó a hablar con un grupo que estaba cerca de nosotros

bajo un gran árbol. Su energía era robusta. Estaba allí, al parecer, para inspirar a las

personas para la gran ceremonia que estaba a punto de tener lugar. ¿Pero dónde estaba

Hunbatz Men? No había señales de él. Ya era casi mediodía y el Sol estaba alto.

Finalmente nos llegaron noticias de que Hunbatz y los ancianos se habían retrasado. La

policía había cortado las carreteras a cuatro kilómetros del templo y los ancianos tenían

que llegar caminando.

Esperamos un poco más, pero entonces nos enteramos de otro problema. Al parecer, el

emplazamiento ceremonial había sido trasladado a una zona detrás de la Pirámide del

Castillo, entre los árboles. Y a pesar de la ausencia de Hunbatz Men y de los ancianos,

estaba a punto de comenzar.

Yo no sabía lo que le había pasado a Hunbatz, pero mi guía interior me indicó claramente

que continuara con aquella nueva ceremonia.

Nuestro círculo del arco iris

Nuestro grupo caminó una pequeña distancia y salió a un gran claro en la selva, donde la

energía se sentía perfecta para lo que íbamos a hacer. Estábamos con el grupo de

Carolina Hehenkamp y se nos unieron más personas cuando formamos un gran círculo. Un

círculo compuesto por gentes de todos los colores y razas.

El sacerdote y la sacerdotisa de Uxmal que iban a dirigir la ceremonia extendieron unas

telas especiales sobre el suelo para formar un altar. Sobre ellas se colocaron muchos

cristales y objetos ceremoniales. Y finalmente, primero una, luego dos y hasta trece

calaveras mayas de cristal se dispusieron sobre el altar en apretado círculo. Sobre ellas

se colocó un tejido maya, escondiéndolas de la vista, pues no había llegado todavía el

momento de su ceremonia «especial». Me dio la sensación de que las calaveras estaban

cantando y una vez más me encontré entrando en meditación con ellas.

Ante mi sorpresa, la sacerdotisa, que claramente parecía ser la que dirigía la ceremonia,

me pidió que entrara en el círculo interior.

Me preguntó si había alguien más en mi grupo que perteneciera allí, y yo pronuncié el

nombre de Lionfire. En realidad, aquel mundo maya parecía ser mucho más suyo que mío.

Se invitó a unos quince ancianos e indígenas a que se unieran al círculo interior. Algunos

eran mexicanos, otros estadounidenses, pero la mayoría, incluyendo al sacerdote inca,

pertenecían a culturas indígenas. Recuerdo especialmente a un grupo de tres chamanes

incas de Sudamérica; eran tan bellos que yo pude percibir la pureza de la Madre Tierra

saliendo de sus corazones en ondas de pura alegría.

La sacerdotisa maya prendió hierbas ceremoniales e incienso en un pequeño caldero maya

antiguo, y su olor acre inundó el aire. Luego elevó los brazos mientras su compañero hacía

sonar la concha y abría la ceremonia con oraciones a las cuatro direcciones.

Para mantener la ceremonia en sí misma oculta, la sacerdotisa y el sacerdote oraban en

lengua maya. Sus plegarias se elevaron, engarzadas con el humo procedente del caldero.

A continuación, cada uno de los integrantes del círculo interior hablamos y rezamos por

turnos, pidiendo desde nuestros corazones por lo que éstos deseaban con más fuerza: la

sanacion de la Tierra y de sus gentes.

Había belleza, fuerza y precisión en aquello que estábamos haciendo. Parecía que la

ceremonia había sido planeada hacía muchísimo tiempo. Todo parecía desarrollarse como

si estuviera cuidadosamente ensayado.

Pero había algo más, un aspecto del que no me di cuenta por lo muy metido que estaba en

la ceremonia. Era algo relacionado con las personas del círculo exterior.

Mientras los que dirigíamos la ceremonia murmurábamos, cada uno en su idioma, las

palabras que deseábamos enviar al Espíritu, nuestros mensajes estaban siendo traducidos

a varios idiomas. Uno tras otro, los sentimientos y las oraciones ceremoniales flotaban

sobre el enorme claro en maya, español, inglés, alemán, ruso, francés..., llevados por el

viento a aquel increíble grupo de individuos que habían acudido desde todas las partes del

mundo para ayudar a la humanidad a convertirse en Uno Solo. Más tarde, una mujer me

dijo:

—Durante toda la ceremonia sentí que la Torre de Babel se iba derrumbando despacito.

