jueves, 18 de marzo de 2010

CAPÍTULO TRECE

VIAJE A LA TIERRA MAYA

Una vez más, los ángeles empezaron a hablarme de la necesidad de realizar un viaje a la

tierra de los mayas, pues al igual que los anasazis, aquella antigua cultura había cometido

también un enorme error en el pasado. Se trataba de un error que, si no era corregido,

frustraría la ascensión del mundo e impediría a la mujer hacerse cargo de la

responsabilidad que debe ejercer durante los próximos trece mil años. En pocas palabras,

otro problema de la red.

Había pasado casi un año desde que celebramos las ceremonias en las tierras de los

anasazis, y yo no tenía ninguna prisa por volver a correr por el mundo otra vez. Uno de

mis mayores problemas es que soy vago. Por eso los queridos ángeles tuvieron que

pincharme para que me embarcara en un viaje que yo sabía que iba a suponer un gran

trabajo. Soy realmente tonto. He recorrido una distancia enorme para estar aquí, en la

Tierra, y llevar a cabo este trabajo, y lo único que quiero hacer es dedicarme a vivir y a

jugar.

El viaje a las Cuatro Esquinas había sido impresionante. Habíamos participado en la

conexión íntima entre los antiguos anasazis, la Madre Tierra y nuestro pequeño grupo de

almas valientes que respiraban como Un Solo Espíritu. Y ahora se me pedía que siguiera

Avanzando por el mundo indígena y que profundizara en la oscuridad del pasado.

Yo había observado que Lionfire, el chamán de Hovenweep (Colorado), poseía un

conocimiento enciclopédico de los anasazis, pero también me había percatado de lo mucho

que sabía acerca de los mayas. Por eso, antes incluso de empezar el viaje, le pedí que

viniera conmigo como experto en historia maya. Afortunadamente, accedió.

El momento y el propósito de nuestra entrada en la tierra de los mayas.

El momento de nuestro viaje a Yucatán coincidió con una invitación que nos hizo el

chamán maya Hunbatz Men para que participáramos en las ceremonias del equinoccio, en

Chichén Itzá, el 20 de marzo de 2003.

Hunbatz, el Consejo de Ancianos Mayas y unos doscientos cincuenta ancianos más

procedentes de América del Norte, Central y del Sur iban a llevar a cabo una ceremonia

por la paz mundial, uniendo sus poderes espirituales en favor de la sanación del mundo.

Nuestro grupo debía apoyar este esfuerzo efectuando una ceremonia en un círculo

exterior alrededor del núcleo interior de chamanes y ancianos indígenas. Se nos uniría un

grupo europeo dirigido por Carolina Hehenkamp, que también había participado en el

viaje de los anasazis.

Después de la ceremonia en Chichén Itzá habíamos planeado realizar un recorrido en

espiral para cumplir el propósito de nuestro grupo de ir a la tierra de los mayas. Y de

forma muy parecida a como lo habíamos hecho en la tierra de los anasazis, queríamos

ayudar a los antiguos mayas, que también estaban atrapados en el interior de la Tierra,

para que quedaran libres.

En aquel momento no sabíamos (y de hecho no lo supimos hasta que se desplegó ante

nuestros ojos) que el viaje tenía otro gran propósito, un propósito que aún hoy día sigue

desvelándose.

La sanación del mundo maya interior y del mundo maya exterior.

Tal y como había sucedido en las Cuatro Esquinas, la sanación de la tierra maya

significaría restaurar el equilibrio de la naturaleza entre el Mundo Interior y el Mundo

Exterior de los mayas. Al hacerlo, los Mundos Interiores podrían empezar a moverse con

nosotros, el Mundo Exterior, en armonía; o por decirlo mejor, nosotros nos moveríamos

en armonía con ellos.

Y esto debía llevarse a término muy pronto, pues —si creemos la versión actual— el

calendario maya termina en 2012, algo menos de nueve cortos años después de nuestro

viaje de 2003. En la tradición de los mayas, el periodo en el que nos encontramos ahora

dará paso a un momento de la historia denominado el Fin de los Tiempos, que ellos

entienden como el final de un largísimo ciclo y el comienzo de otro nuevo.

Por este motivo, nuestra tarea debía consistir en abrir los canales para que los mayas del

interior de la Tierra pudieran conectarse con los de la superficie para preparar la

ascensión final. Al hacerlo, la Red de Conciencia de Unidad se focalizaría mejor y la

energía de la Serpiente de Luz, allá en las alturas de los Andes chilenos, se haría más

brillante y más potente.

Y una vez más, tal y como ocurría en la región de las Cuatro Esquinas el verano anterior,

Yucatán y las zonas limítrofes estaban padeciendo una terrible sequía. Con lo cual, otra

parte de nuestro trabajo sería llevar a cabo las ceremonias que debían traer las lluvias, el

símbolo físico del equilibrio que estábamos buscando.

