LA PURIFICACIÓN DE LAS TIERRAS MAYAS
El templo de Chichén Itzá
El elegante Mayaland Hotel se asienta en la selva de Yucatán, al borde mismo de los
terrenos del templo de Chichén Itzá. Fuimos allí derechos desde Balancanché y llegamos
mucho antes de lo que esperábamos gracias a las facilidades que nos habían dado para
visitar las grutas.
Aquella noche, antes de cenar, se me pidió que instruyera a nuestros dos grupos, el de
los europeos de Carolina Hehenkamp y el nuestro, sobre la Meditación de Vivir en el
Corazón. Sólo para unos pocos de los participantes se trataba de algo nuevo. Muchos ya la
habían aprendido en un taller anterior. Gracias a las poderosas experiencias que habíamos
vivido durante la tarde, incluso aquellos que nunca habían realizado esta meditación del
corazón con anterioridad fueron capaces de comprender fácilmente de lo que trata: la
necesidad de apartar nuestra consciencia del cerebro y llevarla al corazón físico, y cómo
se consigue: recordando la Conciencia de Unidad.
Es un poco complicado entender y llevar a cabo el cambio interior de empezar a vivir no
desde la mente, sino desde el corazón. Así es como vivíamos antes de la caída desde la
Consciencia Única a la consciencia del bien y del mal hace trece mil años. En ese momento
comenzamos a juzgar todas y cada una de las situaciones y las imágenes que la vida nos
proporcionaba.
En realidad, volverse hacia el corazón es algo tan simple que al principio la mayor parte
de la gente encuentra difícil vivir la experiencia. Hemos aprendido a creer que cuanto
más complejo o complicado es algo, más importancia tiene. Pero eso no puede aplicarse a
nuestra consciencia original.
Yo creo que la causa de que los pueblos indígenas del mundo me hayan pedido que tome
parte en sus ceremonias es porque he aprendido a vivir dentro de mi corazón. Ellos
pueden «ver» que estoy en el corazón, no en la mente, pues así es como ellos funcionan y
ése es el aspecto del alma humana que resulta más importante para ellos. Ambos sabemos
que podemos confiar el uno en el otro, y como los mayas dicen al saludarse: In Lak'es
(«Tú eres otro yo»). Cuando vives en tu corazón, In Lak'esh posee un significado que sólo
el corazón entiende plenamente, pues el espíritu que está en tu interior es el mismo que
está en el mío.
Si deseas saber más acerca de este asunto, he escrito un libro titulado Viviendo en el
corazón, que no sólo lo explica con mucho más detalle, sino que también te ofrece las
instrucciones precisas para que puedas probarlo y decidir por ti mismo si vivir en el
corazón te hace sentir mejor que vivir en la mente, o no.
Después de cenar, nos colocamos todos bajo las estrellas en aquel precioso lugar con la
pirámide del chakra corazón de Chichén Itzá muy cerca, entramos todos juntos en el
Espacio Sagrado del Corazón y respiramos como Uno Solo.
Y ahora el lado oscuro: sólo una ilusión
Cuando todo el mundo se retiró a descansar en espera de la gran ceremonia y
celebración del equinoccio, me llegó el momento de enfrentarme al problema de la
entidad que habíamos observado en la primera ceremonia de Labná y aquella mañana con
la calavera de cristal en Dzibilchaltún. Tenía que hacerlo antes de que participáramos en
la ceremonia del día siguiente en Chichén Itzá. En caso contrario, aquella energía podría
interferir con todo lo que estábamos intentando conseguir. No podíamos ignorarla.
En mi opinión, lo que sucedía era que aquella mujer, una de las integrantes de nuestro
grupo en aquel viaje, había sido atacada por un espíritu o varios, cuya intención era
perturbar lo que hacíamos de todas las formas posibles.
Nos reunimos los directores (Diane Cooper, Lionfire, nuestro guía del viaje, Humberto, y
yo mismo) y estuvimos de acuerdo en que debíamos solucionar la situación antes de irnos
a la cama, dado que al día siguiente íbamos a empezar muy temprano.
Sin embargo, ¿dónde podíamos llevar a cabo la sanacion? Yo sabía por experiencia que lo
más probable era que la mujer gritara cuando la entidad abandonara su cuerpo, y no se
puede tener a una mujer chillando en un hotel. Alguien podría llamar a la policía. ¿Qué
podíamos hacer?
