jueves, 18 de marzo de 2010

CAPÍTULO DIECISÉIS

KOHUNLICH Y EL TERCER OJO LA INTEGRACIÓN DEL HOMBRE Y LA MUJER

Cuando el grupo llegó a Kohunlich, los recuerdos que tenía de mi anterior viaje con Ken

estaban vivos en mi mente. Las preguntas se atropellaban. ¿Estaría igual? ¿Estarían allí

todavía la escalera y el agujero triangular? Aún no había relatado al grupo lo sucedido

entonces.

Comenzamos caminando hasta la pirámide principal, la que tenía los enormes rostros

humanos sobre sus paredes. En aquel momento estábamos sólo haciendo turismo,

explorando y sintiendo las energías de aquel lugar sagrado. Entonces les conté a todos la

historia del extraño agujero y el árbol con el otro agujerito pequeño delante. Finalmente,

nos pusimos a buscar la escalera de mármol.

Pero Kohunlich había cambiado. Yo había esperado encontrar la pirámide en la que había

colocado el cristal con Ken años atrás y rememorar aquellos recuerdos, pero no iba a ser

así.

Ahora el lugar estaba surcado de caminos, que se extendían muchos kilómetros a la

redonda, con mapas en diversos sitios. Seguimos los caminos durante un rato, yendo en

una dirección, volviendo y probando otro nuevo, pero no éramos capaces de encontrar la

pirámide especial ni el agujerito frente a ella en el que yo había depositado el cristal

hacía ya tantos años.

Finalmente llegamos a una ancha y antigua escalera de piedra construida sobre una colina

bastante empinada. No se parecía en nada a la de mármol que Ken y yo habíamos

encontrado, pero el lugar me llamaba. Todos nos sentimos empujados hacia lo que pudiera

haber en su parte superior.

Cuando llegamos arriba, pude comprobar que en lugar de tratarse de una pirámide o de

un edificio sagrado, aquella zona había sido en realidad una residencia de los antiguos

mayas. Había diminutas habitaciones por todas partes, organizadas de una forma muy

bella, y patios abiertos donde las personas podían congregarse. Y parecía el lugar

perfecto para lo que habíamos ido a hacer.

Así que abandoné la idea de la pirámide y el agujero triangular y encontramos el lugar

perfecto bajo unos árboles, que nos aportaban sombra contra el sol abrasador.

Extendimos un «lienzo del sol» sobre el suelo, elegimos un punto central y nuestro altar

comenzó a formarse a medida que las personas le fueron colocando cristales y objetos

sagrados.

El grupo se reunió en círculo alrededor del altar y de nuevo cuatro personas, dos

hombres y dos mujeres, fueron elegidos para sellar las cuatro direcciones.

Tal y como había sucedido en Tulum, el sumo sacerdote maya apareció desde el interior

de la Tierra frente a mí, elevó los brazos hacia el cielo y colocó a cuatro de sus propias

gentes detrás de nuestros guardianes de las cuatro direcciones. Pero a continuación,

muchísimos mayas comenzaron a surgir del suelo, formando un círculo ligeramente mayor

que el nuestro.

Al principio sólo sus cabezas sobresalían del suelo, dibujando una espiral alrededor del

círculo. Después, lentamente, mientras seguían formando el círculo, sus cuerpos

empezaron a emerger de la Madre Tierra. Finalmente, los mayas estuvieron sobre la

superficie en nuestro mundo. Habían asignado a uno de ellos para que permaneciera con

cada uno de los integrantes de nuestro grupo durante toda la ceremonia.

Estaban vestidos con túnicas de vivos colores y plumas en el pelo, y habían dibujado

formas geométricas sobre sus rostros. Su energía era eléctrica. Pude sentir que aquella

ceremonia era algo que habían predicho hacía mucho tiempo y que poseía para ellos una

gran importancia. Estaban muy serios.