¿Por qué querría aquella antigua cultura que un grupo internacional de personas les

hiciera este tipo de servicio? ¿Habían ellos olvidado cómo hacerlo? ¿Habían, por alguna

razón, perdido el poder espiritual para hacerlo por sí mismos? La verdad es que no lo sé.

Todavía me sigue resultando extraño que encargaran una tarea tan personal a alguien de

otra cultura. Sin embargo, me recuerda el tiempo en que los taos pueblo de Nuevo México

me pidieron que enterrara a sus muertos. Ellos creían que sería mejor para ellos si otra

cultura realizara aquel trabajo.

Quizá los mayas precisaban una fuerza exterior para abrir los canales de energía. O

puede que, como muchos de nosotros, estuviesen abrumados por las circunstancias y

necesitasen ayuda.

Fuera cual fuese la razón, los mayas nos habían invitado, tanto los vivos como los

antiguos, a ir a México y efectuar aquellas ceremonias con ellos y por ellos. No podíamos

negarnos.

El encuentro en Mérida

En cuanto pisé suelo mexicano, mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Pude percibir

claramente que existía una conexión entre este viaje y el de los anasazis. Era la misma

energía, como si ya hubiera sido soñado. En mi interior sentí que este nuevo periplo por

los templos mayas de los chakras iba probablemente a cambiarme la vida; sin embargo, no

sabía cómo iba a ser. Quién sino Dios, y quizá los Antiguos, podía conocer lo que estaba a

punto de acontecer. Yo estaba claramente entrando en lo desconocido.

Cuando llegué a la ciudad circular de Mérida fui llevado al hotel Los Aluxes (que significa

«Las Gentes Pequeñas»), donde me encontré con Lionfire y Carolina, que ya habían

llegado. A lo largo de las siguientes veinticuatro horas se fue reuniendo poco a poco

nuestro grupo vagabundo de sesenta almas procedentes de todas las partes del mundo.

Una bienvenida maya

Para nuestro primer encuentro, Lionfire nos había organizado una tarde especial con sus

amigos mayas.

Nos reunimos en una pequeña habitación del hotel donde una anciana maya, una hermosa

abuela, se colocó frente a nosotros y, en lengua maya, nos otorgó su permiso para

participar en las ceremonias y visitar lugares que en el pasado habían estado reservados

exclusivamente para los sacerdotes mayas. Nos sentimos increíblemente honrados por

sus palabras y se derramaron muchas lágrimas.

A continuación, un grupo musical maya llamado Wayak nos deleitó con su música

evocadora. Sus gritos guturales y los instrumentos nativos parecían los sonidos de un

antiguo pasado. Eran diferentes a todo lo que habíamos escuchado con anterioridad. El

encanto de aquella tarde fue el comienzo perfecto de una peregrinación de ceremonias

que esperábamos que devolvieran la salud y el equilibrio al pueblo maya y a sus tierras,

ayudándoles a prepararse para las inmensamente importantes ceremonias del futuro,

unas ceremonias de las que algún día dependerá el mundo entero para su propia

supervivencia.

Sentado en aquel círculo, me di cuenta de que nos íbamos a mover por la misma espiral de

templos que Ken y yo habíamos recorrido casi veinte años atrás, aunque también iba a

haber algunos nuevos. Me sentí veterano y niño al mismo tiempo. Casi no podía esperar.

Los templos de Uxmal

Cuando llegamos a Uxmal, nuestro grupo internacional estaba empezando a recordar que

debían respirar como Un Solo Corazón. Se reunieron a mí alrededor mientras les contaba

la historia del gigantesco péndulo de Ken y los asombrosos acontecimientos de 1985.

Luego fuimos a la Gran Pirámide, donde comprobé que el árbol que había sellado el cristal

de obsidiana seguía allí. Era mucho mayor que la última vez que lo vi, en 1995, cuando

estuve en Chichén Itzá con Hunbatz Men para celebrar la ceremonia del equinoccio de

primavera de aquel año. Era el único árbol en aquel espacio cubierto de hierba y estaba

perfectamente alineado con el centro de la pirámide y el borde del edificio adyacente.


Nos encaminamos hasta la cumbre de la Gran Pirámide, una subida empinada y una altura

de vértigo para algunos de los integrantes de nuestro grupo que no habían hecho nada

parecido con anterioridad. Desde arriba podíamos contemplar toda la zona de Uxmal,

inmensa, con sus pirámides y templos que se extienden a lo largo de kilómetros de selva.

Resultaba fácil imaginar cómo, en tiempos pasados, el lugar había constituido un gran

centro para el pueblo maya.

La ceremonia que celebramos allí tomó una forma inusual: la geometría del vesica piscis.