Supe que nuestro mundo nunca volvería a ser el mismo.

Puede que, al unirnos de aquel modo a los mayas en aquella antigua ceremonia,

estuviéramos simbólicamente acabando con las divisiones entre países, culturas y razas.

Con el tiempo, esto se hará realidad.

Cuando las últimas volutas de humo se elevaron sobre la multitud y la ceremonia terminó,

nos abalanzamos unos hacia otros como viejos amigos de tribus hace mucho tiempo

perdidas, abrazándonos y compartiendo no sólo amor, sino también números de teléfono y

direcciones, formas de comunicarnos para mantener unida aquella energía que todos

sentíamos. Éramos un arco iris de Un Solo Espíritu.

Hunbatz Men y los ancianos

Cuando me dirigía de vuelta a la pirámide se me acercó una persona corriendo para

decirme lo que les había sucedido a Hunbatz Men y a los ancianos. Después de la belleza

de lo que acababa de acontecer, aquello parecía casi una pesadilla.

Al final habían conseguido llegar a Chichén Itzá y se prepararon para celebrar la

ceremonia en el sitio inicialmente dispuesto para ello. Colocaron un caldero con hierbas e

incienso sobre el suelo. Y cuando los ancianos estuvieron listos, comenzaron la ceremonia

prendiendo el incienso del caldero.

En ese momento entró la policía corriendo con un extintor y apagó el fuego.

Los ancianos se enfurecieron y comenzaron a discutir con la policía. Hunbatz, sin

embargo, permaneció en silencio, pues había estado esperando aquello e incluso lo había

avisado.

Al final, la policía desbarató la ceremonia e incluso arrestó a ocho de los ancianos

sudamericanos. Con lo cual, antes incluso de que empezara, la ceremonia había terminado.

Hunbatz me lo contó más tarde cuando vino a unirse a nuestro grupo. En aquel momento

nosotros ya estábamos profundamente inmersos en la oración en nuestra propia

ceremonia y, según sus creencias, en esas circunstancias no podía reunirse con nosotros.

En vez de eso, dio dos vueltas alrededor de nuestro círculo de oraciones mientras nos

bendecía.

Me dijo que si nosotros no hubiéramos estado allí, procedentes de todos aquellos países,

y si no hubiéramos llevado a cabo nuestra propia ceremonia conducidos por los dos

sacerdotes mayas, el calendario maya no se habría cumplido. Nos dio las gracias con

lágrimas en los ojos.

Miramos cada uno en el corazón del otro y estuvimos agradecidos, sabiendo que el Gran

Espíritu trabaja en formas que no siempre resultan comprensibles.

La llegada de la serpiente

Cuando concluyó la ceremonia, nuestro pequeño grupo internacional de almas quedó en

libertad para unirse a la enorme muchedumbre que se había reunido para contemplar el

descenso de la «serpiente» por la Pirámide del Castillo, tal y como Ken y yo habíamos

hecho mucho tiempo atrás, en 1985.

En esta ocasión, 21 de marzo de 2003, se estimó que había allí más de ochenta mil

personas, tantas que ni siquiera se podía caminar por la enorme pradera cubierta de

hierba frente a las escaleras por las que la serpiente debía realizar su portentoso

descenso.

Pero, vaya por Dios, el cielo se había cubierto de nubes. Y por la tarde estuvo gris. No

había sol que pudiera dar sombra. Ochenta mil personas, gentes de todo México,

Sudamérica y el mundo, estaban .sentadas o de pie, con sus comidas y sus familias,

esperando una sombra que quizá no apareciera nunca.

Y de repente, ya bastante avanzada la tarde, las nubes se abrieron y el Sol se abrió

camino, resplandeciente de gloria, para iluminar la pirámide, proyectando su sombra

sobre el lateral de los escalones de la pirámide. La multitud, llena de excitación, lanzó un

grito de alegría pura y se quedó silenciosa observando el místico movimiento de la sombra

de la «serpiente».