El desarrollo de la ceremonia fue muy diferente al de Tulum. Allí se habían creado

muchas pirámides de energía cubriendo una gran distancia para devolver el equilibrio a la

Tierra y traer las lluvias. En esta ocasión se creó una sola, pero inmensa. Su propósito,

según me comunicó el jefe de forma telepática, estaba relacionado con el despertar

psíquico de los mayas.

No soy capaz de comprender realmente todo lo que transpiraban aquellos antiguos mayas

durante la ceremonia. Lo que sí sé es que mi corazón se sentía cada vez más ligero.

Lionfire dice que los mayas que estuvieron en Kohunlich se llevaron con ellos, al irse, toda

la energía negativa con la que habíamos estado luchando en nuestro grupo hasta entonces

y la habían enterrado en las profundidades de la Madre Tierra. Fuera lo que fuese lo que

sucedió, lo cierto es que nos hizo a todos muy felices. Recuerdo que miré hacia arriba,

nada más terminada la ceremonia, y observé que todos y cada uno de nosotros estábamos

sonriendo y llenos de luz.

Lo que sucedió entonces fue un reflejo de lo anterior; puede que Lionfire tenga razón

acerca del efecto de limpieza. Las personas comenzaron a abrazarse unas a otras y a

jugar. Flotaba en el aire una tremenda sensación de bienestar entre todos nosotros. Al

mirar, me di cuenta de lo perfecto que era que estuviéramos haciendo aquello en las

mismas viviendas de los antiguos mayas, en sus hogares.

Pero tenía claro que, aunque los mayas habían ayudado a eliminar la energía negativa de

nuestro grupo, todavía no habíamos alcanzado la parte más profunda de nuestro cuerpo

psíquico y emocional: nuestros trastornos sexuales. Resolver aquello era algo que

debíamos hacer nosotros. Y era algo que requería un profundo perdón.

Al día siguiente, con aquella luz recién encontrada, volveríamos a acometer un difícil

trabajo interior. Ese día, sin embargo, nuestro trabajo estaba terminado. Con alegría nos

dirigimos de vuelta al autobús.

Sí, yo seguía buscando la pirámide con la escalera de mármol y el agujero triangular. Pero

de algún modo, sabía que no iba a encontrarla. Era algo que debía permanecer en secreto.

Los templos del perdón

El siguiente día de nuestro viaje a Yucatán fue único para mí. Nunca había visto los

templos a los que íbamos a ir. Aquellos templos representaban el lado oscuro de las

energías masculina y femenina. Allí debíamos realizar dos increíbles ceremonias o

procesos para eliminar para siempre de nuestro ser las polaridades masculino-femeninas,

dejándonos libres, con toda nuestra fuerza divina.

Nuestro propósito al visitar aquellos lugares estaba totalmente relacionado con el

Ahora, con el Fin de los Tiempos, como lo denominan los mayas, y con las correcciones

que debían hacerse en nuestra consciencia de la polaridad para que pudiéramos pasar a un

nivel superior de consciencia. Aquello debía completarse o no podríamos seguir avanzando.

Ese estado equilibrado no iba a durar para siempre, pues cada vez que respiramos y

actuamos creamos más karma, pero sí lo suficiente como para permitirnos terminar

nuestro trabajo. Antes de aquel viaje a las tierras mayas, no sospechábamos que ese tipo

de terapia equilibradora ceremonial fuera a formar parte de nuestra experiencia.

Sencillamente se fue desplegando ante nuestros ojos y nuestros corazones. Aquella fase

de nuestro sagrado viaje a tierras mayas parecía un patrón para la preparación que todos

estamos llevando a cabo en la Tierra. En los dos días de viaje entre Tulum y Palenque,

todo el grupo pasó por una serie cohesionada de experiencias y ceremonias que parecían

haber sido específicamente diseñadas por los mayas para acelerar nuestra salida de la

polaridad y nuestra entrada en la Unidad, tanto si queríamos como si no.