Le preguntamos a Humberto si conocía algún lugar al que pudiéramos ir, y él nos sugirió
una zona cercana al aparcamiento del hotel. No era privada, pero decidimos que
pondríamos allí nuestra furgoneta y llevaríamos a cabo la sanacion dentro de ella. Si la
mujer gritaba, el sonido quedaría amortiguado.
Finalmente todo quedó organizado. La mujer se tumbó voluntariamente sobre el asiento
central de la furgoneta. Dos personas de nuestro grupo se quedaron fuera, por si se
acercaba alguien, y otros dos entraron en la furgoneta por si hacía falta ayuda.
La sombra del antiguo sacrificio
Cuando comencé a conectarme telepáticamente con las entidades que se encontraban en
el interior de la mujer, me di cuenta de que eran varias, pero dos de ellas formaban en
realidad una sola, y esta entidad de dos en uno era extremadamente poderosa. Estaba
conectada con el mundo maya y con las antiguas ceremonias sacrifícales. ¡De hecho, esta
entidad y su deseo de crear el caos habían sido en realidad la fuerza que yacía tras la
práctica maya de los sacrificios humanos!
Esta entidad doble vivía no sólo en la mujer que estaba delante de mí, sino también en
otros sesenta habitantes de las tierras mayas, en su mayoría pertenecientes a esa
cultura. Estaba entrelazada e integrada en la propia tierra. La entidad sabía por qué
habíamos ido allí y su función era impedirnos que liberáramos a los mayas que vivían en el
interior de la Tierra. Su intención era evitar que restauráramos el equilibrio.
Llamé al arcángel Miguel y construí la pirámide octaédrica dorada alrededor del cuerpo
de la mujer, con el propósito de que contuviera a las entidades salientes y sirviera como
ventana dimensional para enviarlas de regreso al mundo para el que Dios las creó en
origen.
A mi modo de ver, la retirada de una entidad no es un asunto de fuerza, sino de
compasión y comunicación. Según mi experiencia, una vez que los espíritus se dan cuenta
de que los estamos devolviendo a su mundo, en el que pueden cumplir su propio objetivo
sagrado, suelen cooperar. Desde luego, no luchan. En realidad, suelen asemejarse más a
niños perdidos que a demonios en busca de destrucción.
Pero aquello formaba parte del pasado. Yo tenía una lección que aprender.
Los espíritus más pequeños se sintieron de verdad agradecidos por la oportunidad que
les dábamos de regresar a su casa, y tal y como había sucedido en mis experiencias
previas se fueron sin dar problemas. Pero los dos últimos, los que formaban la entidad
doble, se negaron a irse. Todo el cuerpo de la mujer se retorcía y se hinchaba a causa de
su resistencia. No cedían. El papel que habían representado en las antiguas ceremonias
sacrifícales mayas y su apego a la tierra y a los mayas eran demasiado fuertes y
generales como para que renunciaran a ellos. Durante siglos habían hecho que los mayas
hicieran cosas que los propios mayas sabían en el interior de sus corazones que estaban
mal.
Finalmente no tuve más remedio que emplear la fuerza. Era algo que nunca había hecho
con anterioridad.
Utilizando mi Mer-Ka-Ba, mi cuerpo humano de luz, y el poder y la fuerza del arcángel
Miguel, empezamos a emitir una serie de ondas de energía que debían enfocar las
energías de la entidad dual hacia la ventana dimensional del octaedro, lo que las sacaría
de este mundo y las llevaría al suyo propio, dondequiera que éste estuviera.
¡Aunque se resistieran, si lo lográbamos, para ellas sería como ir al cielo!
Al principio, la parte más débil de las dos fue succionada hacia el vórtice, con una
obstrucción tremenda. Una vez conseguido esto, la otra parte del espíritu, la más fuerte,
era la que nos quedaba por eliminar.
Pero finalmente, mediante una mayor aplicación de poder y fuerza, el espíritu, que seguía
resistiéndose, salió por el estómago de la mujer y comenzó a entrar despacio por la
ventana dimensional.
En el momento exacto en que la entidad abandonó el cuerpo, el Mundo Exterior
respondió desde el poder de este espíritu y su conexión con la Tierra. A unos treinta
metros de distancia del lugar en el que nos encontrábamos, dos cosas sucedieron de
forma simultánea. Los árboles que estaban a la derecha de la mujer, en una pequeña zona
circular de unos seis metros, comenzaron a agitarse con fuerza. Una rama enorme se
rompió y chocó contra el suelo.