Imagínate, un grupo de sesenta personas en la cumbre de la pirámide intentando colocar

nuestros cuerpos para dibujar dos círculos que se solapan. Al final lo conseguimos, con

algunas personas casi colgando del borde, y así se desarrolló nuestra primera ceremonia

del viaje. Los dos círculos enlazados representaban las ceremonias de los indígenas

interiores y las de nuestro grupo internacional, actuando como Una Sola.

Al final de la ceremonia me di cuenta de que ya estábamos empezando a conectar con los

Antiguos. Sentí que nos observaban, nos sentían, nos probaban. Y en respuesta, los

corazones de los miembros de nuestro grupo fueron abriéndose cada vez más,

exactamente lo que necesitábamos para ser aceptados tanto por los mayas de la

superficie como por los de los Mundos Interiores.

Nuestra salida de Uxmal, agotados pero alborozados, estuvo rodeada de esplendor. Por

todo Yucatán, los mayas estaban quemando los campos para preparar la siembra de las

cosechas de primavera, y la suave neblina que llenaba el aire hizo que el Sol se pusiera en

medio de un inusual y brillante derroche de gloria.

Nuestra respuesta ante la belleza del lugar y ante nuestras experiencias me hizo saber

que el Gran Espíritu había reunido a las personas adecuadas para aquel trabajo. Ni

planeándolo podría haber estado mejor.

Ceremonia con el dibujo del vesica piscis.

Labná

Tras dejar Uxmal nos dirigimos a los templos de Labná y Kaba antes de regresar a

Mérida.

Labná es el segundo chakra y representa el centro sexual. La tierra es de un color rojo

óxido, muy parecida a la de Sedona, en Arizona, donde vivo ahora. Todo el complejo del

templo posee un sabor suave, seductor, y una energía que de un modo u otro siempre te

llega al corazón.

Realizamos una ceremonia sencilla destinada más a la purificación que a cualquier otra

cosa. Yo caminé alrededor de cada una de las personas envolviéndolas en humo de salvia y

cedro mientras uno de los miembros del grupo tocaba lentamente un ritmo similar al de

los latidos del corazón con su tambor. Pero cuando estábamos en aquel círculo apareció

una cosa que más adelante iba a constituir un enorme problema.

Una de las mujeres procedentes de Sudamérica comenzó a perder ligeramente el control

cuando el humo ceremonial se elevó alrededor de su cuerpo. Su rostro se contrajo y

extraños sonidos temerarios brotaron de su cuerpo. Al cabo de unos minutos empezó a

agitar los brazos y el cuerpo, haciendo que algunos sintieran miedo. Las personas que se

encontraban a su lado respondieron de inmediato e intentaron tranquilizarla, pero para mí

fue evidente que algo asociado con el lado oscuro de la vida estaba comenzando a

expresarse.

Lo registré mentalmente y a partir de aquel momento no dejé de observarla. Tenía claro

que aquello iba a constituir una influencia perturbadora para nuestro trabajo conjunto,

pero por entonces no comprendí lo que significaba ni de dónde procedía.

Kaba

El último templo del día era Kaba. Hace muchos años tenía otro nombre, y es un templo

que me resulta extremadamente interesante debido a que los mayas llegaron de la

Atlántida allí donde los judíos accedieron por primera vez a la consciencia humana. (Véase

El antiguo secreto de la flor de la vida, volumen I.) El nombre original de Kaba era Kábala,

que todo judío reconocería como perteneciente a uno de los libros sagrados del judaísmo.

Esto sólo tiene sentido cuando conoces la historia de los mayas.

Tras lo sucedido en Labná, dejamos que nuestro grupo se dedicara sólo a explorar Kaba,

sin celebrar ninguna ceremonia. La energía debía cristalizar para que pudiéramos

entender lo que se nos estaba acercando. Volvimos a Mérida, esperando para saber lo que

debía venir a continuación a medida que los mayas fueran suavemente exponiendo sus

necesidades a nuestra consciencia exterior.

Mérida

Esa noche todos nos fuimos a la cama pronto, pues debíamos levantarnos a las cuatro de

la madrugada. Así debía ser para poder estar presentes en el momento de la salida del

Sol en el antiguo lugar de Dzibilchaltún, donde el sol equinoccial se eleva cada año por

detrás del ojo de la cerradura de un templo construido por una civilización que se

remonta al año 500 a.C., probablemente el sitio más antiguo de todos los que íbamos a

visitar en Yucatán.

Después de eso debíamos regresar a nuestro hotel de Mérida, hacer los equipajes,

visitar las extraordinarias grutas de Balancanché y poner rumbo a Chichén Itzá para la

ceremonia del equinoccio que se iba a celebrar al día siguiente.

Reunión con Hunbatz Men

Antes de relatarte lo que sucedió en Dzibilchaltún, donde acudimos para participar en el

antiguo rito del equinoccio de primavera, debo contarte una conversación que mantuve

con Hunbatz Men el día anterior durante el desayuno.