La preparación: comenzamos en Becán

Al salir aquella mañana del hotel, ninguno de los miembros del grupo, a excepción quizá

de Lionfire, sabíamos el cambio tan total que aquel día iba a suponer para las vidas de

muchos de nosotros. Había sido él quien había elegido aquellos tres templos, y él era el

único de todo el grupo que parecía tener una premonición de lo que nos iba a acontecer.

Lionfire había estado profundamente conectado con los enormes acontecimientos

energéticos relacionados con el lado oscuro de las energías masculino-femenino que le

estaban sucediendo a nuestro grupo. Él lleva en su propio ser chamánico una

manifestación energética de las energías duales, una especie de kachina, que es oscuridad

absoluta por un lado y luz total por el otro. Forma parte de su viaje en esta vida el

armonizar y equilibrar estos dos lados, y su presencia ayudó a combinar esta energía en

nuestro grupo con el lugar donde los aspectos negativos pudieran ser eliminados.

Nuestro comienzo en Becán tenía en sí mismo el espíritu de diversión y juego. Era una

perfecta preparación para las ceremonias que llevaríamos a cabo más adelante.

Becán fue la capital regional del antiguo imperio maya; fue construida alrededor del año

600 a.C., pero su momento de mayor actividad tuvo lugar entre los años 600 y 1000 d.C.

Es uno de los yacimientos arquitectónicos más importantes de Campeche.

Esta antigua ciudad está rodeada por un foso, único en la región maya. De hecho, la

palabra becan significa «garganta formada por el agua». Algunas personas creen que este

foso servía como protección en caso de guerra. En opinión de otros, representaba una

división de clases sociales: la élite construyó sus monumentales estructuras dentro de la

zona rodeada por el foso y las clases inferiores vivían en el exterior.

Un túnel en superficie, construido de piedra, une las dos plazas principales de la antigua

ciudad, y en un punto se pueden ver sorprendentes máscaras pintadas. En uno de los

altares pudimos «sentir» que había sido usado para sacrificios humanos. No sé si eso era

cierto o no, pero sí es verdad que la cultura maya fue descarriada en un momento dado

hacia estas horribles prácticas.

Para nosotros, Becán constituía el templo para la integración del hombre con la mujer, un

lugar de equilibrio. En palabras de Lionfire:

Mientras muchos de nosotros charlábamos con Drunvalo en el altar de la integración

de lo masculino con lo femenino, otros se fueron a jugar y bailar con las pirámides.

Anteriormente, en Coba, yo había explicado cómo cada pirámide es como un

instrumento musical y debe ser «tocada» de diferentes formas, dependiendo de cómo

la «bailes». Cuando nos alejamos del altar y paseamos por los patios, vi con gran

asombro que la mayor parte del grupo estaba bailando por encima, por debajo,

alrededor y sobre las pirámides.

¡Qué alegría! Aquello era exactamente lo que necesitábamos: la diversión, al niño. Ésa

era la preparación. El grupo había superado el miedo. Sobre la acrópolis de Becán

podíamos ver con claridad en la distancia los templos de Xpuhil y Chicanná, los lugares

en los que íbamos a efectuar ceremonias para honrar la unión de las energías masculina

y femenina en nuestro interior.

Xpuhil: la ceremonia de la integración masculina

Desde Becán recorrimos el corto trayecto a Xpuhil. Allí fuimos caminando deprisa por un

sendero rocoso a través de un bosque hasta que llegamos a un lugar cubierto de hierba,

junto al templo de las tres torres, donde íbamos a llevar a cabo nuestra ceremonia.

Xpuhil significa el «lugar de los juncos cola de gato». Sus asombrosas torres

representan a Itzamna, el Dios Creador y primer chamán, como una serpiente celestial. El

edificio principal de Xpuhil tiene doce habitaciones y plataformas, con tres enormes

torres que se elevan hacia el cielo. En el centro hay un hueco rodeado por la cabeza de

una serpiente. Este complejo integra energías masculinas bajas, medias y altas, centradas

en el sexo cósmico y en el amor.