A la izquierda, y a la misma distancia, otro grupo circular de árboles, con troncos de un
palmo de diámetro, empezaron también a agitarse violentamente. Era como si un
bulldozer estuviera junto a sus bases intentando arrancarlos. Aunque resultaba
imposible, pues no hacía nada de viento, la mayoría de ellos se rompió por abajo y cayó
sobre un viejo Volkswagen, aplastando por completo el techo y el maletero.
En el instante en que el espíritu abandonó a la mujer, yo pude «ver» que los otros mayas
que estaban conectados con aquellos espíritus, así como las propias tierras mayas en un
espacio de cientos de kilómetros a la redonda, se aclaraban repentinamente. Fue como si
hubiera desaparecido en un instante un gigantesco huracán.
Ya había terminado todo. Ya estaba todo tranquilo.
Las tierras mayas eran libres de nuevo. Y una vez más, aquella mujer estaba sola en su
cuerpo.
Ahora nuestro grupo estaba preparado para la Ceremonia del Corazón que se iba a
celebrar al día siguiente en Chichén Itzá, una ceremonia que hace mucho tiempo predijo
el pueblo maya y su calendario: un grupo de ancianos indígenas junto con personas de
todos los rincones de la Tierra rezando como Uno Solo para que el mundo encontrara la
paz.
El cumplimiento de una antigua profecía
Los sonidos de los pájaros tropicales atravesaban las contraventanas de madera cuando
desperté de un bello sueño a otro que por el momento parecía lejano. Entonces recordé.
Aquél era el día que llevaba dos años y medio esperando. Hunbatz Men me había enviado
un correo electrónico hacía mucho invitándome a una ceremonia predicha por el
calendario maya. Y ese día había llegado.
Salté de la cama, me vestí y corrí escaleras abajo, sabiendo que teníamos un horario muy
apretado y que era importante no llegar tarde ni cometer errores. Eran demasiadas las
personas que esperaban aquel momento con ansiedad. Yo pensaba que si nuestro grupo se
retrasaba, tendrían que empezar sin nosotros.
En el vestíbulo había sesenta personas, vestidas de blanco impoluto, tal y como había
pedido Hunbatz. Sus sonrisas y su exuberante energía lo decían todo. Estábamos
preparados para todo lo que la vida nos ofreciera y dispuestos a dar desde nuestros
corazones y nuestras plegarias. Después de las grutas de Balancanché, nuestros
corazones estaban abiertos de par en par y nuestro grupo constituía Un Solo Corazón. La
vida estaba lista para desplegar otro capítulo de su misterio. ¿Quién sabía lo que estaba
a punto de suceder? Desde luego, yo no.
Nos colocamos de dos en dos para entrar por la puerta y caminamos así hacia el complejo
de Chichén Itzá, avanzando entre los árboles tropicales hasta que llegamos a la base de
la Pirámide del Castillo, en su lado oriental. El Sol brillaba con fuerza., por lo que nos
colocamos bajo los árboles buscando su sombra.
Estaba previsto que Hunbatz llegara con su séquito de más de doscientos cincuenta
ancianos y chamanes indígenas alrededor de las diez de la mañana, por lo que nos
reunimos en pequeños grupitos en los terrenos de la pirámide, charlando entre nosotros y
esperando.
Y esperamos, y esperamos. También el grupo europeo estaba con nosotros y unas cuantas
personas empezaron a aprender canciones de otras de diferentes países. Estuvieron un
rato cantando y luego lo dejaron. Y seguíamos esperando. ¿Dónde estaban los ancianos?
Nadie lo sabía.
Ya avanzada la mañana, se me acercaron el sacerdote y la sacerdotisa del templo de
Uxmal para presentarse. Llevaban los atuendos ceremoniales completos, bellos y llenos de
energía. Sus sonrisas relajadas y su actitud de estar a gusto dejaban ver su gran Luz
espiritual interior. Nos dieron las gracias por estar allí y por tomar parte en las
ceremonias. En nombre del grupo les presenté nuestro amor y respeto, y ofrecí toda la
ayuda que pudiéramos aportar.