Mientras Hunbatz bebía su café y yo sorbía mi té, repasamos nuestros programas para

sincronizar nuestros movimientos durante los próximos acontecimientos. Como íbamos a

celebrar juntos la ceremonia de Chichén Itzá —el chakra corazón—, debíamos

determinar con exactitud cómo teníamos que colocar nuestras energías con referencia a

los cientos de ancianos incas, mayas y de otras tribus indígenas que iban a acudir de toda

América para participar. En otras palabras, Hunbatz quería saber con precisión dónde

íbamos a estar y cómo íbamos a interactuar con el grupo. Además, estaba previsto que el

grupo de Carolina Hehenkamp fuera con Hunbatz cuando partiéramos hacia Chichén Itzá,

y queríamos acordar dónde iba a estar cada uno de nosotros durante los días de aquellas

numerosas ceremonias.

Tras discutir aquello, Hunbatz cambió de tema. Quería hablarme acerca del futuro y, en

especial, sobre la importancia de las calaveras de cristal en próximas ceremonias. Me

explicó que estas calaveras están vivas y que pronto se juntarían todas en nuestras

ceremonias a medida que nos iríamos aproximando al Fin de los Tiempos.

Lo curioso era que el Native American Council de Estados Unidos me había enviado una

calavera de cristal a mi casa de Arizona antes de mi partida. Debía conservarla durante

un período de tiempo indeterminado. Pero las calaveras de cristal no habían formado

parte de lo que yo entendía que era el propósito de aquel viaje a Yucatán. Por eso,

mientras escuchaba a Hunbatz, consideré que la información acerca de ellas realmente

estaba destinada a otro momento.

Qué poco sabía entonces. Como de costumbre, soy el último en enterarme.

Calavera de cristal maya.

El templo de Dzibilchaltún

Yo había presenciado la ceremonia del equinoccio en 1995 con Hunbatz, y me ilusionaba

volver a experimentarla con aquel fantástico grupo.

Llegarnos al lugar, que había sido un importante centro de iniciación para las escuelas de

misterio de todo el mundo, unos veinte minutos antes del amanecer. Otras muchas

personas, en su mayoría mayas, habían acudido también para celebrar de esa forma el

equinoccio.

Dzibilchaltún.

El Templo del Amanecer es un edificio de piedra con una abertura por la que el sol

equinoccial, la primera luz del equinoccio de primavera, aparece cada año. El camino que

conduce al templo es un pasillo largo y rocoso, casi como una pasarela de desembarque,

con arbustos de baja altura a ambos lados. El templo está situado al final de este pasillo.

Lionfire también había estado allí antes y ayudó a nuestro grupo a colocarse en fila, a

una cierta distancia del templo, para que pudiera ver la aparición del Sol por la abertura.

Unos dos minutos antes del momento previsto para que el Sol

asomara, ocurrió algo que no olvidaré jamás.

Una pareja mexicana de edad, a la que ya había conocido con anterioridad, se me acercó

y dijo:

—Drunvalo, ¿eres tú?

Me volví para hablar con ellos, sabiendo que sólo faltaban unos «segundos para la salida

del Sol.

María, la mujer, llevaba una tela blanca que envolvía un objeto bastante grande. La abrió

para mostrarme lo que guardaba en ella. Allí, entre sus manos, se encontraba una

bellísima calavera de cristal maya, antigua y de un blanco reluciente. Me miró, y dijo:

—Por favor, sostén esto junto a tu corazón.

La coloqué allí donde ella me pidió y me volví hacia Dzibilchaltún justo en el momento en

que el primer rayo de sol comenzaba a atravesar la abertura del templo. En pocos

segundos el sol penetró totalmente por ella y los primeros rayos de luz hicieron explosión

en mi interior.

Tuve una visión. Vi dos espíritus mayas humanos dentro de la calavera de cristal que

sostenía junto a mi corazón. Eran un hombre y una mujer y estaban muy vivos, en unión

sexual, mirándose mutuamente con eterno amor.

En ese momento, en un destello de entendimiento, supe con certeza lo que los mayas

estaban haciendo con aquellas calaveras de cristal.

Se elegía a determinados mayas, normalmente en el momento del nacimiento, para

formar parte de la ceremonia de la calavera de cristal. Cada uno de ellos era designado

para capturar la esencia de toda la cultura maya en uno de trece periodos de tiempo

diferentes, que se extendían desde el principio al fin de su cultura, y para tal fin recibían

un entrenamiento que duraba toda su vida. En el momento adecuado de sus vidas, en una

solemne ceremonia, ingerían un psicodélico natural específico y, de acuerdo con su

preparación, morían permaneciendo conscientes mientras dejaban su cuerpo y obligaban a

su espíritu a entrar en la calavera de cristal. Esta calavera, entonces, se convertía en su

hogar, en su cuerpo, durante cientos o incluso miles de años.