Tanto la ceremonia de integración de la energía masculina que íbamos a llevar a cabo en

aquel templo como la ceremonia de integración de la energía femenina que debíamos

celebrar más tarde eran algo que yo no había experimentado jamás. No sabía cómo iban a

funcionar ni lo que iba a suceder. Sencillamente me estaba permitiendo a mí mismo sentir

lo que debía hacer y así lo dije, sin ideas preconcebidas.

En primer lugar, encontré un punto en un prado frente al templo de Xpuhil y luego pedí a

todos los hombres que se reunieran en grupo y se sentaran sobre la hierba, mientras las

mujeres formaban de pie un círculo alrededor de ellos. Las mujeres se cogieron de las

manos y establecieron la energía del grupo.

Entonces me sentí guiado para construir formas de geometría sagrada alrededor de los

hombres, concretamente el octaedro platónico con luz dorada; la punta estaba conectada

con el Padre Cielo, la mitad inferior completamente introducida en la Madre Tierra y la

punta inferior conectada energéticamente con la propia Madre Tierra. Yo sentía que

aquellas formas adquirían vida con prana, la energía de la fuerza de la vida.

Pedí a los hombres que liberaran toda la parte negativa de su energía masculina hacia

esos dos polos y que visualizaran aquella energía abandonando sus cuerpos mentales,

emocionales y físicos, y fluyendo como agua por aquellas dos puntas. Las energías

mentales debían subir y ser liberadas hacia el Padre Cielo. Las energías más físicas y

emocionales bajarían hasta las profundidades de la Madre Tierra.

Y para que lo sepas, esta energía negativa no constituye ningún problema para nuestra

Madre y nuestro Padre Divinos. Sencillamente la reequilibran y la vuelven a usar para la

Vida.

Me quedé en silencio y dejé que empezara.

Aquel día hacía mucho calor en Xpuhil y estábamos al sol. Antes de la ceremonia éramos

muy conscientes de la temperatura, y después de ella volvió a asaltarnos con su presencia

casi tangible. Pero mientras la ceremonia estaba teniendo lugar, no creo que ni uno solo

de los miembros de nuestro grupo se diera cuenta de nada que no fueran las energías

espirituales que estábamos moviendo y cambiando.

Todos podíamos sentir lo que estaba ocurriendo mientras los hombres soltaban los

aspectos masculinos negativos de toda nuestra historia, representados en sus propios

cuerpos y campos de energía aquí y ahora.

El principio fue lento, pero a medida que los hombres fueron dándose cuenta de lo que

les estaba ocurriendo, la liberación fue haciéndose más fácil y rápida.

Yo puedo ver esos tipos de energías en movimiento, y lo que contemplé resultó al mismo

tiempo precioso y escalofriante. De los hombres salían en espiral dibujos de energía

fundamentalmente rojos, negros y de un color verde amarillento, pero en realidad todo

estaba sucediendo al mismo tiempo.

Pude ver reflejado en sus rostros el dolor que les producía desprenderse de algo a lo que

llevaban aferrándose miles de años, una vida tras otra; una energía que había estado

afectando seriamente a sus propias relaciones con sus mujeres, con sus hijas y con sus

amigas en aspectos que no eran capaces de controlar, todo antiguo y más allá de su

pensamiento consciente.

Todas las violaciones, y los asesinatos, y la violencia, y el dolor que el hombre colectivo

ha infligido a mujeres y niños inocentes fueron revelados y trasladados a los corazones

de nuestros Padres Divinos, que con su divina compasión estaban sanando las almas de

aquellos hombres.

En un momento dado se produjo un cambio. Casi pudimos escuchar una especie de suspiro

colectivo brotando del grupo al unísono. Y muy poco después todo quedó hecho.