Poco después otro hombre, un sacerdote inca de Perú, también vestido con el traje
ceremonial completo, llegó y comenzó a hablar con un grupo que estaba cerca de nosotros
bajo un gran árbol. Su energía era robusta. Estaba allí, al parecer, para inspirar a las
personas para la gran ceremonia que estaba a punto de tener lugar. ¿Pero dónde estaba
Hunbatz Men? No había señales de él. Ya era casi mediodía y el Sol estaba alto.
Finalmente nos llegaron noticias de que Hunbatz y los ancianos se habían retrasado. La
policía había cortado las carreteras a cuatro kilómetros del templo y los ancianos tenían
que llegar caminando.
Esperamos un poco más, pero entonces nos enteramos de otro problema. Al parecer, el
emplazamiento ceremonial había sido trasladado a una zona detrás de la Pirámide del
Castillo, entre los árboles. Y a pesar de la ausencia de Hunbatz Men y de los ancianos,
estaba a punto de comenzar.
Yo no sabía lo que le había pasado a Hunbatz, pero mi guía interior me indicó claramente
que continuara con aquella nueva ceremonia.
Nuestro círculo del arco iris
Nuestro grupo caminó una pequeña distancia y salió a un gran claro en la selva, donde la
energía se sentía perfecta para lo que íbamos a hacer. Estábamos con el grupo de
Carolina Hehenkamp y se nos unieron más personas cuando formamos un gran círculo. Un
círculo compuesto por gentes de todos los colores y razas.
El sacerdote y la sacerdotisa de Uxmal que iban a dirigir la ceremonia extendieron unas
telas especiales sobre el suelo para formar un altar. Sobre ellas se colocaron muchos
cristales y objetos ceremoniales. Y finalmente, primero una, luego dos y hasta trece
calaveras mayas de cristal se dispusieron sobre el altar en apretado círculo. Sobre ellas
se colocó un tejido maya, escondiéndolas de la vista, pues no había llegado todavía el
momento de su ceremonia «especial». Me dio la sensación de que las calaveras estaban
cantando y una vez más me encontré entrando en meditación con ellas.
Ante mi sorpresa, la sacerdotisa, que claramente parecía ser la que dirigía la ceremonia,
me pidió que entrara en el círculo interior.
Me preguntó si había alguien más en mi grupo que perteneciera allí, y yo pronuncié el
nombre de Lionfire. En realidad, aquel mundo maya parecía ser mucho más suyo que mío.
Se invitó a unos quince ancianos e indígenas a que se unieran al círculo interior. Algunos
eran mexicanos, otros estadounidenses, pero la mayoría, incluyendo al sacerdote inca,
pertenecían a culturas indígenas. Recuerdo especialmente a un grupo de tres chamanes
incas de Sudamérica; eran tan bellos que yo pude percibir la pureza de la Madre Tierra
saliendo de sus corazones en ondas de pura alegría.
La sacerdotisa maya prendió hierbas ceremoniales e incienso en un pequeño caldero maya
antiguo, y su olor acre inundó el aire. Luego elevó los brazos mientras su compañero hacía
sonar la concha y abría la ceremonia con oraciones a las cuatro direcciones.
Para mantener la ceremonia en sí misma oculta, la sacerdotisa y el sacerdote oraban en
lengua maya. Sus plegarias se elevaron, engarzadas con el humo procedente del caldero.
A continuación, cada uno de los integrantes del círculo interior hablamos y rezamos por
turnos, pidiendo desde nuestros corazones por lo que éstos deseaban con más fuerza: la
sanacion de la Tierra y de sus gentes.
Había belleza, fuerza y precisión en aquello que estábamos haciendo. Parecía que la
ceremonia había sido planeada hacía muchísimo tiempo. Todo parecía desarrollarse como
si estuviera cuidadosamente ensayado.
Pero había algo más, un aspecto del que no me di cuenta por lo muy metido que estaba en
la ceremonia. Era algo relacionado con las personas del círculo exterior.
Mientras los que dirigíamos la ceremonia murmurábamos, cada uno en su idioma, las
palabras que deseábamos enviar al Espíritu, nuestros mensajes estaban siendo traducidos
a varios idiomas. Uno tras otro, los sentimientos y las oraciones ceremoniales flotaban
sobre el enorme claro en maya, español, inglés, alemán, ruso, francés..., llevados por el
viento a aquel increíble grupo de individuos que habían acudido desde todas las partes del
mundo para ayudar a la humanidad a convertirse en Uno Solo. Más tarde, una mujer me
dijo:
—Durante toda la ceremonia sentí que la Torre de Babel se iba derrumbando despacito.