Debían vivir en el interior de la calavera de cristal, guardando y preservando el

conocimiento, los recuerdos y la sabiduría de los antiguos mayas, para que en este

momento, en el Fin de los Tiempos, éstos pudieran ser recordados. Y aquél era justo el

momento en que su propósito estaba siendo cumplido. Todas las calaveras estaban

reuniéndose lentamente por toda la tierra maya, pues ése había sido su objetivo desde el

principio.

Hay un total de trece calaveras, y en un futuro próximo la Ceremonia de las Trece

Calaveras Mayas será una realidad y la profecía maya se completará, lo que significará

que la antigua transmisión habrá entrado en el espíritu maya moderno.

Cuando aquel conocimiento me inundó, vi a una anciana sentada calladamente en el fondo

de la calavera de cristal. Supe que ella era la que había organizado aquel matrimonio

eterno entre los dos amantes. Supe que ella era la que había planeado todo lo que la

calavera debía hacer para su gente, y que fueron las abuelas antiguas las que diseñaron

este método de transmitir información a través de los siglos, y que seguían protegiendo

las calaveras.

El conocimiento, los recuerdos y la sabiduría que guardaban los amantes mayas

pertenecían al periodo de tiempo en que la cultura maya estaba empezando a florecer.

Era aquélla una época en la que el amor y la compasión regían todo lo relacionado con el

mundo maya. Y aquel extraordinario amor, la compasión y el conocimiento eran lo que

debía ser reencendido en el corazón de los modernos mayas.

La experiencia de la salida del Sol a través de la abertura del templo y la calavera de

cristal con sus amantes espirituales abrieron mi corazón como nunca habría creído

posible si no lo hubiera vivido. De una forma dramática, los antiguos mayas estaban

empezando a hablarme acerca de lo que era importante para ellos.

Escuché y recé. Entonces supe que aquella expedición iba a constituir otro viaje al

corazón que cambiaría aún más profundamente la vida sobre la Tierra y sanaría las

relaciones entre las personas. Creí que incluso podría sanar las sofocantes nubes de

dióxido de carbono que están ahogando nuestro planeta. Aquella experiencia aportó una

increíble esperanza a mi ser.

Sin embargo, no era consciente de que otra experiencia de igual intensidad me estaba

esperando unas pocas horas después. Debíamos entrar en un lugar tan poderoso, tan

profundamente centrado en el corazón, que simplemente por haber estado allí nadie de

nuestro grupo volvería a ser el mismo. Estábamos a punto de hablar con los Antiguos

directamente.

El cenote de Dzibilchaltún

Los cenotes son estanques sagrados, y a veces incluso lagos de buen tamaño, alimentados

por manantiales subterráneos. Recuerda el que vi en Chichén Itzá en 1985, cuando estuve

allí con Ken. Para los mayas, todos los lugares sagrados debían estar situados cerca de

uno de ellos, pues estos manantiales eran considerados las puertas a los Mundos

Interiores. Se cree que el agua de los cenotes posee grandes propiedades curativas, y el

de Dzibilchaltún está entre los más importantes para los mayas.

Por eso, después de contemplar el sol del equinoccio de primavera salir a través del

templo de piedra de Dzibilchaltún, nos dirigimos a su cenote, un precioso estanque en el

límite de la selva. Nos reunimos alrededor de las ruinas de piedra que se encuentran

junto a él y celebramos un servicio improvisado, meditando en favor de los mayas, de

nuestro viaje y por la sanacion de la guerra de Irak, que había estallado exactamente la

noche anterior a nuestra búsqueda. Resulta interesante señalar que los mayas habían

establecido aquella fecha para la Ceremonia por la Paz Mundial dos años y medio antes.

Tras la ceremonia, los guardianes de la antigua calavera de cristal que yo había sostenido

junto a mi corazón colocaron el sagrado objeto sobre una tela que cubría un saliente de

piedra y nos permitieron a todos tocarla y sentir su poder.

De repente, una fuerte y horrible manifestación de energía oscura intentó entrar en

nuestro círculo haciéndose con el control del cuerpo de una de las mujeres del grupo. Era

la misma mujer a través de la cual se había manifestado en Labná. La mujer en la que

había penetrado la entidad levantó la calavera de cristal por encima de su cabeza y, con

todas sus fuerzas, intentó estrellarla contra el enorme saliente de roca sobre el que

estaba colocada. Tres hombres, conducidos por Lionfire, la agarraron para arrebatarle

la calavera. El forcejeo duró varios minutos, pero al final la calavera sobrevivió. La mujer

echaba espumarajos de furia mientras la entidad se movía por su interior.