Me gustaría decir que aquél fue el grupo de hombres más fuerte de todos aquellos con

los que he estado. Había una proporción de hombres mayor de lo habitual, y ellos mismos

eran extremadamente poderosos, pues muchos eran chamanes de alto nivel y sanadores

por derecho propio.

Debido a su nivel espiritual, aquellos increíbles hombres estaban extremadamente

abiertos. No sólo tenían la intuición, sino también la capacidad de hacer lo que yo les

pedía. Cuando dije: «Hemos terminado», la mayoría de ellos, sentados en el centro del

círculo de las mujeres, estaban llorando.

Pedí a las mujeres que abrazaran a los hombres, y aquellos abrazos duraron mucho

tiempo. Los hombres iban de una mujer a otra, con lágrimas en los ojos, abrazando. Dando

silenciosamente las gracias a la Mujer por el amor que ella sigue manteniendo, a pesar del

abismo que ha existido entre los sexos a lo largo de tantos milenios. Pidiendo perdón en

silencio. Permitiéndose a sí mismos sentirse vulnerables. Permitiéndose a sí mismos ser

alimentados. Abandonando el núcleo de rigidez y soledad que ha constituido la carga

masculina a lo largo de los siglos.

Todos hablamos del sentimiento que aquella liberación había producido no sólo en

nosotros, sino también en toda la Tierra. De una forma u otra habíamos creado un camino

para que los demás lo pudieran seguir, en un proceso que iba a continuar creciendo

durante los siguientes días, meses y años hasta que la integración estuviera realmente

completa para toda la humanidad.

De vuelta al autobús, todos estábamos muy callados. Nadie podría haber predicho lo

poderosa que iba a ser aquella ceremonia de integración. Y todo el mundo pareció saber

que llegar a aquella experiencia había sido una de las principales misiones de esta vida.

Cada uno de nosotros pertenecíamos allí. Todos éramos únicos y preciosos y necesarios

para el conjunto.

En esta atmósfera de silenciosa Unidad, nos dirigimos hasta los templos de Chicanná, sin

sospechar ni por lo más remoto la explosión que nos aguardaba.

Chicanná: la ceremonia de la integración femenina

Teníamos el tiempo muy ajustado, pues debíamos llegar a Palenque aquella misma noche.

Sintiendo todavía la emoción de la ceremonia de Xpuhil, caminamos por los senderos

rocosos y cubiertos de hojas de Chicanná en busca de un lugar donde celebrar nuestra

siguiente ceremonia. Hacía aún más calor, así que buscamos una sombra.

Lionfire nos contó que Chicanná era muy diferente a los demás yacimientos mayas, pues

su estilo arquitectónico era elaborado, barroco. Como pudimos observar, los edificios son

pequeños, con puertas en las que aparece la boca de Itzamná, pero esta vez con la forma

de un monstruo de la Tierra cuyas fauces abiertas representan la entrada a Xibalbá, el

inframundo maya.

Se dice que a menudo los iniciados sienten aquí los cambios dimensionales y la sensación

de estar caminando entre las estrellas. Es un lugar de intensa magia oscura femenina.

Chicanná equilibra e integra las energías femeninas y masculinas en las mujeres. Aquí era

donde íbamos a celebrar la ceremonia de integración de la energía femenina.

Llegamos a una pequeña pirámide con un patio frente a ella y una pared de piedra baja,

semicircular, cerca del límite del bosque. De ahí que los árboles le dieran sombra.

Pedí a las mujeres que se congregaran en una zona a lo largo de la pared y frente a ella, y

que se sentaran cómodamente formando un semicírculo. A continuación, indiqué a los

hombres que se colocaran de pie frente a las mujeres en línea recta, de un extremo de la

pared al otro. Habíamos formado un cuenco largo, poco profundo y con tapadera, con las

mujeres en su interior y los hombres representando la tapadera.

Los hombres se cogieron de las manos y sellamos la energía del espacio. Yo construí los

mismos octaedros platónicos de geometría sagrada, pero esta vez con una suave luz rosa

alrededor de las mujeres para que ellas también pudieran liberar sus energías hacia

arriba, hacia el Padre Cielo, y hacia abajo, al corazón de la Madre Tierra.