La contemplación de la vasta y embelesada multitud me recordó a Lis de los conciertos

de rock de los años sesenta. Pero era como si los Antiguos y los Muertos Agradecidos

hubieran intercambiado sus puestos. En lugar de estar escuchando a una banda

carismática cuya excitante música estallara sobre el escenario, estábamos todos

cautivados, todos y cada uno de nosotros, por una sombra lenta y silenciosa que se

deslizaba centímetro a centímetro por el lateral de una pirámide mítica, en renovada

afirmación de la Espiral Sagrada de Vida.

Los dos cenotes

Cuando terminó el descenso de la «serpiente», y mientras me alejaba de allí, recordé

parte de una conversación que había mantenido con Hunbatz Men en la que, de forma

inesperada, me habló de los dos cenotes de Chichén Itzá y de cómo estaban conectados.

Me contó que un río subterráneo los unía y que la Pirámide del Castillo había sido

construida a propósito sobre él. Era aquel flujo de agua subterránea lo que cargaba la

pirámide de energía. Ken y yo no sabíamos nada del segundo cenote cuando estuvimos allí.

Hunbatz Men me miró a los ojos, y dijo:

—Drunvalo, también el otro cenote debe ser «recargado» con un cristal. Eso conectaría

las energías de ambos.

Así que, al abandonar la ceremonia de la bajada de la «serpiente» por la pirámide, me

encaminé hacia el segundo cenote para cumplimentar la solicitud de Hunbatz.

La culminación de los cristales

Unos cuantos miembros del grupo me siguieron, probablemente pensando que deseaban

ver lo que yo iba a hacer. Para mí, por supuesto, cualquiera que estuviera allí era porque

allí debía estar. No existen los accidentes ni los errores.

En unos pocos minutos encontré el segundo cenote y observé que éramos exactamente

catorce personas, incluyéndome a mí. Les expliqué lo que habíamos hecho Ken y yo en el

otro cenote en 1985 y la solicitud de Hunbatz Men, y fue como si todo el mundo hubiera

acudido a la escuela psíquica. Todos parecían saber exactamente lo que debían hacer.

Nos cogimos de las manos y pasamos el cristal para que cada persona pudiera rezar en él.

Oraban para que el pueblo maya y la Madre Tierra pudieran sanar de nuevo. Después, la

última persona arrojó el cristal a las aguas profundas y misteriosas.

Pude sentir cómo se realizaba la conexión. Sentí que brotaba una energía. Y en mi visión

interior pude contemplar cómo se interconectaban los dos cenotes y cómo la Pirámide del

Castillo se iluminaba con una forma de energía nueva/antigua. En aquel momento

comprendí la importancia de lo que Thoth y Hunbatz Men estaban intentando

comunicarme. Por vez primera tenía sensación de culminación.

La llamada del Sol

De vuelta en el hotel, encontré una nota que me había dejado Hunbatz Men en la que

decía que le gustaría hablar con mi grupo. Nos había prometido que estaría con nosotros y

eso todavía no había sucedido..., todavía no. Aunque en aquel momento él estaba

enormemente ocupado, deseaba cumplir su promesa.

Nos reunimos todos en semicírculo junto a la piscina del hotel y esperamos a Hunbatz. Ya

había oscurecido. Brillaban las estrellas y el hotel ponía a nuestro alrededor un ambiente

de suave luminosidad.

Hunbatz llegó y nos explicó lo que había sucedido aquel día. Se disculpó ante nosotros y

nos dio las gracias por llevar a cabo la ceremonia. Sin nuestra participación, nos dijo, el

«trabajo» no habría sido terminado. Nos dijo que todos éramos maestros del nuevo

mundo y nos habló de nuestras responsabilidades en aquella tarea.

Y a continuación nos enseñó un cántico sagrado a Kin, el dios maya del sol. Y como muchos

de los miembros del grupo ya estaban «recordando» su herencia maya del pasado,

entonar este cántico despertó un increíble sentimiento de estar en dos lugares al mismo

tiempo: el antiquísimo pasado y el hoy.

Nuestro día en Chichén Itzá había terminado con todos juntos bajo las estrellas,

cantando y recordando nuestras antiguas conexiones.

Estábamos tan repletos de emoción y de sensación de misterio que parecía que no

podríamos ser capaces de absorber nada más.

Si hubiéramos sabido todo lo que nos aguardaba, nos habría costado creerlo. En verdad,

lo cierto era que acabábamos de empezar.

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