Habíamos estado manteniendo una cuidadosa vigilancia para proteger al grupo contra

aquella entidad. Sabíamos que estábamos en su casa. Aquella era la entidad que había

penetrado en la consciencia maya cuando ésta se encontraba en la cima de su cultura y la

había transformado, sustituyendo el amor y la belleza por los sacrificios humanos y el

miedo. Sabiendo esto, Lionfire había estado protegiendo de cerca la calavera. Sin

embargo, tuvo que echar mano de toda su fuerza y de la de otros dos hombres para

evitar que aquel inestimable objeto sagrado fuera dañado.

Ahora sabíamos lo fuerte y decidida que era aquella energía. Sin duda debía ser

eliminada del cuerpo de la mujer antes de que pudiéramos participar en la ceremonia del

día siguiente en Chichén Itzá.

Normalmente se entiende, tal y como comentaron muchos de los integrantes de nuestro

grupo, que esta energía del lado oscuro está entre nosotros por alguna razón. Constituía

una parte importante del problema de los que intentábamos ayudar a sanar el mundo, y

sabíamos que debíamos lidiar con ella de una forma positiva: con amor, compasión e

incluso gratitud, en especial hacia el miembro de nuestro grupo que había accedido, en

algún nivel superior de su ser, a representar un papel tan difícil. Debíamos diseñar un

plan.

Alegres, impresionados, y sin embargo escarmentados, regresamos a Los Aluxes para

desayunar, y a continuación nos dirigimos a la siguiente aventura de nuestro viaje, hacia

las incomparables grutas de Balancanché. (Digo «grutas» porque, aunque sea una sola,

tiene muchas derivaciones que se extienden en diversas direcciones.)

Humberto, nuestro guía

Me gustaría escribir unas pocas palabras acerca de Humberto Gómez, nuestro guía

Merlín por las tierras mayas.

Humberto es un hombre de setenta y pocos años que aparenta sesenta. Es de pequeña

estatura y muy esbelto, con un porte aristocrático, como el de sus antepasados hidalgos

españoles.

Durante los dos primeros días del viaje se mantuvo callado; educado, encantador,

extremadamente colaborador, pero reservado y modesto.

Sin embargo, de camino hacia Balancanché, Humberto no pudo mantener su silencio. Yo

sabía que estaba licenciado en arqueología, pero entonces me enteré de que no sólo era

un hombre extraordinariamente erudito y con un vasto conocimiento de la arqueología de

su tierra natal, ¡sino que él, Humberto Gómez, había sido el que, en su juventud,

descubriera las grutas de Balancanché! Al entrar en el aparcamiento de Balancanché me

di cuenta de que Humberto sabía más acerca de aquel lugar que ninguna otra persona viva.

Aunque aquel día llevábamos muchas horas levantados, todavía era temprano cuando

llegamos al museo. Las cuevas estaban aún cerradas, así que, mientras esperábamos,

invité a Humberto a que nos relatara su descubrimiento.

Nos agrupamos a su alrededor, interesados por lo que nos iba a contar. Y disculpándose

al principio, pero enseguida con gran brío y color, Humberto hizo que sus increíbles

experiencias ocurridas tanto tiempo atrás volvieran a la vida para nosotros. Fue la

primera de las muchas historias que Humberto nos regaló durante nuestro viaje espiral a

través de Yucatán. ¡Era un narrador increíble!

Humberto era un estudiante de arqueología de veintitantos años cuando encontró una

cueva pequeña y de paredes de tierra cerca de su casa. No se lo contó a nadie y la

convirtió en su propio escondite. Le gustaba ir allí a meditar o a estar solo.

La cueva era un lugar mágico para Humberto, pero según nos contó, realmente no tenía

nada de especial; desde luego nada que pudiera sugerir que tuviera antiguas raíces mayas.

Era sólo una cueva. Pero era su cueva y siguió visitándola durante muchos años.

Pero un día, en el año 1959, le dio por dar golpecitos sobre un punto concreto de las

paredes de la cueva. Los golpes produjeron un sonido hueco.

La pared estaba cubierta por los elementos químicos que habían estado rezumando de la

tierra durante millones de años. Aquel trozo de pared parecía igual que cualquier otro de

la cueva. Pero cuando Humberto escarbó en la pared terrosa encontró, escondidos tras

ella, ¡los conocidos restos de ladrillo y mortero de un antiguo muro maya! Puedes imaginar

su emoción al retirar cuidadosamente unas cuantas piedras de la pared, las suficientes

como para poder pasar a la vasta y hasta entonces desconocida gruta subterránea que se

escondía al otro lado.

Completamente solo, Humberto recorrió los aparentemente interminables pasillos y

caminos excavados en la roca. Y allí encontró algo desconocido y único en toda la tierra

maya. Repartidos por toda la cueva había altares fabricados con columnas naturales de

estalactitas y estalagmitas. Y alrededor de estos altares encontró ofrendas realizadas

quizá mil años antes y que no habían sido tocadas desde entonces. Cada uno de los cientos

de cacharros de barro, utensilios, imágenes y molinillos que habían sido ofrecidos a Chac,

el dios de la lluvia, descansaba en el lugar exacto en que había sido depositado por

antiguas manos mayas en alguna ceremonia ancestral. Nada había sido visto ni tocado en

los años pasados desde que la gruta fuera sellada a la vista humana.