Supe que nuestro mundo nunca volvería a ser el mismo.
Puede que, al unirnos de aquel modo a los mayas en aquella antigua ceremonia,
estuviéramos simbólicamente acabando con las divisiones entre países, culturas y razas.
Con el tiempo, esto se hará realidad.
Cuando las últimas volutas de humo se elevaron sobre la multitud y la ceremonia terminó,
nos abalanzamos unos hacia otros como viejos amigos de tribus hace mucho tiempo
perdidas, abrazándonos y compartiendo no sólo amor, sino también números de teléfono y
direcciones, formas de comunicarnos para mantener unida aquella energía que todos
sentíamos. Éramos un arco iris de Un Solo Espíritu.
Hunbatz Men y los ancianos
Cuando me dirigía de vuelta a la pirámide se me acercó una persona corriendo para
decirme lo que les había sucedido a Hunbatz Men y a los ancianos. Después de la belleza
de lo que acababa de acontecer, aquello parecía casi una pesadilla.
Al final habían conseguido llegar a Chichén Itzá y se prepararon para celebrar la
ceremonia en el sitio inicialmente dispuesto para ello. Colocaron un caldero con hierbas e
incienso sobre el suelo. Y cuando los ancianos estuvieron listos, comenzaron la ceremonia
prendiendo el incienso del caldero.
En ese momento entró la policía corriendo con un extintor y apagó el fuego.
Los ancianos se enfurecieron y comenzaron a discutir con la policía. Hunbatz, sin
embargo, permaneció en silencio, pues había estado esperando aquello e incluso lo había
avisado.
Al final, la policía desbarató la ceremonia e incluso arrestó a ocho de los ancianos
sudamericanos. Con lo cual, antes incluso de que empezara, la ceremonia había terminado.
Hunbatz me lo contó más tarde cuando vino a unirse a nuestro grupo. En aquel momento
nosotros ya estábamos profundamente inmersos en la oración en nuestra propia
ceremonia y, según sus creencias, en esas circunstancias no podía reunirse con nosotros.
En vez de eso, dio dos vueltas alrededor de nuestro círculo de oraciones mientras nos
bendecía.
Me dijo que si nosotros no hubiéramos estado allí, procedentes de todos aquellos países,
y si no hubiéramos llevado a cabo nuestra propia ceremonia conducidos por los dos
sacerdotes mayas, el calendario maya no se habría cumplido. Nos dio las gracias con
lágrimas en los ojos.
Miramos cada uno en el corazón del otro y estuvimos agradecidos, sabiendo que el Gran
Espíritu trabaja en formas que no siempre resultan comprensibles.
La llegada de la serpiente
Cuando concluyó la ceremonia, nuestro pequeño grupo internacional de almas quedó en
libertad para unirse a la enorme muchedumbre que se había reunido para contemplar el
descenso de la «serpiente» por la Pirámide del Castillo, tal y como Ken y yo habíamos
hecho mucho tiempo atrás, en 1985.
En esta ocasión, 21 de marzo de 2003, se estimó que había allí más de ochenta mil
personas, tantas que ni siquiera se podía caminar por la enorme pradera cubierta de
hierba frente a las escaleras por las que la serpiente debía realizar su portentoso
descenso.
Pero, vaya por Dios, el cielo se había cubierto de nubes. Y por la tarde estuvo gris. No
había sol que pudiera dar sombra. Ochenta mil personas, gentes de todo México,
Sudamérica y el mundo, estaban .sentadas o de pie, con sus comidas y sus familias,
esperando una sombra que quizá no apareciera nunca.
Y de repente, ya bastante avanzada la tarde, las nubes se abrieron y el Sol se abrió
camino, resplandeciente de gloria, para iluminar la pirámide, proyectando su sombra
sobre el lateral de los escalones de la pirámide. La multitud, llena de excitación, lanzó un
grito de alegría pura y se quedó silenciosa observando el místico movimiento de la sombra
de la «serpiente».