Y entonces comencé a hablar. No sabía lo que iba a decir. Al principio mis indicaciones

para las mujeres fueron muy similares a las que había dado a los hombres. Y entonces se

me ocurrió pedir a las mujeres que emplearan esta oportunidad para liberarse de todas

las cosas innombrables que se les han hecho a las mujeres a lo largo de siglos de

civilización, que la aprovecharan para liberarse y perdonar. Cuando pronuncié estas

palabras, muchas mujeres me miraron boquiabiertas. Algo cambió en nuestro campo de

energía, como si se hubiera abierto una especie de grieta en el cuenco humano que

habíamos formado. A continuación, me quedé en silencio y dejé que el proceso comenzara.

Lo que sucedió fue bastante diferente de lo que había pasado con los hombres. Las

mujeres estaban intentando permitirse a sí mismas entrar en contacto con el dolor y el

horror que nunca antes habían sido capaces de afrontar o sentir. Una a una fueron

entrando en la realidad de lo que la vida había sido para ellas en las épocas en las que

habían sido tratadas como objetos o aún peor. Mucho peor.

Las mujeres necesitaban ayuda para continuar. Intervine y pedí a los hombres que se

acercaran a ellas, que les acariciaran la cara, las miraran a los ojos y les ofrecieran la

ternura, el amor y la comprensión que necesitaban en aquel momento. Me uní a los

hombres y fuimos de una mujer a otra, consolándolas, ayudándolas a atravesar los

enormes asaltos de dolor y pesar emocionales que estaban experimentando e intentando

liberar.

Aquello duró mucho tiempo. Las mujeres chillaban, sollozaban, con un pesar profundo que

les partía el alma y al que nunca antes habían sido capaces de enfrentarse. Y los hombres

las sostenían, las consolaban, las amaban. Un par de mujeres se colocaron en posición

fetal y fueron sostenidas y consoladas con increíble ternura, como si fueran niñas

pequeñas.

Una mujer me contó más tarde que había pasado los primeros diez minutos del proceso

con ganas de vomitar. Según me confió, aquello era una experiencia nueva para ella. Nunca

había sido capaz de comprender por qué los personajes de los libros hablaban acerca de

sensaciones nauseabundas a la vista de profanaciones del cuerpo humano, pero que en

aquel momento se dio cuenta de que su falta de comprensión había sido debida a que ella

nunca había sido capaz de «ir allí» con anterioridad.

En aquel día, y con el admirable apoyo de los demás (las mujeres, que habían tenido el

valor de entrar en contacto las primeras con sus verdaderos sentimientos, y los hombres

del grupo, que acababan de adquirir su propia fortaleza), por fin se había permitido a sí

misma afrontar y experimentar unos sentimientos que había apartado a un lado una vida

tras otra. Cuando por fin se efectuó el pleno contacto emocional, sintió que se doblaba,

sobrecogida. Y entonces, con el consuelo que recibió de los hombres, el dolor fue

eliminado y se sintió completa; por primera vez en miles de años.

En conclusión

En silencio y con los ojos enrojecidos por el llanto, emocional-mente exhaustos, nos

encaminamos hacia nuestro querido autobús y pusimos rumbo hacia el suroeste, a

Palenque y la ceremonia final que iba a celebrar nuestro grupo por la espiral de templos

que Thoth me había entregado.

Tengo la sensación de que la integración que realizamos aquel día todavía está teniendo

lugar. Siento que continúa nuestra aquiescencia a la plena experiencia de las energías

masculinas y femeninas, la liberación de toda la ira, el miedo y el odio. Pero en verdad

creo que aquel día en Campeche creamos un sendero para que los demás pudieran

seguirlo, un camino que conduce a una nueva forma de ser para los hombres y las mujeres

sobre la Madre Tierra.

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