Inmediatamente fue en busca de funcionarios gubernamentales a los que contar su

descubrimiento arqueológico, para asegurar que todo lo que la gruta contenía fuera

protegido contra cualquier alteración y contra el vandalismo.

Normalmente, cuando se encuentra un yacimiento en México, el gobierno toma todo lo

que encuentra y lo lleva a un museo. Pero en este caso, y de forma totalmente

excepcional, los científicos y funcionarios que entraron los primeros en la gruta se dieron

cuenta de la importancia de conservar lo que había descubierto Humberto.

Inmediatamente cerraron la entrada y colocaron un guarda para que la protegiera.

Y así sigue, intacta hasta hoy. Nada ha sido movido excepto para hacer un pequeño

camino a través del complejo, de forma que los visitantes puedan experimentar la cueva

tal y como fue descubierta.

Después de que acudieran los representantes gubernamentales, sin embargo, se corrió la

voz y al día siguiente apareció un grupo de ancianos y chamanes mayas que anunciaron que

iban a entrar en la gruta llevar a cabo una ceremonia. Nos lo contó Humberto con una

sonrisa divertida y nos enfatizó que no preguntaron si podían hacerlo o no. Sencillamente

dijeron:

—Vamos a hacerlo.

Los funcionarios respondieron:

— ¡No pueden hacer eso!

La discusión y el debate se prolongaron durante un tiempo hasta que finalmente los

representantes oficiales accedieron a que los mayas realizaran su ceremonia..., ¡pero sólo

si ellos podían entrar para asistir a ella y tomar fotografías!

Más discusión y debate. Al final los mayas cedieron, pero con dos condiciones: todo el

que entrara en la cueva debía jurar que guardaría el secreto, y nadie podría irse hasta

que todo terminara, lo que significaba permanecer allí veinticuatro horas sin comida ni

agua. Advirtieron que si alguien se marchaba antes del final de la ceremonia, ellos no

asumían la responsabilidad por las terribles consecuencias que tendría aquella actuación.

Eso fue lo que se acordó. Los mayas y los mexicanos penetraron en la negrura de la

tierra para llevar a cabo la ceremonia..., y volvieron a salir, veinticuatro horas más tarde,

en medio de una lluvia torrencial. Aquello era la señal que buscaban los mayas. Así sabían

que Chac, el dios de la lluvia, había aceptado sus plegarias.

Humberto fue uno de los participantes en aquella ceremonia a Chac y nunca ha olvidado

su poder.

Tras Balancanché, Humberto resultó ser un ameno pozo de bellas historias e información

acerca de los yacimientos que visitamos y sobre la historia de Yucatán. Una vez le pedí

que me contara la ceremonia maya de Balancanché, pero se negó a ello. Había hecho una

promesa. Fue la única vez que rehusó contestar a una pregunta.

En el interior de las grutas de Balancanché

Yo nunca había entrado en las grutas de Balancanché. Me eran totalmente desconocidas.

Y ni yo mismo ni nadie del grupo podría haber esperado ni imaginado la experiencia que

íbamos a vivir.

Para empezar, creíamos que íbamos a tener que permanecer en Balancanché la mayor

parte del día. Ello era debido a que, para proteger la gruta, los vigilantes sólo permitían la

entrada simultánea de diez personas. Sólo así les resultaba posible realizar una vigilancia

suficientemente estrecha como para impedir que nadie tocara o se llevara algo.

Sin embargo, Humberto había participado en nuestras primeras ceremonias y había

podido comprobar la reverencia que sentíamos por los yacimientos mayas y sus gentes.

Sabía que teníamos permiso de los Antiguos para estar allí. Y como él era el que había

descubierto la gruta, utilizó su influencia para que se hiciera una excepción. Según nos

dijo, se nos permitiría entrar en grupos de veinte.

Aquello constituía un gran honor y una enorme prueba de confianza. Pero cuando

empezamos a dividirnos en tres grupos, Humberto convenció a los guardas para que

hicieran una concesión más. Nos comunicó que ¡se nos permitía entrar en dos grupos de

treinta!

Yo fui el último del primer grupo. Con gran reverencia nos encaminamos por el sendero

de la selva hasta la boca de la gruta, un inmenso agujero que entraba en espiral en la

tierra. Los pájaros que volaban alrededor de ella y las flores que colgaban de todas las

paredes parecían inclinar sus cabezas. Yo tenía el vello de punta.

Entrar en la cueva era como entrar en el seno de la Madre. Al instante comenzó a

abrirse mi corazón. Fue una respuesta completamente involuntaria ante las energías

presentes.