La contemplación de la vasta y embelesada multitud me recordó a Lis de los conciertos
de rock de los años sesenta. Pero era como si los Antiguos y los Muertos Agradecidos
hubieran intercambiado sus puestos. En lugar de estar escuchando a una banda
carismática cuya excitante música estallara sobre el escenario, estábamos todos
cautivados, todos y cada uno de nosotros, por una sombra lenta y silenciosa que se
deslizaba centímetro a centímetro por el lateral de una pirámide mítica, en renovada
afirmación de la Espiral Sagrada de Vida.
Los dos cenotes
Cuando terminó el descenso de la «serpiente», y mientras me alejaba de allí, recordé
parte de una conversación que había mantenido con Hunbatz Men en la que, de forma
inesperada, me habló de los dos cenotes de Chichén Itzá y de cómo estaban conectados.
Me contó que un río subterráneo los unía y que la Pirámide del Castillo había sido
construida a propósito sobre él. Era aquel flujo de agua subterránea lo que cargaba la
pirámide de energía. Ken y yo no sabíamos nada del segundo cenote cuando estuvimos allí.
Hunbatz Men me miró a los ojos, y dijo:
—Drunvalo, también el otro cenote debe ser «recargado» con un cristal. Eso conectaría
las energías de ambos.
Así que, al abandonar la ceremonia de la bajada de la «serpiente» por la pirámide, me
encaminé hacia el segundo cenote para cumplimentar la solicitud de Hunbatz.
La culminación de los cristales
Unos cuantos miembros del grupo me siguieron, probablemente pensando que deseaban
ver lo que yo iba a hacer. Para mí, por supuesto, cualquiera que estuviera allí era porque
allí debía estar. No existen los accidentes ni los errores.
En unos pocos minutos encontré el segundo cenote y observé que éramos exactamente
catorce personas, incluyéndome a mí. Les expliqué lo que habíamos hecho Ken y yo en el
otro cenote en 1985 y la solicitud de Hunbatz Men, y fue como si todo el mundo hubiera
acudido a la escuela psíquica. Todos parecían saber exactamente lo que debían hacer.
Nos cogimos de las manos y pasamos el cristal para que cada persona pudiera rezar en él.
Oraban para que el pueblo maya y la Madre Tierra pudieran sanar de nuevo. Después, la
última persona arrojó el cristal a las aguas profundas y misteriosas.
Pude sentir cómo se realizaba la conexión. Sentí que brotaba una energía. Y en mi visión
interior pude contemplar cómo se interconectaban los dos cenotes y cómo la Pirámide del
Castillo se iluminaba con una forma de energía nueva/antigua. En aquel momento
comprendí la importancia de lo que Thoth y Hunbatz Men estaban intentando
comunicarme. Por vez primera tenía sensación de culminación.
La llamada del Sol
De vuelta en el hotel, encontré una nota que me había dejado Hunbatz Men en la que
decía que le gustaría hablar con mi grupo. Nos había prometido que estaría con nosotros y
eso todavía no había sucedido..., todavía no. Aunque en aquel momento él estaba
enormemente ocupado, deseaba cumplir su promesa.
Nos reunimos todos en semicírculo junto a la piscina del hotel y esperamos a Hunbatz. Ya
había oscurecido. Brillaban las estrellas y el hotel ponía a nuestro alrededor un ambiente
de suave luminosidad.
Hunbatz llegó y nos explicó lo que había sucedido aquel día. Se disculpó ante nosotros y
nos dio las gracias por llevar a cabo la ceremonia. Sin nuestra participación, nos dijo, el
«trabajo» no habría sido terminado. Nos dijo que todos éramos maestros del nuevo
mundo y nos habló de nuestras responsabilidades en aquella tarea.
Y a continuación nos enseñó un cántico sagrado a Kin, el dios maya del sol. Y como muchos
de los miembros del grupo ya estaban «recordando» su herencia maya del pasado,
entonar este cántico despertó un increíble sentimiento de estar en dos lugares al mismo
tiempo: el antiquísimo pasado y el hoy.
Nuestro día en Chichén Itzá había terminado con todos juntos bajo las estrellas,
cantando y recordando nuestras antiguas conexiones.
Estábamos tan repletos de emoción y de sensación de misterio que parecía que no
podríamos ser capaces de absorber nada más.
Si hubiéramos sabido todo lo que nos aguardaba, nos habría costado creerlo. En verdad,
lo cierto era que acabábamos de empezar.
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