Seguimos descendiendo hacia las profundidades de la Tierra, penetrando cada vez más en

la oscuridad. Yo podía sentir que aquél era uno de los lugares más sagrados en los que

había estado jamás. Mi corazón seguía abriéndose sin que yo pudiera evitarlo. Podía ver y

sentir que lo mismo les estaba sucediendo a todos los que se encontraban delante de mí.

De pronto, observé que estaba cantando suavemente.

Y escuché un sonido a mis espaldas. Me volví para ver quién era, y vi que nuestro segundo

grupo se acercaba con rapidez. ¿Se habrían equivocado? ¿Es que no estaban cumpliendo

las instrucciones?

La primera persona del segundo grupo se me acercó, sonriendo, sintiendo lo sagrado del

lugar.

— ¿Qué hacéis aquí? —pregunté.

—Humberto decidió dejarnos ir a todos como un solo grupo — me respondió.

«Claro», me dije a mí mismo. Parecía lo correcto que estuviéramos todos juntos. Lo

sagrado del lugar y su belleza habían puesto mi corazón a punto de estallar. Aquel cambio

inesperado colmó el vaso.

Así que seguimos todos juntos, un grupo de sesenta personas en un lugar en el que

normalmente sólo se permite la entrada de diez, unidos en un sentimiento de amor y

admiración espiritual diferente a todo lo que cualquiera de nosotros había sentido jamás

con anterioridad. Y no digo esto a la ligera.

Entramos en la parte principal de la gruta, donde una enorme estalagmita se había unido,

hace millones de años, con una estalactita igual de gigantesca, creando un inmenso pilar

de al menos veinte metros de altura. Alrededor de este pilar se encontraban las ofrendas

que los mayas dejaron allí muchos años atrás. Cerámica y vasijas ceremoniales aparecían

colocadas sobre el suelo alrededor de esta columna central, tal y como habían estado

durante cientos y miles de años.

La sensación de santidad resultaba abrumadora. Mi corazón no era capaz de retener las

lágrimas. Me eché a llorar. Con los ojos empañados, miré a mí alrededor y vi que todos los

que me rodeaban también estaban llorando.

Habíamos acudido a las tierras de los mayas para experimentar el Espacio Sagrado del

Corazón. Y allí era donde estábamos, en un auténtico espacio físico que estaba vivo con la

vibración viva del corazón..., y todos nosotros estábamos en sintonía con este espacio,

juntos. ¡Todo mi ser vibraba!

Continuamos recorriendo las grutas y vimos que había otros dos altares formados por

una estalagmita y una estalactita, algo más pequeños, con sus antiguas ofrendas. Y la

sensación de santidad seguía creciendo.

El cenote de Balancanché

El Espacio Sagrado del Corazón se asocia siempre con el agua. Llegué a otra sala de la

gruta desde la que un estanque tiraba de mí. El agua era tan clara que casi no podía verla

cuando estaba brotando de una cueva adyacente. Aquella agua estaba viva.

Auténticamente viva.

Cuando clavé mi mirada en el cenote fue como si estuviera viendo otro mundo.

Tres personas más del grupo estaban contemplando el estanque con lágrimas en los ojos,

y cuando yo me acerqué nos fundimos en un abrazo.

En ese momento supe que estaba con mi tribu. Y con nuestras lágrimas y nuestros

corazones abiertos estábamos rezando por nosotros mismos, por los mayas y por la

Madre Tierra.

Yo conocía aquel lugar. Lo había sentido con anterioridad dentro de mi propio corazón.

¿Puedes imaginar lo que fue estar allí físicamente, con otros seres físicos, todos

experimentando la misma emoción? Fue algo como nunca me había sucedido

anteriormente.

Los guardas de la gruta, que hasta entonces se habían mantenido invisibles, nos hicieron

señales con las linternas. Había terminado el tiempo de la visita.

Cuando me di la vuelta para salir, era incapaz de hablar. Apenas recuerdo cómo caminé

hasta la salida de la gruta. Era como estar inmerso en un sueño.

Lo siguiente que supe fue que estaba fuera de la cueva, acercándome al museo. Me senté

yo solo y cerré los ojos. Seguía vibrando en mi corazón. Estuve así más de media hora

antes de que la experiencia que había vivido se asentara lo suficiente como para

permitirme ponerme de pie y echar a andar hacia el autobús.

Nunca olvidaré aquella experiencia, ni a los mayas, cuyas oraciones siguen resonando en

aquel espacio sagrado, ni a las bellas gentes que entraron en la Madre conmigo.

Sentado bajo un árbol, esperando la llegada del resto del grupo, recordé la oración de mi

maestra más íntima, Cradle Flower, de los taos pueblo:

Belleza frente a mí

Belleza detrás de mí

Belleza a mi izquierda

Belleza a mi derecha

Belleza sobre mí

Belleza debajo de mí

La belleza es amor

El amor es Dios.

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